No entiendo. ¿De qué quieren que hable?” El funcionario de carrera del Ministerio de Salud no daba crédito a lo que escuchaba. El titular de la cartera estaba sentado en su despacho recibiendo la orden de la secretaría general de la Presidencia para que saliese a hablar con los medios sobre la epidemia de dengue y apenas atinó a decir devorado por el sillón en el que estaba casi escondido: “No entiendo”.
Mario Russo pidió que eligieran con cuidado a sus interlocutores periodísticos. “Busquemos a los que no me maten”, les comentó a sus asesores. Ni siquiera la más cuidadosa selección pudo evitar el papelón público. “Cuando se elimine el mosquito, se terminará con el dengue”, dijo en su primera aparición. “Cuidado con los pantalones cortos”, en alguna posterior.
Esos consejos podrían ser valorables si, antes, hubiese una política de base: campaña de prevención, coordinación con efectores públicos y privados para tener un tablero de atención en guardias y camas disponibles para los enfermos más graves, mapeo de distribución de reactivos y medicamentos para abordar la crisis y, por supuesto, política sustentable de inoculación de vacunas. Nada de eso se hizo. Russo pasó a recitar (mal) alguna idea económica de oferta y demanda para abordar la ausencia de repelentes. Los más críticos del ministro -todavía- ironizan diciendo que no hay que buscar repelentes en los comerciantes mayoristas. Sostienen que hay un buen acopio para uso personal en el edificio del ministerio.
Tuvieron que infectarse un millón de argentinos (el buen ministro de Salud de Salta, zona endémica, asegura que hay que multiplicar por cinco las cifras para cubrir los casos no denunciados) para que Mario Russo tratase de entender que debía hablar. No sirvió, es cierto, para mucho.
Este desastre en la gestión sanitaria cuenta del modo en que el presidente Javier Milei impone el tono a su gestión. Milei es un presidente de la macroeconomía. Punto. ¿Es cierto que las variables en ese sector estaban estalladas gracias al peor gobierno de la historia de la democracia encabezado por Alberto Fernández? Es cierto. Pero gobernar es algo más que bajar la inflación y exhibir equilibrio fiscal. Ni los liberales decimonónicos del estado gendarme desconocían las funciones de seguridad, salud y educación como esenciales. Parece que el manual del libertarismo es distinto.
Cuando el presidente se atreve a otros temas, usa las estrategias que le permitieron imponerse en una buena parte del electorado que todavía lo sostiene. Es un personaje de las redes sociales afectas a las adjetivaciones de efecto antes que un dirigente con sustantivos cuidados. Malogró con dos o tres frases los vínculos con México y Colombia y ratificó que no quiere saber nada con la dictadura de Venezuela. La Argentina supo hacer escuela en materia de relaciones internacionales en las primeras décadas del siglo pasado que tanto elogia Milei. Allí era norma el saber que no hay países amigos o a los que “se quiere”. Hay apenas países con intereses comunes o no, con independencia de los afectos y los adjetivos.
El presidente parece haberse saltado ese estilo de cuando el país era potencia. En ese mismo marco se inscribe la relación carnal expuesta con los Estados Unidos en traje de fajina, entonando el himno americano al lado de la general para el cono sur de ese país. Excesivo. La gente lo apoya, se dice cerca de la Rosada. “Hay un gran apoyo al concepto de «algo había que hacer»”, dice el analista Carlos Fara. “Si se entra en el detalle de la gestión, ya hay muchos matices en ese apoyo”, agrega. O sea: el infierno de lo pasado no daba para más. Garantizame que esto es al menos el purgatorio. No otro infierno, se podría resumir.
Mujeres poderosas
Dos mujeres siguen acumulando poder en este gobierno. Sandra Pettovello y Karina Milei. La primera, no puede escapar a todas sus responsabilidades que van desde los comedores comunitarios, pasan por las escuelas y siguen por los temas laborales. Nadie se atreve a plantearle al presidente que su amiga, muy trabajadora y dedicada, está abarcando demasiado. De hecho, buena parte de la tala de las contrataciones en el Estado pasaron por su chequeo.
Allí, hay mucho para decir. ¿Pudo haber torpezas desconsiderando a personal eficiente que hacía años estaba en el Estado? Puede ser. La motosierra debió hacer sido reemplazada allí por el bisturí. Sin embargo, es hora de decir que miles y miles de personas entraron sin el menor requisito de calificación, por mera existencia de un “conocido” con filiación partidaria, sabiendo de antemano que era un contrato a tiempo determinado.
Nadie puede invocar ahora que el fin de ese término haya llegado. ¿Por qué un “buen chico”, como dijo un sindicalista, tuvo dos o cinco años de contrato en el Estado sin validar sus condiciones para ello y otro “buen chico” sin “contacto”, no? No hace falta concurso para entrar a la planta de contratados, se aduce desde el gremio ATE. Eso es solo para la planta permanente. Entonces, si no se entró por concurso cabe la terminación del contrato.
Hay allí una marca cultural de los tiempos vividos difícil de deconstruir. Somos un país pobre. Estamos en una brutal crisis. Creer que las crisis personales se pueden subsanar con un Estado omnímodo que les da trabajo a los amigos desconociendo que sin recursos ese Estado es demagógico y explosivo en lo económico, es puro astigmatismo político. O deseo de que la prebenda -no gratuita- sea el modo de organizarnos.
¿Y Karina Milei? Construye su partido a nivel nacional. ¿Por qué lo hace? Aún es una incógnita sobre esta mujer que, todos los días, ejerce de “jefe”.