La galería Mercurio, estancada en el tiempo en pleno microcentro, parece un portal a una dimensión paralela, uno de esos recovecos que en una serie de ciencia ficción esconden la puerta trasera secreta que lleva a un viaje a otra realidad. Ubicada en Mitre 935, e inaugurada el 9 de julio de 1966, fue una de las primeras galerías de Rosario, construida por Juan Carlos Massa, el mismo que hizo el edificio de oficinas del mismo nombre, en Corrientes al 700, frente a la Bolsa de Comercio. Nombrada así por el Dios del Comercio en la mitología romana, no tuvo cine, ni un bar conocido como Remember o Mogambo. Pero guarda historias legendarias.
Como sucede con todos esos espacios liminales, que no son ni principio ni fin de nada, sino tan solo el umbral entre dos estados, muchos la usan como un atajo para entrar por Sarmiento y salir por Mitre, o viceversa. La salida por Mitre la corona Súbito, un bar americano, en diagonal al teatro La Comedia, en el que hacen buenos sándwiches primavera. Por Sarmiento, un local de Mauro Sergio que vende sweaters. Algunas personas trabajan ahí, varios son clientes de los locales, y otros directamente la ignoran por completo.
Muy pocos saben que tiene varios niveles. Hay divisiones de madera, colores en la paleta de cuatro décadas atrás, y una planta alta en la que oficinas vidriadas están tapadas con cortinas. En ese piso, en el que hay varios locales vacíos, corona una bóveda casi desconocida que deja pasar la luz natural a través de una plancha metálica que parece un colador. Se trata de otro rincón de la ciudad que tiene ese extraño sortilegio del tiempo detenido, locaciones ideales para rodar películas.
La atmósfera nostálgica también se la da un pasado cercano. Para los amantes de los videojuegos, la Mercurio solía ser Disney. Muchos niños de los años 90 recuerdan haber comprado sus cartuchos para la Sega o la Family, o iban a las casas de computación que grababan discos piratas y vendían hardware. Hoy hay locales de ropa femenina, de tatuajes, un sex shop, una peluquería, el Rosario Can Club, venta de accesorios de celulares, artesanías regionales, filatelia y hasta un afilador de cuchillos.
Es un lugar raro, de esos que ponen incómodo. Incluso cuando todavía había locales con buena concurrencia, parecía medio muerta. Con los años, se fue poniendo más oscura. Por eso también hay algo de viaje en tren fantasma. Hay gente que camina rápido cuando llegan a uno de los codos, al pasar frente a la tienda de antigüedades que siempre parece cerrada. Desde la vidriera, amontonadas, vigilan muñecas de porcelana con su mirada fija y penetrante, y un Pinocho que parece gritar para que lo saquen de su soledad.
El misterio del sótano
El subsuelo es un tema aparte. Las escaleras curvas que aparecen en el medio de la galería, previo paso por un gran espejo, llaman la atención. Al bajar, una placa indica que había una sala de teatro que fue inaugurada en 1974 con la actuación de Carlos Perciavalle. Luego habría diferentes boliches bailables: estuvieron Fama, Xanadú, y en los 90 se llamó Cocodrilo. "Mujer amante" de Rata Blanca, "Vientos de Cambio" de The Scorpions y "Bye Bye" de Vilma Palma, marcaban el inicio de los lentos. "En verano te cocinaba el calor. Sonaban más fuerte los extractores que la música", comentó un habitué. Solo se entraba por Sarmiento.
Según el testimonio, fue una de las primeras discos en revisar si las personas entraban con armas. Camisas a medio abrochar, pantalones pinzados y zapatos se mezclaban con botas texanas y camperas de cuero cruzada. Barra tapizada, espejos en las columnas, y sillones de los reservados bien acolchados eran las señas distintivas. "Era un antro, pero con códigos y respeto. Había más piñas a la salida de Contrabando, que era el top de Rosario en esa época, que en Cocodrilo", describió.
(Gentileza: @RosarioDeAntes)
Pero las historias extravagantes de ese sótano no quedan ahí. A los pocos años del cierre de la confitería, funcionó como templo de una iglesia evangélica, que cerró hace unos años. "Una luz en el camino para bendecir la ciudad", reza un cartel que quedó de testigo en la puerta. Y para romper el medidor de actividad paranormal, hace años hubo una extraña aparición que quedó filmada en un video de las cámaras de seguridad, subiendo la escalera. En una de las paredes, frente a los escalones, sobrevive un teléfono público de Telecom a monedas. Nadie llama nunca. Ni siquiera tiene tono. Pero ahí está, expectante.
Un extraño inquilino
Al lado de la escalera misteriosa está Pitágoras, un local de computación y venta de juegos de PC que parece desierto. Alguien que solía pasar allí las tardes de su adolescencia en los 90 cuenta una anécdota curiosa: "Lo manejaba un flaco, hasta que apareció un grandote y se quedó con el local. No pagaba los gastos centrales y empezó a acumular deudas. Era un tipo turbio, que intentaba quedarse con la administración de la galería. A veces caía con una abogada y revoleaban términos técnicos para embarrar las reuniones de consorcio", relató.
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Pronto el hombre comenzó a comportarse como un virus. Anexaba por la fuerza, sin permiso ni pago, otros locales que le gustaban. "Rompía la cerradura, los llenaba de porquería, y así los iba ocupando. Los de los locales se quejaban, porque era otro más que dejaba de aportar. Ya los tenía a todos cansados. Y misteriosamente, un día apareció muerto en la casa. Era joven. Cada tanto había problemas en ese local, porque lo fueron a buscar varias veces", recordó.
El local sigue ahí, exactamente como lo dejó el tipo antes de fallecer, porque nadie apareció después a hacer nada. "Siempre lo vas a encontrar cerrado, pero siguen estando los carteles. Justo al lado hay un local chiquito, bastante atípico, casi flotando sobre la escalera, porque el dueño original de la galería aprovechó cada espacio disponible. Es uno de los que se anexó este muchacho y quedaron ahí, abandonados en algún limbo legal", cerró.