El año arrancó con la noticia de que Núñez, que nació, creció y vive en Rosario, es el escritor argentino que resultó ganador del premio Casa de las Américas (fue la 62ª edición del certamen cubano) en la categoría novela con Hija de nadie, un western ambientado en el desierto pampeano que el rosarino escribió en 2020. En diálogo con Cultura y Libros, Núñez se sacude los elogios y dice que es “un poco por culpa de la pandemia” que se hayan acumulado tantos libros para publicar en poco tiempo. Y aunque no es el primer premio que recibe su primera novela, La doble ausencia, ganó el Premio Latinoamericano Sergio Galindo en 2012, el de La Habana es un espaldarazo a la obra literaria que el autor de Praga de noche viene construyendo con mucho trabajo y paciencia pero sin pausa. Y con talento, claro. “Es una novela distópica, y la quiero no por el resultado del premio, sino porque fue una novela que me reconcilió con una parte de formación mía de lectura, de cosas que estaban un tanto abandonadas. Tiene mucha influencia del cine, de novelas de aventura, de historietas. Está mucho más cerca del género, aunque es un híbrido donde no se pierde lo que aparece en mis otras novelas, que tiene que ver con la reflexión y los vínculos interpersonales, pero en el marco de una historia muy cargada de violencia y con un pulso bastante más dinámico. Tiene más acción y tensión sostenida”, adelantó Nuñez sobre Hija de nadie, cuya edición estará a cargo de la prestigiosa institución de La Habana.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
“Yo no soy más o menos escritor después de haber ganado el premio, pero sí se modifica el alcance de ese trabajo, porque modifica la mirada de los demás, pero no el trabajo en sí. Ahora, probablemente circulen más los otros libros”, explicó sobre la importancia de estas instancias de legitimación, sobre todo para un escritor de provincia. “A los escritores del interior nos cuesta mucho acceder a las editoriales de Buenos Aires y que en Buenos Aires se mire con interés lo que se está produciendo acá. Mi recorrido de publicación siempre fue con pequeñas editoriales y del interior, pero también hay una especie de apuesta, de querer hacer desde acá. Eso me llevó a publicar con Le Pecore Nere con la propuesta de hacer libros acá y en Italia. Da la sensación de que hay que pasar por Buenos Aires para ir al exterior y eso de algún modo lo rompe”, analizó Núñez al referirse al sello ítalo-rosarino que debutó en 2017 con la publicación de Después del fuego, la segunda novela del rosarino, que acaba de ser reeditada.
Esta entrevista en realidad fueron dos: la primera se perdió por fallas humanas y tecnológicas (de la cronista). Por suerte, el autor accedió a un nuevo encuentro en otro bar rosarino, a pesar de disponer de poco tiempo porque su jornada laboral es larga y no tiene nada que ver con la literatura. Esta vez, la charla fue con reaseguro de doble grabador, anotaciones y también mayor profundidad en los temas. De lo que se perdió de la primera, sacamos lo mejor para una versión definitiva. En el medio, el autor dijo: “Lo del cuarto propio de Virginia Woolf yo no lo pude tener nunca”. Y en relación a su producción literaria que abarca más de diez títulos, Núñez se refirió al asombro que esta le produce. “Me cuesta comprender cuándo y cómo lo hice, porque la escritura sigue siendo una actividad secundaria, siempre está relegada a otras necesidades y prioridades en mi vida cotidiana”. Y agregó: “Sigo escribiendo en los huecos, sigo escribiendo entre paréntesis, en los pequeños momentos que les puedo robar a las otras actividades”. Aun antes de que sus bibliotecas se duplicaran con el divorcio de sus padres, Núñez ya era desde muy chico un lector voraz y comprometido, que se fue moldeando de acuerdo a sus circunstancias y necesidades. Del mismo modo, su formación como escritor fue solitaria y autodidacta, y a partir de su propia experiencia, Núñez, que hoy dirige uno de los talleres más convocantes de la ciudad, asegura que compartiendo la escritura se llega más rápido a la deseada, o al menos a la mejor posible.
Publicaste tu primer libro, La risa de los pájaros, en 2009. ¿Cómo ves el camino que hiciste hasta hoy?
Creo que hay un recorrido entre ese primer libro y los que vinieron después, fundamentalmente en el terreno del cuento, por la posibilidad de experimentación en el relato. Ese primer libro quizás estaba mucho más centrado, mucho más contenido en una fórmula o una especie de artefacto que yo sentía que funcionaba, y que en los libros posteriores intenté romper. También tiene que ver con la naturaleza del crecimiento propio ya no como autor, sino en un grado de maduración personal. En el medio supongo que fui adquiriendo ciertas seguridades en el oficio y en la forma de contar y también aprendiendo que hay cosas que es preferible no contar, o que no pueden ser dichas de ninguna manera. Pero no como autocensura, sino por una cuestión de estilo, de la forma, de la historia, de los personajes y sus circunstancias.
El estilo es una construcción permanente de los autores, en mi caso particular es eso, una construcción permanente, y hay diferentes huellas de influencias que me han ido formando, y lo que trato de hacer con todas esas referencias ajenas es construir algo nuevo y propio.
Entonces encontraste un estilo, además de poder situar los grandes temas de tu obra…
Yo creo que todos los autores tenemos una serie de temas en torno a los cuales orbitamos a lo largo de nuestro recorrido y nuestra obra, y hay ciertos temas que están presentes en mi obra desde los primeros textos hasta lo que estoy escribiendo ahora, y que probablemente sigan estando. Lo que van apareciendo son nuevos acercamientos o nuevas formas a los temas que me interesan, y lo que más presente está son los vínculos, las relaciones humanas, de padres e hijos, de madres e hijas, relaciones de pareja, y cómo los personajes atraviesan esos vínculos, y cómo se reconstituyen, a veces a partir de las ausencias, o de las huellas que dejan esos vínculos en la vida de los personajes. Me parece que ese es uno de los grandes temas que aparecen en muchos de los cuentos y en las novelas, los personajes enfrentándose a las posibilidades que tienen, lo que pueden hacer esos personajes con su vidas o con lo que la vida hizo con ellos. El héroe clásico se enfrenta básicamente a obstáculos externos y en este caso son internos, de la propia subjetividad, y a mí me importa de qué forma logra o no logra superar esos obstáculos para su transformación.
¿Te reconocés más novelista que cuentista?
Soy las dos cosas pero sí, me siento más cómodo en la novela, la disfruto más justamente porque me gusta la posibilidad de crecimiento y transformación que tienen los personajes en la novela, y en cambio no la tienen en el cuento. El cuento requiere una concentración o una linealidad que en la novela podés romper y salir a historias paralelas; la novela es prácticamente el género en el que entra todo, podés hacer experimentaciones formales, y desarrollar historias secundarias o laterales que van apareciendo.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Y como lector, ¿qué preferís?
A mí me gusta leer ficción: novela y cuento son las cosas que más me apasionan. Siempre lo asocio a mi propia formación de lector, desde muy chico tuve acceso a bibliotecas, sobre todo después del divorcio de mis padres, porque se duplicaron. Pero si antes leía más novelas, después tuve que empezar con lecturas que se cerraran en el momento, por una necesidad, ahí es cuando empiezo a leer más cuentos. Me quedaba a dormir en la casa de mi viejo, o de mi abuelo, y entonces buscaba lecturas que pudieran terminar ahí. Ahí empiezo a leer a Cortázar, el cuento argentino, y el cuento fantástico en general, porque ya venía como lector de la colección Robin Hood, Salgari, Julio Verne, leía mucha historieta. Esa literatura de aventuras, orientada a un público juvenil. Que todavía hoy me genera un grado de fascinación en la memoria, y algunos que he vuelto a leer de grande.
La vida y la obra
¿Cuál es el lugar de la escritura en tu vida? Porque es tu profesión, pero no vivís de esto…
Lo que más hago es trabajar en otra cosa. Me cuesta dimensionar lo que hice, o en qué momento lo hice. Es un recorrido de más de diez años publicando y me cuesta entenderlo, porque la escritura sigue siendo una actividad secundaria, siempre está relegada y siempre aparecen otras necesidades y prioridades en mi vida cotidiana. Sigo escribiendo en los huecos, sigo escribiendo entre paréntesis, en los pequeños momentos que les puedo robar a las otras actividades. Para un tipo de escritura que se va haciendo así, en los pequeños momentos que se les puede robar a las otras obligaciones, me asombra; ver hacia atrás y sentir que va creciendo una producción considerable, me cuesta darme cuenta de cuándo se fue haciendo. Tiene que ver con el hecho de no resignarme, de seguir escribiendo en esos momentos.
Por ahí es la privación de ese tiempo o de un lugar lo que habilita el deseo de la escritura.
No sé, yo puedo pasar meses sin escribir, porque me cuesta encontrar los tiempos, porque no tengo un espacio propio, acercándome a los cincuenta años el cuarto propio de Virginia Woolf nunca lo conseguí. Tampoco tengo los tiempos exclusivos para escribir, salvo cuando me pongo a trabajar en proyectos de largo aliento como es una novela, y entonces me impongo ritmos, y empiezo a generar espacio y tiempo para la escritura. Todo el tiempo tomo apuntes, notas y a veces las ideas van creciendo en mi cabeza y en los papeles, y una vez que tengo el arranque, aparece una voz o un personaje que necesita que la novela se empiece a escribir. En un momento hay algo que se transforma en una historia que tengo que perseguir, y la única forma de perseguirla es escribiéndola.
Hace varios años que estás dando talleres de escritura, ¿vos cómo te formaste?
No hice muchos talleres, con Andrea Ocampo cuando tenía veinte años, pero no por mucho tiempo. Sin embargo, yo estoy convencido de que ese fue uno de los tropiezos en mi formación, porque hubiese aprendido a resolver cosas mucho más rápido estando en un grupo o con gente con más recorrido o experiencia. Creo que es lo que pasa en general en los talleres y en particular en el taller que doy yo: lo que más puedo aportar tiene que ver con mis propias experiencias y recorridos de producción en los textos. En algún momento yo lidié con algunos aspectos puntuales del texto, como otros autores tuvieron las mismas dificultades, y compartir y discutir ese tipo de cosas ayuda a resolver aspectos que a lo mejor terminarían resolviéndolos por su cuenta pero les llevaría mucho más tiempo, entonces de algún modo me parece que los talleres aceleran esos procesos de aprendizaje.
¿Cuáles son los errores de escritura más comunes que aparecen en esta instancia de taller?
No sé si son errores, sino decisiones; la elección de un punto de vista para contar una historia, cuándo terminar un cuento, o incluso los comienzos, porque muchas veces el cuento empieza verdaderamente mucho después de que el autor lo arrancó, y ese proceso de descubrir la verdad del texto te lo va dando la práctica. Probablemente uno escribiendo en soledad también llegue a esas mismas revelaciones, pero trabajándolo con los demás se agilizan esos procesos.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
La ciudad como fundamento
La mayor parte de la obra narrativa de Javier Núñez transcurre en Rosario. La ciudad como fondo, como contexto, como punto de referencia que es cualquier ciudad y al mismo tiempo es esa ciudad que se levanta frente al lector o lectora que reconoce ese cruce de calles, esa plaza o ese bar. Pero en Postales de un mapa imposible (Listocalisto, 2021) Rosario tiene otra clase de protagonismo, de modo que en la obra de este narrador la ciudad pasa de ser escenario a convertirse en personaje de muchas historias, y su fundamento. “En los primeros libros Rosario era escenario, porque las historias transcurrían ahí, porque era lo que tenía más a mano, porque es el lugar de donde soy. Después surgieron los textos que fueron contratapas de Rosario/12, hasta que se transformaron en libro”, explicó Núñez sobre este compendio de textos que incluyen la ficción, el aguafuerte, la prosa poemática que fue posible editar y publicar con dos becas a la creación del Fondo Nacional de las Artes y un subsidio de Ventanilla Continua del Plan Fomento de Santa Fe 2021. “Es una especie de mitología propia de la ciudad. Los textos (publicados en su mayoría en Rosario/12 y La Capital) tomaban la memoria colectiva de la ciudad, la ciudad que recuerdan otros y la ciudad que yo también recordaba pero que ya no existe”, agregó Núñez. “Eso me permitió generar esa superposición de mapas que le daban forma a una ciudad que no es más; y que termina generando esa ciudad que fuera personaje y mía, mi propia invención de la ciudad, mi pequeña contribución a crearla desde la literatura”.