El efímero clima de concordia que dominó las primeras horas después del ataque contra la vicepresidenta ya es un recuerdo lejano. La convocatoria a un diálogo entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio aparece llena de obstáculos.
Tanto por desconfianzas por arriba, entre oficialistas y opositores y al interior de cada espacio político, como por tironeos de sus bases de apoyo.
Tras la primera reacción del peronismo -abroquelarse detrás de Cristina, galvanizar su núcleo duro y responsabilizar directa o indirectamente a los medios, la Justicia y la oposición-, el llamado a una instancia en la que las distintas fuerzas políticas se comprometan a desescalar las tensiones es leído en las filas opositoras como una maniobra del gobierno para ganar tiempo o desviar el eje. O, directamente, una trampa para sembrar la discordia en sus filas.
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Es, entre otras cosas, el precio de las desconfianzas acumuladas a lo largo de los años. También, el costo de la devaluación de la autoridad y la palabra presidencial.
Sin embargo, tan cierto como que la respuesta instintiva del peronismo fue más particular que ecuménica es que, al menos hasta acá, tras el intento de asesinato de su principal líder todas las movilizaciones fueron pacíficas. La realidad suele ser más compleja que las etiquetas.
Enfrascada todavía en sus disputas internas, en la principal coalición opositora aparecen algunas señales.
Mientras el PRO no termina de tramitar lo el politólogo Patricio Talavera denomina una “crisis de identidad”, en la UCR actores de peso como Gerardo Morales, Facundo Manes y Martín Lousteau dejan la puerta abierta a construir acuerdos básicos con el gobierno.
Sin embargo, los popes radicales esperan que el gobierno pase de la declaración de intenciones y tome la iniciativa. No quieren quedar expuestos a eventuales ataques de los halcones, más adaptados que ellos al ecosistema de la polarización.
Uno de los principales problemas que enfrentan los embajadores del diálogo es que la grieta no es un artificio creado en laboratorios políticos y mediáticos sino que tiene anclaje social.
Es una dinámica que también funciona de abajo hacia arriba. Y exacerba las diferencias fuertes que anidan en la sociedad sobre distintos temas -por ejemplo, la regulación estatal de la economía- en una época atravesada por lo que los sociólogos Ignacio Ramírez y Luis Alberto Quevedo llaman “segregación ideológica” -los bandos crean espacios públicos aislados entre sí- y “partidismo negativo”: las lealtades políticas se basan menos en el apoyo a los propios y más en el rechazo a los contrarios.
En este escenario, mientras la grieta se lleva la marca, Massa colecta dólares del agro y organismos internacionales para darle un colchón a la devaluación administrada y exorcizar el fantasma de una nueva corrida.
La red de contactos y las promesas del ministro sirven para prolongar el veranito financiero pero el combo ajuste con rostro humano -poda presupuestaria, suba de tasas de interés y bono compensación para los trabajadores informales y los registrados de menores ingresos- ya genera ruido con algunos de los que esponsorearon su llegada al Ejecutivo.
Diplomáticos, los mandatarios de la liga de gobernadores pidieron “federalizar el presupuesto 2023, con el objeto de garantizar la continuidad de las obras públicas en las provincia”.
Más duros, el trío de gobernadores de la Región Centro -Schiaretti, Bordet y Perotti- le reclamó al Ejecutivo nacional la distribución equitativa de los subsidios de transporte, la actualización de los valores de las deudas generadas con las cajas de jubilaciones de las provincias y que se suba el nivel de corte del biodiesel, un producto que se encareció con el nuevo dólar soja.
Tiempos y jugadas
Sin buenas noticias para dar en el frente de la seguridad, la Casa Gris intensifica la pulseada con conducciones gremiales históricamente más proclives al acuerdo que a la confrontación y la negociación paritaria ingresa en una fase donde no se observa una salida a un conflicto que alimenta el malestar social.
En este marco, en el campo no peronista todos aceleran sus movimientos y buscan posicionarse de cara a la zona de definiciones. Incluso, aparecen alianzas tácticas impensadas poco tiempo atrás.
Después de decir a fines de julio que le preocupaba que “Javkin se deje llevar por la política electoral y abandone su tarea de intendente", Julián Galdeano se sacó este fin de semana una foto con el alcalde rosarino y Carolina Losada, una ficha clave pero que todos ven más cerca del tablero nacional que del provincial.
Además, el viernes, el mismo día en que el PRO y aliados le pasaron factura a la UCR por lo que entienden son movidas unilaterales -como la suerte de lanzamiento del frente de frentes que venían tejiendo los radicales, con apoyo de Javkin, para el 21 de septiembre- dirigentes del PRO aliados de Galdeano y de Maximiliano Pullaro -otro eje novedoso- compartieron una actividad, le hicieron otro guiño al frente de frentes y plantearon que “no es momento de anteponer proyectos partidarios o personales por sobre los intereses de todos los santafesinos”. Un mensaje teledirigido hacia la conducción del partido, ligada a Federico Angelini.
“Hay una frase que todos deberíamos tener de cabecera: ‘los demás también juegan’”, desliza un armador opositor.
En esa clave, Angelini reunió ayer a 400 dirigentes del PRO, se mostró como virtual candidato a gobernador, y lanzó: “No puede haber acuerdo provincial sin acuerdo nacional”.
En tanto, el socialismo aprovechó el campamento de su juventud para mostrar unidad interna, posicionar a Clara García como principal figura y dar luz verde para el armado un nuevo frente que, como reconoció Antonio Bonfatti, podría llegar al poder pero sin que el próximo gobernador sea del PS. Realismo socialista.
Lo cierto es que aunque todavía resta por definir la arquitectura electoral y el diseño de las listas, en los principales campamentos opositores ya empezaron a estudiar el terreno sobre el que deberán levantar la propuesta.
En uno de ellos, que está cerrando a comienzos de la semana un estudio de opinión pública, creen que el escenario será similar al de 2019: “Los dos ejes de Perotti fueron perfectos. En Rosario y Santa Fe se va a volver a discutir en términos de paz y orden, y en el interior productivo va a tomar más fuerza la consigna de despertar al gigante, con un reclamo fuerte contra el centralismo porteño. Los santafesinos creen que es una provincia pujante, perjudicada por las políticas nacionales”.
Pero por debajo de las divisorias político-partidarias y geográficas aparecen fracturas sociales más profundas.
Una inflación interanual de 71% y que, estima el Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central, llegará a 95% al final del año, salarios que corren de atrás a los precios, una pobreza estacionada cerca del 40%, los más de 200 homicidios en Rosario en lo que va del año y la insatisfacción de la ciudadanía con la prestación de servicios públicos -como el transporte- hacen que se acumule la bronca de la sociedad con la dirigencia y remarcan una inquietante grieta horizontal.
“Un gobierno nunca está a la altura de una sociedad que demanda que realice un ajuste igual que lo hace ella cotidianamente. La inflación como proceso social alimenta una moral donde la sociedad se encuentra tendencialmente por arriba de la política, donde la primera se vuelve contra la segunda y sus símbolos más poderosos”, escribe el sociólogo Ariel Wilkis en una nota para elDiarioAR sobre el contexto del que emergen Sabag Montiel y Brenda Uliarte.
Y agrega: “El cuentapropismo económico y el cuentapropismo existencial: juntar la moneda y juntar razones para darle sentido a la vida. Vender copos de azúcar y decir basta. Lo primero a través de un peso devaluado y lo segundo a través de una Bersa cargada que, por suerte o por milagro, no se disparó”.