En los últimos seis años, a partir del golpe contra la presidente Dilma Rousseff, Brasil vivió un verdadero estado de excepción, en que el soberano decidía sobre la vida y la muerte de la población, como sucedió durante la época más grave de la Covid, con una democracia acorralada por las políticas neoliberales y un cuadro impunidad generalizada. Por eso, la asunción de Luiz Inácio Lula da Silva adquirió aires de gesta épica, enfrentando en las urnas a un líder de extrema derecha que colocó toda la máquina pública e inyectó odio en su base electoral para evitar a toda costa ese triunfo.
“Nunca los recursos del Estado fueron tan desvirtuados en provecho de un proyecto autoritario de poder” “Nunca los recursos del Estado fueron tan desvirtuados en provecho de un proyecto autoritario de poder”
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El presidente Alberto Fernández viajó a la asunción de Lula en Brasilia. Tuvieron un primer encuentro en el que reestablecieron relaciones bilaterales y el retorno del gigante sudamericano a la Celac.
Foto: Eraldo Péres / AP
Haber sido uno más, de esa marea humana que llegó a Brasilia para conmemorar ese triunfo en el que confluyeron militantes y votantes de todo este vasto país es parte de esa gesta. Miles, y miles viajaron varios días para llegar y dormir en los diversos alojamientos colectivos que fueron organizados, para que el día primero de Enero pudiesen estar en la Plaza de los Tres poderes y ver a Lula bajar la rampa. Una verdadera fiesta popular y aunque se anunciaba lluvia, el sol quiso desmentir los pronósticos y brillo intenso sobre nuestras cabezas.
Mientras la concentración multitudinaria esperaba, para pasar por los puestos de seguridad, las personas intercambiaban impresiones y sentimientos, “Brasil está de vuelta”, “derrotamos el fascismo”, “estoy con el alma limpia”, “el genocida se fugó”, “valió la pena todo el esfuerzo para venir”, y el color rojo aumentaba y se imponían en los amplios espacios de Brasilia. Muchos cánticos ironizando a Jair Bolsonaro y grupos de batuque en el camino a la explanada, muchos formados por mujeres con vestimentas coloridas, surgían muñecos gigantes con la imagen de Lula, grupos indígenas agitando “maracas”, y diferentes generaciones, identidades y clases sociales afirmando el triunfo y la alegría después de tantos años de infamia. Y el infaltable trompetista, que cuando Lula estuvo en la cárcel tocaba todas las mañanas, desde el campamento que había instalado cerca de la prisión en Curitiba, el “buen día presidente Lula”, para acompañar a Lula en esa triste jornada de injusticia.
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Asunción y discurso de Lula en el Palacio de Planalto. Luiz Inácio da Silva junto a su esposa, la socióloga Rosângela da Silva, también a su lado el vicepresidente Geraldo Alckmin y su esposa.
Foto: Silvia Izquierdo / AP
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En la ceremonia de asunción, que en Brasil se consolida con la subida a la rampa del Palacio del Planalto, toda esa diversidad social estaba presente, inclusive en la propia rampa. Como Bolsonaro se negó a cumplir el rito democrático (viajó unos días antes a Estados Unidos en el avión presidencial) había muchas dudas sobre quién iría a entregar la banda presidencial, si sería el vicepresidente, el presidente de la Cámara de senadores o la presidenta del Supremo Tribunal. Pero fue una sorpresa para todos, inclusive para los medios corporativos. Representando la diversidad social e identitaria del Brasil, junto con Lula y Janja (la esposa de Lula, la socióloga Rosângela da Silva) subieron a la rampa: el cacique indígena Raoni; una mujer que había sido voluntaria, como cocinera, en el campamento cuando Lula estuvo en la prisión; un influencer discapacitado, que participa en la lucha por la inclusión; un niño negro de la periferia de San Pablo; un profesor de portugués; un joven obrero metalúrgico, que también es parte de una banda de RAP; un artesano que estuvo 580 días en el campamento “Vigilia Lula Libre”, en Curitiba y una mujer, que desde chica trabaja como recolectora de basura y actualmente preside una cooperativa de recolectores, que fue quien le colocó a Lula la banda presidencial. Una escena con fuertes referencias simbólicas y que representa el extremo opuesto a los símbolos bolsonaristas de extrema derecha: los dedos índice y pulgar simulando un arma.
El discurso que Lula dio en el Congreso merece una atención especial porque ahí se delinean los principales compromisos del nuevo gobierno, que tiene una composición de Frente Amplio, con partidos de izquierda y varios partidos de la derecha liberal.
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Desde todo Brasil viajraron al Palacio de Planalto en apoyo al líder del PT. Lula da Silva, asume su tercer mandato.
Foto: Andre Penner / AP Brasilia
En el discurso, después de hacer una serie de críticas contundentes al gobierno Bolsonaro, “nunca los recursos del Estado fueron tan desvirtuados en provecho de un proyecto autoritario de poder”, “un gobierno que diseminó mentiras a escala industrial”, Lula hizo mención a sus anteriores gobiernos (2003/2011 y 2007/2011) y enfatizó la situación del Brasil de hoy y las acciones inmediatas, prioritarias, a ser tomadas por el nuevo gobierno : “Nuestras primeras acciones buscan salvar del hambre a 33 millones de personas y de la pobreza a más de 100 millones de brasileras y brasileros, que tuvieron que soportar este duro proyecto de destrucción nacional que hoy concluye”.
Hay muchos desafíos, porque se trata de un frente amplio programático, pero Lula dejó claro que será un proyecto nacional y popular y una de las pautas principales es cerrar el ciclo neoliberal, que fue el que implosionó el país en dirección al fascismo. Y prometió atacar las desigualdades y alcanzar la “desforestación cero” en la Amazonia.
(*) Javier Lifschitz, sociólogo, profesor de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (UERJ).