En tiempos en que a ningún espacio político le sobra nada, la mayoría de los dirigentes, tanto del peronismo como de la oposición, apuestan a diferenciarse de manera negativa: resaltan más los defectos de sus adversarios que sus supuestas virtudes. El peor es el otro.
La rebautizada Unión por la Patria y Juntos por el Cambio llegaron atados con alambre al cierre de alianzas y, una vez superada esa instancia, no arriban más fortalecidos a la semana de la presentación de listas.
El cambio de marca del Frente de Todos es una confesión pública de un experimento fallido del que sus mismos creadores no pueden despegarse ni reformatear, más allá del cambio de cartel.
El drama de Cristina es que en su momento más crítico sus principales cartas electorales son Sergio Massa y Eduardo Wado de Pedro, figuras no precisamente ajenas a la gestión sino dos de los principales ministros de una administración con la que la inflación escaló al 114 por ciento anual y con la que los gobernadores sólo se vinculan para defender los recursos de su terruño.
En medio de un festival de globos de ensayo, sobrevuela por estas horas la posibilidad de que el candidato a presidente sea Axel Kicillof. Más que un ascenso, la jugada supondría sacrificar al dirigente que mejor retiene los votos del kirchnerismo para traccionar la boleta en la provincia de Buenos Aires y tratar de retener la fortaleza.
Debajo del ruido de la pelea entre el cristinismo y el albertismo residual por las reglas de las Paso que Cristina, Massa y Máximo se resisten a conceder, subyace la impotencia de la vicepresidenta y su entorno para controlar con un solo joystick el dispositivo electoral.
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A diferencia de 2015 y 2019, Cristina no puede moldear la oferta electoral a su gusto, o al menos imponer condiciones, y debe abrir la primaria a un Daniel Scioli convencido de que la época demanda el producto que él ofrece y va por su revancha personal. Se verá cuántos dirigentes heridos logra subir a su ambulancia náutica o si las trabas burocráticas del heredero bipresidencial y titular del PJ bonaerense dañan su nave y hacen naufragar su candidatura.
En el peronismo acecha el fantasma de las elecciones legislativas de 2017, cuando la negativa de darle la Paso a Florencio Randazzo —cuyo jefe de campaña era el propio Alberto Fernández— le sirvió a Cristina para demostrarle a la sociedad y al peronismo en particular que era por lejos la principal referente opositora pero le restó votos clave en las generales y perdió la banca de la mayoría.
Seis años después, una arquitectura electoral mal diseñada puede dejar al peronismo en el infierno del tercer puesto y acelerar la impugnación del liderazgo de la jefa espiritual del movimiento.
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En Juntos por el Cambio la situación no es más armoniosa. La disputa entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich por la ampliación de la alianza entró en un precario alto el fuego que se terminará en cualquier momento.
Al igual que la alianza panperonista, Juntos arrastra varias crisis a la vez. De sentido, sobre qué es lo que mantiene unido a los distintos socios y hacia dónde quieren ir; de liderazgo, por el declive de la figura de Macri, que interviene, y no justamente como árbitro, en los conflictos del PRO, y de competitividad electoral, por el fracaso de la gestión que está fresco en la memoria colectiva y la emergencia de un Javier Milei que, pese a desinflarse, sigue siendo una amenaza.
Las posiciones diametralmente opuestas de Massa y el cristinismo respecto al Fondo y de Larreta y Bullrich sobre con quiénes acordar de acá en adelante —mientras el jefe de gobierno porteño mira hacia el peronismo antikirchnerista de Juan Schiaretti la ex ministra ya blanqueó que en caso de ser elegida presidenta buscará una acuerdo legislativo con Milei— marcan que las actuales alianzas tienen una pronta fecha de vencimiento.
Atentos a la escena nacional y sus derivaciones en la provincia —por ejemplo, para el armado de las listas de diputados nacionales— en el peronismo santafesino observan con estupor el conflicto en la casa matriz de UP.
“Es lamentable, no podés poner a la sociedad de rehén en función de tus disputas internas. El peronismo no está a la altura de las circunstancias, si todavía conservamos posibilidades es por el desastre que son ellos”, reconoce un dirigente santafesino con juego nacional.
En un intento de desmarque a varias bandas, este viernes los cuatro precandidatos a gobernador del peronismo montaron una foto de unidad y trataron de dar el mensaje de que la interna no será una carnicería.
Pese a la postal que tuvo como maestro de ceremonias al presidente del PJ, Ricardo Olivera, Marcelo Lewandowski, Marcos Cleri, Leandro Busatto y Eduardo Toniolli entran a la corta campaña hacia las primarias del 16 de julio con la necesidad de diferenciarse entre sí, pero también con objetivos diferentes.
Mientras Lewandowski corre con ventaja en las encuestas, busca salir de las Paso con la menor cantidad de abolladuras y trata de quedar bien parado para ir a tirar la red en el estanque de los votos independientes, Cleri, Busatto y Toniolli quieren sacarse de encima el meme de los tres Spider-Man idénticos que se señalan entre sí y posicionarse ante un nuevo ciclo en el que probablemente el peronismo será oposición y atraviese un recambio generacional.
Depende de ellos qué tipo de interna tendrá el peronismo santafesino, donde siguen con atención la escalada entre Losada y Pullaro. “Es una interna expulsiva, va a ser muy difícil que puedan hacer campaña juntos. Van a salir rotos de las Paso y eso en un punto va a terminar favoreciéndonos. Cuando el PJ tuvo internas duras fue dificultoso sumar todo para las generales”, recuerda un dirigente que encabeza una lista en estas elecciones.
Mientras en los búnkers de Losada y Pullaro tienen sus encuentras que los muestran ganando la interna de donde muchos creen que saldrá el sucesor de Omar Perotti, en el ala política del campamento de la senadora les gustaría que la discusión baje varios grados la temperatura pero no ven una ruptura. “En política, de todo se vuelve”, aseguran.
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Más difícil de recomponer es la relación entre la política y la sociedad, que parecen en realidades paralelas. La rosca por las alianzas y las listas meten a la dirigencia para adentro justo cuando la ciudadanía se cansó de esperar respuestas.
La movilización de esta semana de la comunidad educativa rosarina y el paro del próximo jueves alertan que en este momento el Estado no puede garantizar dos tareas básicas como seguridad y educación.
El divorcio entre la sociedad y la política alimenta la frustración y la bronca contra la dirigencia, que se expresa a través de diferentes síntomas, como la caída en la participación electoral, el crecimiento del voto nulo o en blanco o la propia aparición de Milei.
El problema es que la crisis de representación demanda liderazgos fuertes y legitimados para dar respuesta a los problemas, en un momento en que para cada vez más sectores de la sociedad se difuminan las diferencias entre los políticos y los ven como parte de lo mismo.