El asesinato del candidato a la presidencia de la República del Ecuador, Fernando Villavicencio, es, por lo menos, una tragedia histórica. Su muerte no solo supone el fin del ideal democrático de Patria, sino el fin de la disidencia política, el fin del disentimiento pacífico, el fin de los días de paz. De ahora en adelante, pensar contra la hegemonía del crimen que controla este Estado débil y fallido será razón suficiente para enfrentar la misma suerte que el candidato a la presidencia. En ese contexto, mientras se reacomodan las estructuras electorales de cara al próximo domingo, este lunes asesinaron al candidato Pedro Briones, referente del partido Revolución Ciudadana.
La última afirmación, para nada, es exagerada. Basta con volver la vista a los últimos dos procesos electorales que ha vivido el Ecuador. En los comicios del 2023 se registraron 61 atentados violentos contra políticos. De estos, 29 fueron ataques armados, 23 asesinatos y 10 agresiones de otro tipo. Y para las elecciones anticipadas de agosto del 2023, la situación no sólo no ha cambiado, sino que ha empeorado. Se suman múltiples amenazas que lleva a los candidatos a advertir y tomar medidas de seguridad
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Momento de los disparos, se ve a los simpatizantes de Fernando Villavicencio tirarse al piso en resguardo.
Foto: API vía AP
En las pocas semanas de campaña política que lleva el país ya se contabilizan tres asesinatos. El 17 de julio, Ryder Sánchez, candidato a la Asamblea Nacional por la provincia de Esmeraldas (una de las más afectadas por el crimen organizado y cuya tasa de homicidios, de 73 por cada 100 mil habitantes, la sitúa como la tercera zona más violenta de América Latina) fue baleado a la salida de un mitin político. El 24 de julio, Agustín Intriago, el alcalde de Manta (una de las ciudades más importantes de Ecuador) fue acribillado durante la inauguración de una obra pública. Y este miércoles, 9 de agosto, apenas 11 días antes de las votaciones, Fernando Villavicencio, uno de los candidatos con mayores posibilidades de triunfar en estos comicios, también fue asesinado.
En este contexto de sangre y muerte, el miedo ahoga. La esperanza es tan lejana que ya no se sabe cómo recordarla. Hemos caído en un punto de no retorno, donde el Estado se ha vuelto incapaz de garantizar los más elementales derechos de la ciudadanía.
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Debido a sus investigaciones sobre corrupción, crimen organizado y narcopolítica, Fernando Villavicencio recibió múltiples amenazas de muerte durante la campaña electoral. Todas ellas fueron reportadas ante la Fiscalía y el Consejo Nacional Electoral. Sin embargo, sus asesinos no encontraron ningún obstáculo, ninguna barrera que impida destrozar en mil pedazos la cabeza del candidato presidencial.
El protocolo de seguridad falló. Y falló estando sobre aviso, falló, incluso, cuando todos sabían con gran certeza lo que podría pasar.
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El destino de Villavicencio, muy probablemente, será el destino de 18 millones de ecuatorianos. Sabemos que estamos en riesgo y también sabemos que nadie será capaz de defendernos. Los Estados débiles y fallidos no solo pierden el control administrativo de sus instituciones, sino también las nociones básicas de humanidad.
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Quito militarizada por el crimen de Fernando Villavicencio.
Foto: Dolores Ochoa / AP
Se puede afirmar que el sentimiento generalizado es que, estamos solos, desamparados, absolutamente indefensos. Y, al parecer, la política es lo último a lo que queremos recurrir. Existe un hastío horizontal y por demás de justificado. No cabe en la cabeza de nuestra gente que la sangre de “Don Villa” no sea honrada, sino utilizada vilmente como una herramienta de posicionamiento político por parte de sus adversarios.
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Las elecciones anticipadas del próximo 20 de agosto encontrarán al Ecuador trágicamente fracturado. Con la horrible sensación de que en esta tierra ya nada crece. La esperanza ha abdicado. El desasosiego nos gobierna. El pesimismo es la carta de presentación. En estos días no hay consuelo posible, en estos días es totalmente legítimo creer que hemos sido derrotados. Hoy es tiempo de sentir cómo la violencia nos ha destrozado el corazón, y el espíritu cívico y democrático.
Enorme tarea le queda a los referentes políticos para reconstruir la conexión del sistema de representación, y la interpelación a los votantes, que en su muy amplia mayoría, pregonan desde su lugar de ciudadanos, la democracia republicana.
(*) Álvaro Terán A, periodista de Quito, Ecuador.