Muy lejos de la comicidad -el lenguaje que le es más propio-, en "Lo que teme a la noche" no hay humor. Sencillamente porque a él no se le ocurrió que aparezca. Pero sí aparece y mucho la idea de la muerte, algo que incluso desde el humor le importó no esquivar.
Mientras los humoristas tradicionales suelen alejarse de la muerte y de la angustia para hacer reír, los productos televisivos que llevan su marca personal siempre jugaron a contrapelo de esa afrenta. La muerte, lo que duele, la finitud, fueron siempre los resortes para su hacer cómico por fuera de lo que está bien. Si en el humor costumbrista y políticamente correcto un carnaval carioca no es más que un carnaval carioca, en el de Capusotto el trencito festivo puede terminar con un infartado en el medio de la fila mientras los demás siguen bailando como si nada pasara. Lo que sucede es angustiante, pero en ese marco trágico cuando nadie mira al caído la risa también es una respuesta posible.
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Aunque los poemas de Lo que teme a la noche nacieron en plena pandemia, asegura que no fue el Covid el motor de este proyecto; en todo caso, fue la posibilidad. En pausa en su rol de actor junto a la galería de personajes tan absurdos como críticos de la mano de Pedro Saborido y del personaje de Tadeys en el teatro, Capusotto emprendió la tarea solitaria de escribir aunque enseguida encontró un socio. “No estaba con problemas económicos ni con la cosa imperiosa de hacer algo, sino preocupado por la situación. Y empecé a hacer esto como un ritual. Salía a caminar por el barrio y salían las imágenes. Una cosa está concatenada a la otra”, cuenta.
Escribir en pandemia sobre la incomodidad, la muerte, lo incierto y la intemperie pero sin mencionar a la pandemia es el resultado de una búsqueda que el actor venía transitando hace años pero que encontró su voz y su forma de decir a partir del repliegue del 2020. “El impacto en el tejido social”, así resume lo que le preocupaba contar. Algo que no se empezó a resquebrajar en los tiempos de Covid, sino que venía de un arrasamiento de los cuatro años de gobierno macrista: “No hace falta un virus que venga a amenazarnos para saber que la cosa no está organizada. En este libro desemboca un montón de preocupaciones de muchos años. Ahora como salió la vacuna se supone que puede mermar o tener un final mejorado o feliz, pero esto vino a potenciar una idea que ya tenía sobre la inseguridad desde antes”.
—Te conocemos por tu faceta humorística. Arriesgo a decir que de las primeras veces que te vimos en Rosario fue hace más de veinte años como invitado al Festival que en ese momento era de video latinoamericano (y ahora es de cine) por el ciclo Todo x 2 pesos ¿Cómo te sentís hoy siendo invitado al Festival Internacional de Poesía? ¿Te da pudor que te digan poeta?
—Me cuesta hasta que digan “Capusotto es humorista”. ¿Qué es usted? Y ahí me encanta decir: “Esto que está soy yo”. Es cierto que tengo una referencia más con la actuación y cuando te invitan a un festival de poesía entiendo de qué viene. Pero uno no escribe un libro así porque un día se levantó a las ocho de la mañana y le empiezan caer palabras con esta potencia o este volumen, sino que es algo que uno viene escribiendo a su tiempo, a cuentagotas. Módicamente algunas gotitas que se caen, se desparraman y toman la forma de un libro. Me da siempre pudor la definición, ya sea de actor o humorista. Hago esto que hago y hay un montón de cosas que no hago y no sé hacer. Mitad útil y mitad inútil, te diría.
—¿Y cómo surgió la idea de Lo que teme la noche, este libro de poesía?
—Me venía rondando hace tiempo, sabía que iba a escribir algo ligado a ese lenguaje. Estaba sin actividad teatral, que se cortó al comienzo de marzo de 2020. Casualmente le mandé un saludo a una amiga vía mail y eso que le escribí luego formó parte de una de las poesías, que es un lenguaje al que suelo habitar de vez en cuando, alejándome del día a día. Me pareció interesante y empecé a darle un impulso. Entre esos amigos estaba Daniel Berbedés, que enseguida me devuelve una foto a partir de una poesía que le mando. La imagen tenía una unidad o un vínculo y a partir de ahí surgió la idea de hacer algo en conjunto. Aunque en ese momento no sabía que esto iba a tomar la forma del libro.
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—¿Tuvo que ver la pandemia o el confinamiento para darte ese espacio de escritura?
—Tenía el ejercicio de escribir más ligado al humor y a los personajes que hacía, pero fue como un impulso, nada pensado, ni organizado de mucho antes. Porque nunca nada de lo que hago es armado de antes. Sino que siempre nace a partir de un impulso o de otro que te dice, como en el caso de la televisión, si querés hacer algo. Y eso siempre es bienvenido. Aunque no tuvo que ver el repliegue que todos tuvimos que tener por la pandemia, me encontré escribiendo eso en plena pandemia. Tiene lógica pero fue inconsciente.
—“Aquí los muertos nos conocemos todos” es el verso con el que abre el libro publicado. Los poemas hablan de la noche, de lo que transcurre en ella, de los que duermen, de los silencios, de los ambientes desangelados, de los territorios un poco a la intemperie pero sobre todo de la muerte.
—Sí, aparece la idea de la muerte porque mucha gente que conocía perdió la vida en este año aunque no haya sido por Covid. Y eso está presente más allá de la pandemia. Hay cierta angustia existencial propia de cuando crecemos. Cuando somos niños nos sentimos inmortales y la muerte es la de los otros. Esa finitud es lo concreto, la angustia, la incomodidad de la vida. No estoy tomado por mi propia circunstancia ni por mi mirada, no es un repliegue personal, estamos una banda replegándonos. Tampoco me preocupa en puro presente, sino que hay un antes que desemboca en ese momento. También van la alegría, la celebración, acompañando a cosas que hemos hecho con Pedro Saborido que no tienen este tono, porque justamente se burlan de la propia angustia. Y para mí también es absolutamente necesario.
—¿Existe una línea que una al lenguaje del humor con el de la poesía?
—No hago más que salir de ciertas zonas oscuras para involucrarme en el lenguaje humorístico, que es un poco más liberador, porque me permite parodiar esto que acá hago en otros términos. Hay un lenguaje en el que me ubico cómodamente que es el humor porque uno empieza a inventarse un mundo más ameno. Ahí no existe un límite ético y moral. Todo es posible. En el humor nos permitimos matar, morir, que nos maten, revivir, y también deviene de otras zonas más graves que están reflejadas en la poética.
—Con Pedro Saborido conformás una sociedad de amigos donde explorás desde hace años el humor pero siempre encarnando la crítica y la denuncia, aunque sin dejar de lado cierta travesura. Escribís algunos de los monólogos de tus personajes, de hecho, hay cierta letra tuya en la querida Violencia Rivas ¿Cómo fue hacer lugar a esta voz tan propia en la la poesía?
—En ese final donde Violencia Rivas se acerca a cámara y sintetiza todo lo que se viene contando antes, Pedro me dejaba escribir a mí. La raíz de ese personaje tiene mucho de la raíz del libro y de mí haciendo ese libro. Hay ahí como una especie de cruce entre ese texto de Violencia Rivas y esto que está en el libro. Ella terminaba sentenciando algo demoledor, un cachetazo pero de otro sentido. Mezclar esos lenguajes me gustó, no lo hice acá, no hay nada humorístico que sobrevuele este libro, nunca me abordó la idea de tener que hacerlo porque se me conoce como humorista. Escribí esto para salirme de acá, un punto de fuga a ninguna parte. Probablemente tenga más incorporado este lenguaje que el humorístico, no es algo que irrumpió ahora. Hay un lenguaje que me resulta más conmovedor en lo poético que en lo que uno habla habitualmente todos los días.
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—La tarea del escritor suele ser un acto en solitario, a diferencia de la actuación. ¿Qué pasa con el intercambio con los lectores? Solemos decir que el libro se completa con cierto contrato de lectura. ¿Cómo lo ves?
—Replegarme y escribir me viene bien porque estoy en un afuera permanente y meterme para adentro es interesante. No necesito estar siendo todo el tiempo actor. Pero no me sentí poeta, fue una actividad que me dio mucho placer hacer. Lo que está escrito ahí es un montón de fantasmas y de otras voces que uno leyó. Cuando se hace público algo pasa como cuando el programa se ve y entonces muchas de esas palabras circulan y el otro se apropia y hace una lectura. Es verdad que mucha gente puede tenerme como referente y ampliar su mirada si tiene una admiración por mi persona. Pero independientemente de eso empieza a circular la propia poética entre todos. Cada tanto vuelvo y leo el libro y digo: “Mirá qué bueno esto que escribí”. O me pongo a pensar si eso lo escribió otro. Son ejercicios de la propia vanidad personal y me digo: “Mirá qué bueno”.
—La gente se apropia del lenguaje, de las ideas, de los nombres de tus personajes. Hay una manera popular de ver las cosas y de decirlas. ¿Sentís que pasará con la poesía lo que pasa con la televisión?
—Me atrae mucho lo que captura el otro de esas palabras, cómo las hace propias, como empiezan a circular, lo que le pasa al otro con lo que uno escribió puede ser muy distinto. Es habitual en Pedro y en mí la referencia a personajes y expresiones que son los que uno ve permanentemente cuando sale a la calle. El programa o la potencia de un personaje que se mueve a través de un cuerpo en un espacio funciona como espejo, es más directo en el espectador, alguien que se mueve y que habla. La lectura es más misteriosa.
—¿Qué libros leés? ¿Qué poetas te marcaron a la hora de escribir?
—Me gustan los poetas malditos, me han llamado la atención Olga Orozco, Alejandra Pizarnik, también Borges. Si bien he leído más novelas o cuentos que poesía, tengo como referente El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Hay otras voces que aparecen o que están hermanadas en términos de curiosidad o de sensibilidad con lo que a uno le pasa. Este libro me impactó mucho porque tiene esos retazos, esa especie de aforismos, como Nietzsche los tenía y me gusta ese tamaño de poesía. Hay mucho en mi libro de eso. Y no es que leí a Pessoa y dije “tengo que hacer un libro así”. Pero fue un empujoncito. Hay libros que uno lee, como este, que dan una especie de cimbronazo. Conectar con la palabra y con la posibilidad de que esa palabra no solo sea leída sino escrita por mí.
—Hay desazón, cierta melancolía, hay virulencia pero también resistencia. Y hay algo que dialoga y se engarza entre esos textos con la mirada de Daniel Berbedés que es en blanco y negro y tan potente como conmovedora. ¿Cómo fue el trabajo de cruzar lo textual con la imagen?
—Hay una idea común con lo que hace Daniel. Hay una unidad entre imágenes y palabras. En ese proceso los dos fuimos apropiándonos de la idea y de lo que podía circular ahí. Se dio algo interesante: ¿cómo la imagen de una fotografía adquiere una tenacidad y una tensión que en las palabras son múltiples? Había un punto en común entre lo que yo escribía, una especie de hermandad. Me sorprendía y esperaba las fotos como él esperaba los textos. Y ahí se armó una sociedad.
—El libro parece que no fuera luminoso, que por momentos todo se tornara apocalíptico, lleno de esquirlas, de descomposición, hay desmoronamiento, hay vacío, está flotando la sensación de que algo explotó y hay que reunir los pedazos. Pero me detengo en estos versos para preguntarte qué lugar hay para el amor y para los vínculos aun en el derrumbe: “De pronto / la cara de mi compañera tapó todo. / Y me recosté / feliz / sobre ella”.
—Eso es lo reparador. El amor, una compañera de vida, están mis hijas, mis amigos, mis amigas, que claramente me salvan. Y también hay algo que es la contraofensiva. No es solo la posibilidad de una derrota inapelable sino que en mucho de esa poesía hay una resistencia a lo que nos obtura y nos quiere encerrar. Hay también algo de pararse y afrentar. Uno está pasando por un proceso sociopolítico donde es necesaria una resistencia. No es que no se puede hacer nada. Es también: “Sepan que si nos van a espiar van a encontrar respuestas del otro lado, no nos vamos a dejar espiar nada más”. Y el amor es lo que acompañás y te acompaña.
Daniel Berbedés recita. del Libro "Lo que Teme la Noche" Poema de Diego Capusotto
Un poema de Diego Capusotto
Con la paciencia de una herida / El tiempo / Ese despertar impiadoso / inventará un futuro / con los minutos contados / Aquí y ahora