“Para cocinar solo necesitas saber la receta y yo me la sé al pie de la letra”. Como un axioma, el actor Bryan Cranston representando a Walter White, el profesor de química de un colegio norteamericano que cocina metanfetaminas y es uno de los protagonistas de la serie Breaking Bad (Sony Picture Television 2008-2013), asegura con esas palabras uno de los costados del mundo de las drogas y su monumental negocio. Los especialistas aseguran que en Rosario no hay cocinas de cocaína desde noviembre de 2015, fecha que marcó la caída de Horacio “Viejo” Castagno, Daniel “Pinkman” (como Jesse, el otro personaje determinante de Breaking Bad) Monserrat, Alejandro Flores y Diego Fabián Cuello, cocineros y proveedores de la banda que tuvo como líderes a Ariel “Guille” Cantero y Jorge “Ema” Chamorro y que fue juzgada Tribunal Oral Federal 3 en una causa bajo el nombre de “Los patrones”.
“Más o menos desde esa fecha que no se secuestra en Rosario pasta base (insumo imprescindible para la fabricación de cocaína). Lo que hay en Rosario son laboratorios donde se «estira» la cocaína (para multiplicar su volumen y obtener mayores ganancias)”, explicó una fuente de una de las fuerzas federales que trabajan en Rosario. El laboratorio al que hizo referencia este vocero policial es el que funcionó hasta el mes pasado en Espinosa al 6200, barrio Bolatti, y que era parte de la empresa criminal que encabezaban Julio “Peruano” Rodríguez Granthon como “responsable de la estructura criminal” y al empresario Gustavo Pedro Shanahan como el encargado de licuar el dinero en pesos a moneda dólar que le permitiera a la banda comprar cocaína. Este tipo de droga se compra con dólar billete sin contemplaciones. Y puesta en Rosario tiene un valor por kilo de alrededor de 6 mil dólares.
Cocinas y laboratorios han coexistido en Rosario desde la década del 90, tiempos de Jorge Rubén Halford, el hombre que se atrevió en abril de 2011 y durante un juicio oral y público a denunciar que “en Rosario nadie vende drogas sin permiso de la policía”; José Luis “Pepón” Salerno y sus socios José Luis Salazar y Sergio “Toroncho” Bonfiglio. Pero fue con la llegada de este siglo, y la masificación del consumo, que el gran público de la crónica policial comenzó a familiarizarse con el término “cocina de cocaína”. La cocaína es una droga de base vegetal. Para fabricarla se necesita realizar una serie de pasos, a manera de receta, que pueden ser llevados adelante por personas que jamás hayan pasado por un curso avanzado de química. Para tomar dimensión de lo que se habla, se puede sostener que para obtener un kilo de pasta base, materia esencial para la fabricación, se requieren 150 kilos de hojas de coca.
En Internet circulan cientos de tutoriales para cocinar cocaína no aptos para intrépidos, ya que los precursores químicos necesarios para la fabricación son altamente combustibles. Para cocinar un kilo de cocaína de buena calidad se necesitan entre 2 y 2.5 kilos de pasta base y una serie de precursores químicos como acetona, ácido sulfúrico y éter, entre otros, según explicaron investigadores. Los precursores químicos están reglados por la ley 26.045 (promulgada en junio de 2005) y 27.302 (que desde noviembre de 2016 pena el desvío ilegal de los precursores) y están fiscalizados por el Registro Nacional de Precursores Químicos (RENPRE), perteneciente al Ministerio de Seguridad de la nación. La pasta base no tiene cotización en Rosario, ya que los investigadores dicen que no se la encuentra en los allanamientos, y la cocaína a esta zona llega ya fabricada en lo que actualmente en el mercado se conoce como "laja".
Mucho más que cocaína
A falta de un mercado legal, la cocaína que inhalan los consumidores rosarinos puede ser mucho más que cocaína. En las cocinas se fabrica la droga y en los laboratorios se la estira, se la multiplica. A Rosario la cocaína que llega lo hace a una pureza del 70 al 75%. Para mantener una “pureza” digna, los transeros deben multiplicarla por tres: un kilo de máxima pureza puede llevarse a tres de pureza relativa obteniendo más dosis de menor calidad y de este modo lograr un rédito económico mayor.
Pero distintos investigadores de fuerzas nacionales indicaron que hoy en la ciudad no se consiguen dosis con una pureza superior al 20 por ciento. Y para abajo puede tocar el piso del 1 por ciento de pureza. Algo que puede ser leído como 99% de químicos, en el mejor de los casos, con los que se “engordó” aquel kilo de máxima pureza para restarle calidad pero aumentar el volumen de dosis.
image - 2021-11-27T151839.842.jpg
¿Con qué se engorda un kilo de máxima pureza? Todo depende de los escrúpulos del transeros. La idea siempre es sumar sustancias que generen la sensación de estar ingiriendo cocaína. Se le pueden sumar analgésicos o edulcorantes (procaína, tetracaína, benzocaína, lidocaína, paracetamol, cafeína, Manitol, glucosa o el antiparasitario para perros Levamisol, entre otras). Muchas de estas sustancias deben ser controladas por la Dirección de Vigilancia de Sustancias Sujetas a Control Especial _ex Psicotrópicos_ de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT). Otros siniestros componentes para multiplicar el rendimiento del kilo de cocaína son pesticidas, vidrio molido, virulana, tiza o polvo de mercurio (metal noble altamente tóxico para la salud contenido en el interior de los tubos fluorescentes), entre otros.
>>Leer más: Cae una banda que controlaba una cocina y un laboratorio de cocaína
Desde 2014 cuando en Rosario comenzaron a desarticularse los búnker fortificados y con custodia armada donde un pibe reducido a la servidumbre vendía droga a granel, el mercado de la venta de estupefacientes evolucionó hacia la venta callejera y el delivery. Y la costumbre fue fortalecida por la pandemia y las medidas restrictivas. Los adictos de clases más acomodadas ya no tienen que arriesgar su suerte yendo a comprar a los puntos de ventas en la periferia. Piden su cocaína a través de contactos en aplicaciones de mensajería como WhatsApp , Telegram, Messenger, Signal y pactan encuentros a partir de la localización del GPS del celular. La droga les llega por un delivery, en moto, bicicleta o vehículo de alquiler, tiene un costo superior porque el riesgo lo corre quien transporta el estupefaciente.
Tuerto Boli
El 28 de febrero de 2008 agentes de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) realizaron un megaoperativo en la zona noroeste de la ciudad. Fueron cinco allanamientos ordenados por la Fiscalía Federal 1 en el marco de una pesquisa originada en mayo de 2007 a partir de la declaración de un testigo de identidad reservada que apuntó de lleno contra Roberto Del Valle Padilla, el “Tuerto Boli”. El hombre, al que le habían encontrado una cocina de drogas en la que había 10 kilos de cocaína y 754 mil pesos, y que fue condenado a 6 años de prisión en un proceso abreviado en 2010. Un profesional del derecho al conocer el monto de la pena dijo: “El día que se terminen los juicios de lesa humanidad, esta gente (por la Justicia) va a caer sobre el monto de los acuerdos que cierran”. El Tuerto Boli fue asesinado la noche del 4 de diciembre de 2012 a la vuelta de la comisaría 17ª. Por entonces gozaba de libertad condicional. Por su crimen fue investigado Gustavo “Tuerto” Cárdenas, condenado a 9 años de prisión como líder de una banda narco que tenía como buque insignia el histórico “búnker del medio”.
image - 2021-11-27T151938.780.jpg
El monto del abreviado que cerró el Tuerto Boli contrastó con la sentencia contra otro cocinero: Jorge Selerpe. Este, junto a Marcelo Sesia y Juan Romero, recibieron 12 años de cárcel tras un juicio oral ante el Tribunal Oral Federal 2. En mayo de 2008 los habían detenido con dos cocinas de cocaína: una instalada en Fragata Sarmiento 3348 y la otra en San Lorenzo al 8500. En los lugares allanados se encontraron panes de cocaína y precursores químicos. Jorge era el padre de Jorgelina Andrea “Chipi” Selerpe, la pareja y madre del hijo de Alan Funes. Está en prisión domiciliaria cumpliendo una condena homologada en un proceso abreviado durante abril de 2020 a tres años de prisión efectiva.
>>Leer más: Una radiografía del mercado de la venta de droga en Rosario
Entre 2008 y 2013 el boom de la serie estadounidense producida por Vince Gilligan introdujo el mundo de las cocinas de drogas a las charlas de café, las conversaciones de oficina y las sobremesas. Breaking Bad, Walter White y Jesse Pinkman, cocineros de metanfetaminas, multiplicaron el público de las crónicas del espectáculo pero también del policial. Cuando la serie terminaba en su país de origen, la Policía Federal montó un operativo de 23 allanamientos sobre Rosario, Funes, Roldán y el Cordón Industrial. En un chalet ubicado en el barrio Country Club de Funes Daniel Delfín Zacarías fue detenido en septiembre de 2013. En la lujosa vivienda los investigadores encontraron una cocina que estaba en condiciones de producir hasta 100 kilos de cocaína por día. En la planta alta de la casa, en dos cocinas y tres habitaciones adaptadas estaba montada la fábrica. Entonces se secuestraron 300 kilos de pasta base y cocaína y 1.300 litros de precursores químicos que el propio Zacarías había ido a buscar a la localidad bonaerense de Don Torcuato . Hace tres años fue condenado a 16 años de prisión como responsable de la cocina y ahora está acusado ante el Tribunal Oral Federal 1 de Rosario de ser líder de una organización criminal dedicada a lavar activos de origen ilícito producido por el comercio de estupefacientes, introduciendo al circuito legal bienes de origen espurios.
Pinkman
“Qué onda Pinkman”, escuchó en su celular Horacio Castagno, uno de los condenados en la causa Los Patrones como cocinero de cocaína de la banda. El hombre reconoció la voz y respondió automáticamente: “Que hacés Pinkman”. Era su colaborador en la fabricación de la cocaína para la banda, Daniel Monserrat. Así, los cocineros de la banda de Guille Cantero y Jorge "Ema" Chamorro se reconocían mutuamente con el nombre de uno de los protagonistas de Breaking Bad: Jesse Pinkman.
Los chefs de estupefacientes tenían su base en un departamento del cuarto piso de Corrientes al 1900, barrio Del Abasto. Los cocineros "Pinkman" trabajaban para Diego Cuello, dueño de la narcochacra de Alvear donde se incautaron 19 kilos de droga en abril de 2013, causa de la que terminó absuelto por irregularidades en el procedimiento. En el procedimiento en cuestión un video expuso como un policía, “secretario de uno de los jefes policiales presentes”, se llevó “una bolsa negra de consorcio” con dinero al grito de ¡Bingo!, según describió la entonces la fiscal de primera instancia Lucía Aráoz. Para la estadística quedará que, por el momento, la última cocina de cocaína cayó en noviembre de 2015, más precisamente el 26, a manos de la Policía Federal.
>>Leer más: Encontraron 60 kilos de cocaína al allanar una casa atribuida a Los Monos
image - 2021-11-27T152044.908.jpg
Hace una semana el Tribunal Oral Federal 3 condenó a Walter Daniel “Dulce” Abregú, de 43 años y acusado de controlar el trafico de drogas en la zona del Fonavi Parque Oeste. Banda que operó al menos desde marzo de 2014 hasta hasta agosto de 2019, cuando el hombre fue detenido. Según la hipótesis del fiscal federal Federico Reynares Solari, Dulce proveía a Ramón Gerónimo “Campito” Giglione de pasta base para que éste cocinara la cocaína que luego vendían aún estando preso. En ese sentido, la pesquisa determinó que vía mensajes de celular le pasaba la receta a otra de las condenadas, Leonor María Franco, y ésta le informaba paso a paso, y con fotos, como iba evolucionando el proceso. La cocinera on line trabaja en su casa de Cereseto al 6000, en el barrio Las Delicias.
En una comunicación telefónica intervenida judicialmente, Campito se contactó con una mujer (que para la acusación es Leonor Franco) quien le fue indicando el punto de cocción. La mujer le describía que la sustancia “estaba marrón”. Y le fue contando como iba quedando la droga cuando comenzaba a secarse. Más tarde volvieron a comunicarse y ella le envió una foto a Campito. Entonces éste exclamó que estaba todo bien: “Se está poniendo blanca”, le dijo.
Campito es historia viva de la evolución del mundo de las drogas en el barrio Tablada desde la década del 90, cuando alternaba las guitarreadas en peñas y había grabado su único disco, “Guitarra para el corazón”, como Ramón Campo, y su actividad como cocinero. Giglione ya había caído preso en septiembre de 2010 con una cocina de cocaína en la que se hallaron 20 kilos de esa droga y precursores químicos, en una vivienda de Convención y 24 de Septiembre. “Más allá de que vendiera droga, usted no sabe lo lindo que toca la guitarra «Campito». Acá (donde funcionaba la cocina) se armaban unas peñas impresionantes. Daba orgullo verlo tocar”, comentó un vecino de la cocina el día en que los uniformados le pusieron fin a su negocio.