“Si ciertos tipos de violencia invalidan el lenguaje, ¿cómo tener en cuenta el tipo específico de daño que el lenguaje mismo produce?”, Judith Butler.
Dibujo: Chachi Verona
“Si ciertos tipos de violencia invalidan el lenguaje, ¿cómo tener en cuenta el tipo específico de daño que el lenguaje mismo produce?”, Judith Butler.
Los medios de comunicación intervienen en las acciones cotidianas. Lo que se nombra como “normal” le da voz a diferentes estereotipos sociales que luego se desean y se reproducen. Los mensajes de odio, las posturas discriminatorias, las palabras peyorativas, la risa cómplice y burlona sobre los cuerpos hacen mella, de manera imperceptible, en quienes consumen estos discursos.
Mirar la tele o scrollear en el teléfono son acciones que muestran un escenario en el que se conjugan tensiones, conflictos, diferentes miradas propias del significativo avance en el reconocimiento de derechos y de las resistencias de quienes se niegan a construir un mundo más igualitario.
Los discursos de odio aparecen como la expresión pública consciente e intencional de contenidos de hostilidad y rechazo hacia personas o grupos, tomando características raciales, étnicas, religiosas, de nacionalidad, de género, identidad u orientación sexual. Los discursos de odio generan estigmatización, discriminación y hasta la muerte.
¿Qué escenarios permite imaginar la ESI (educación sexual integral) ante la desinhibición de miradas y mecanismos racistas, misóginos, homolesbotransodiantes y clasistas en las redes sociales, en la televisión, en la radio?
Desde la sanción de la ley 26.150 en el año 2006, la educación sexual integral plantea una oportunidad para abordar en la escuela un conjunto de contenidos y prácticas sobre los distintos aspectos involucrados con la sexualidad, comprendiendo sus factores biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y éticos. Entre sus ejes centrales se encuentran los derechos humanos y el respeto por la diversidad y las disidencias, considerando que compartir la vida con otras u otros nos enriquece en la medida en que nos pone en contacto con experiencias y trayectorias personales distintas a las propias.
La escuela, la docencia en particular y el propio posicionamiento en relación a las diferencias supone desafíos: la revisión de los vínculos con las distintas formas de identidad que habitan y circulan en las instituciones, las oportunidades de aprendizajes en los conflictos y las preguntas sobre la correspondencia entre la planificación curricular y lo que acontece. Estas acciones interpelan las bases de un orden social, de un sistema de privilegios que es desigual y excluyente.
La construcción de discursos de odio es un fenómeno social, político y cultural que se sustenta en diferentes dimensiones: institucional e individual/interpersonal, impregnando las relaciones sociales, culturales, económicas con las que se organizan nuestras sociedades. Las instituciones y las personas ejecutan, reproducen, en muchas oportunidades, decires con una inmensa carga discriminatoria, naturalizados e instalados en las maneras de hablar y nombrar.
La reproducción de estos discursos no constituye una reacción u opinión individual, sino que responde a sistemas de pensamiento y poder desde donde se construyen decires, imágenes y prácticas. Es necesario entonces preguntarse y reflexionar sobre las formas en que se expresa el odio hacia los grupos de personas históricamente excluidos e invisibilizados. Mientras el odio —se llame transfobia, lesbofobia, racismo, xenofobia o gordofobia— no se cuestione y se deconstruya en todas sus expresiones, tendremos mucho trabajo por hacer.
La ESI acompaña el desafío de pensar un concepto de igualdad desde el reconocimiento de las diversidades y también, desde sus contradicciones. Abre las puertas a la problematización de las violencias, de las formas de discriminación y exclusión y también a la construcción de sujetos más libres para habitar las identidades que construyan y respetar la de las demás personas. De este modo, su abordaje en las escuelas apunta a transformar algunas condiciones de desigualdad que se manifiestan en expresiones de odio y otras formas de violencia.
Las escuelas pueden ser puentes hacia la liberación del pensamiento, la transformación de prejuicios y la deconstrucción de estereotipos, que permiten hacer pasajes y aprendizajes hacia una convivencia en la diversidad, sin discriminación, encontrando en las palabras que abrazan otras formas de resolución de conflictos y construcción de vínculos sociales. Las escuelas son lugares desde donde contrarrestar, deconstruir y resistir esos discursos. El desafío está planteado.
Tenía unos 70 años y estaba tendido en el interior del predio de Castellanos al 2300, donde vivía. Había manchas de sangre en el picaporte. Secuestraron dos cuchillos y se presume que se usaron ambos en la agresión fatal.
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