Sacar belleza de este caos es virtud, decía Gustavo Cerati. Y ese, quizá, sea uno de los mayores logros de Anne Gabillot, creadora de cosas lindas.
Sacar belleza de este caos es virtud, decía Gustavo Cerati. Y ese, quizá, sea uno de los mayores logros de Anne Gabillot, creadora de cosas lindas.
Nació el 9 de julio de 1990, en Rosario, y vivió buena parte de su infancia en España y Pellegrini.
Su mamá siempre estuvo vinculada al rubro de los supermercados. Por eso, siendo pequeña, Anne pasaba muchas horas entre carritos, paquetes, cajas, latas, frutas, anotadores, y papeles que iban y venían.
Ese mundo de colores la fascinaba. Tamaños diferentes, texturas distintas, etiquetas, letras, formas. Un laberinto de góndolas que recuerda con profundo afecto y que probablemente tuvo mucho que ver con todo lo que vino después en su vida.
La niña inquieta y curiosa tenía un papá “divertido, ocurrente, colorido...era capaz de aparecerse con una peluca, a ese nivel, ¡un personaje!”, según las palabras que salen de su boca cuando recuerda al hombre que todos los miércoles a la tarde la buscaba en el colegio y la llevaba al taller El Unicornio, de María Inés Cabanillas.
En esa casa antigua, repleta de molduras y techos altos, ella encontraba, una vez por semana, una alegría particular. A Anne se le llenan los ojos de luz cuando piensa en esas horas en las que se ensuciaba con arcilla, cuando soldaba, pintaba, hacía grabados, tocaba pinceles, olía acuarelas y creaba objetos con espejitos.
La frutilla de ese postre era la muestra anual. La exposición en la que todos los alumnos mostraban el trabajo del año.
Lejos de inhibirse, a la artista incipiente le encantaba que vieran su obra, que hablaran de lo que era capaz de crear.
Así transcurrieron los años en los que nunca dejó de dibujar, de llenar cuadernos con recortes, con frases propias o sacadas de los libros. Cuadernos inundados de retazos, retazos que a sus 19 años se oscurecieron por completo, cuando falleció su papá.
De ese dolor, nació otra luz. O tal vez el tiempo hizo que esa misma luz se volviera más potente, más intensa que nunca.
“Si ves esos cuadernos, en aquella época, eran todo oscuridad, oscuridad, oscuridad. Pero después sentí que volver al color era un modo de homenajear a mi papá, que era vida en colores”.
Cuando llegó el momento de elegir qué hacer en el comienzo de su vida de adulta, ese tiempo en el que según los mandatos sociales hay que decidir a qué dedicarse de allí en más, a Anne le pasó lo que a tantos y tantas: "Me gustaban tantas cosas que no sabía bien qué elegir".
A su mamá se le había ocurrido que esa hija, la menor de tres hermanos, podía ir por el lado de las ciencias económicas. "Ella siempre fue muy abierta y de incentivarme con lo que me gustaba, pero qué se yo, se le cruzó eso", cuenta sin ocultar la risa.
En medio de la confusión propia de la edad y las ganas de todo se anotó en arquitectura, pero no le duraron ni los cursillos.
Entonces se anotó en Bellas Artes y Diseño Gráfico, para finalmente quedarse estudiando en el Instituto Superior de Comunicación Visual (ISCV) donde se recibió de diseñadora gráfica e ilustradora. Cuando terminó, cursó otros dos años en la UNR y recibió el título de Licenciada en Diseño de Comunicación Visual.
Mientras estudiaba, su alma emprendedora la llevó a crear dos marcas propias Details (de zapatillas intervenidas, pintadas, con tachas) y Woody Muebles, ambas con amigos y socios.
Anne parece haber vivido muchas vidas en poco tiempo porque además de esos primeros trabajos (también estuvo un año como diseñadora en una reconocida marca de ropa) no paraba de pintar, de dibujar y crear estampas en bolsos, cuadernos, cuadritos, tazas.
Hasta que llegaron los grandes espacios, los murales. Y aunque no recuerda exactamente cuál fue el primero, lo cierto es que una vez que empezó, no paró.
El boca a boca fue su mejor vidriera. Transformaba una pared en una casa particular, alguien la veía y la llamaban.
Y también Instagram, su exposición virtual permanente.
Así empezó a rodar una rueda que parece no tener fin y que ya la llevó por un montón de lugares de la ciudad y del país. Hay obras de Anne que embellecen las salas del Sanatorio de Niños, del Hospital Italiano de Rosario, entre tantos otros. Sus diseños y su explosión de tonalidades dejaron su marca en murales de Bariloche, en Buenos Aires (hay varias obras suyas, la más grande en Villa Urquiza), en el hermoso Havanna de Mar del Plata.
Pero Anne también cruzó las fronteras más allá de la Argentina. En Bruselas y en España, sus colores tampoco pasan desapercibidos.
Este año la espera con nuevos desafíos, esos que ella misma propone aunque no sepa bien ni dónde ni cómo siguen.
A media mañana de un miércoles ardiente en Rosario, Anne Gabillot se dispone al diálogo. Verla llegar a su taller de calle Laprida al 1100, a media cuadra del Teatro El Círculo, es una fiesta.
Es un torbellino de sonrisas y palabras. Levanta la persiana, acomoda o desacomoda muebles y objetos que hay por doquier. Muestra os tachos de pintura, sus compañeros entrañables que parecen tener vida propia en esos estantes (“Rosario color me apoya y me acompaña desde 2017, una empresa rosarina que es lo más”).
Aunque todavía la entrevista no empezó ella cuenta cosas sobre su nuevo espacio de trabajo que se llama Puente (lo abrió en diciembre y conviven allí otros artistas que trabajan en sus propias obras), además de que tiene previsto armar distintas actividades, muy variadas, durante el 2023.
La artista va de acá para allá, repasa momentos mientras pone un ramo de flores en un frasco, un ramo que trajo “puesto”, y vuelve a sacarlo porque prefiere tenerlo en la mano.
Anne atrae, no hay manera de no mirarla: sus gestos, sus labios anaranjados. Una curiosa y armónica mezcla de paleta de colores...su blusa violeta de mangas abullonadas, el pantalón estampado, el collar de perlas del que cuelga un corazón verde que de alguna manera se amalgama con sus ojos celestes y su cabello cobrizo. Anne es su propio mundo de colores.
¿Recordás cuándo vendiste tu primera obra?
(se ríe) ¡Se me vino a la cabeza algo de hace muchos años! Cuando con mis amigas hacíamos pulseritas en el club, en Gimnasia y Esgrima y las ofrecíamos. Eso de tener la telita con las pulseras en exposición...¡me encantaba! puede ser que haya arrancado ahí.
Pero en realidad el primer cuadro se lo vendía al hijo de una amiga de mi mamá.
La mesa de trabajo para un ilustrador y diseñador es re importante, ¿tuviste un escritorio propio de chica?
¿Sí! Mi mamá me había traído uno, era chiquito con un cajón que se sacaba de abajo de la tabla y creo que tenía rueditas. Me gustaba mucho armar el escritorio, el espacio de trabajo, eso me dio mucha satisfacción. Tener ahí mis tesoritos.
¿Cómo incorporaste las nuevas tecnologías? porque muchos cambios sucedieron en estos últimos años
Aunque soy joven, cuando yo era niña no había internet. Yo no tenía computadora en mi infancia y no existían los celulares. En mi casa estaba el teléfono fijo, con el que discabas. Ví que todo cambió muy rapidito. A mí me gustaba jugar a armarle los cumpleaños a mis muñecos, prepararles todo. Ambientar espacios es algo que me fascina, la escenografía, quizá tendría que estudiar algo de eso, puede ser.
Me copan los telones, lo corpóreo. Mi dibujo es mucho más plano, no tengo tanto 3D. Amo la fotografía, en fin, todo me llama la atención.
¿Y te hiciste conocida con los murales?
Sí, puede ser, pero yo lo veo como algo más del último tiempo porque hice tantas cosas antes. Fue vertiginoso. Además me aburro muy rápido porque pongo mucha energía en algo y la agoto, pero bueno eso es para charlarlo con el psicólogo (vuelve a reír).
El primer mural fue en mi pieza y abarcaba el techo y otros espacios, lo hice con fibrón negro. El segundo también en mi cuarto. Un collage grande. Adoro intervenir espacios pero leo mucho el lugar, no hago nunca algo estándar. Algo que empieza y termina, no. Si lo hice es porque el trabajo así lo exigía.
Sos movediza pero al mismo tiempo constante...
Tengo el lado creativo pero también eso del laburo, laburo y más laburo, que lo ví en mi mamá.
Lo mío es como un caos ordenado, nunca me tomé muchos recreos, todo se fue dando, aunque claro, pienso en los procesos.
¿Y con qué te desconectás? Si es que lo hacés...
Puedo desenchufare, lo aprendí hace poco, creo. Soy capaz de dejar de lado el celular. Aunque ahora ya hice carcasas para celulares que todavía no salieron, son como ésta (y muestra el diseño que ya está colocado en el suyo, que es como un mini mural cabildo).
Miro series, y extraño leer. Fui dejando de hacerlo. El último libro que leí fue cometiera, de Dolores Reyes, que habla mucho de los vínculos, del feminismo y tiene una tapa ilustrada por una artista rosarina, Jazmín Varela, que me encanta. Y el anterior fue Corazón Geométrico, de María laque, otra rosarina genial. Necesito esas lecturas con las que siento una conexión particular, como cuando pinto, diseño, o me dejo llevar por lo que me hace sentir bien.