La primera fase fue instalarse públicamente y correr el arco de la discusión ideológica, sobre todo la económica. La segunda, plantarse como un candidato competitivo y llegar al poder. Con esos objetivos cumplidos, el experimento Milei ingresa en su fase 3. Aquí deberá pasar la prueba más difícil. Deberá demostrar que su vacuna es eficaz para inmunizar al país contra la inflación y la inestabilidad económica.
En ese tránsito, las aptitudes —y actitudes— que le sirvieron para saltar a la fama como abanderado de las versiones más radicales del liberalismo y vencedor del peronismo unido podrían no alcanzarle, o ser contraproducentes, al momento de gobernar.
Ahora, el líder de La Libertad Avanza está obligado a cambiar de papel con la misma velocidad que su pareja, Fátima Florez, muta de un personaje a otro. De representante de la bronca a jefe del Ejecutivo de un país difícil de domar. Su aliado Mauricio Macri puede acercarle bibliografía propia sobre el tema.
La delicadísima situación económica sobre la que tendrá una responsabilidad ineludible en apenas veinte días, su inexperiencia en gestión y la debilidad inicial de su armado político y técnico lo obligan a tomar un curso intensivo de gobierno para sentarse en el asiento más eléctrico de toda la Argentina.
Además de administrar una montaña de pesos y un montículo de dólares, Milei deberá gestionar las expectativas de una sociedad en modo arbolito de la city y que repite como un mantra la palabra cambio. Las lunas de miel se miden no ya en meses, sino en días. O en horas. Y los votantes le suben y le bajan el pulgar a los gobiernos con la misma facilidad con que rankean las series en Netflix.
Como una familia desesperada a la que se le inunda la casa, 14 millones de argentinos y argentinas se arrojaron a los brazos de un plomero que promete romper prácticamente todas las paredes para solucionar el problema. Aunque el daño sobre todas las estructuras sea mayúsculo.
Ya en el gobierno, Milei deberá ampliar la caja de herramientas y sumar a la motosierra otros instrumentos que sirvan, como dijo en su primer discurso como presidente electo, a la reconstrucción del país. Tan importante como el set de políticas públicas que pretende aplicar desde el gobierno es el dispositivo político para llevarlas adelante.
El Pacto de Acassuso con Macri le dio tropas en la batalla por la fiscalización en lo que Milei entiende como una cruzada entre las fuerzas del bien y del mal. Tomada la colina del gobierno, los aliados pedirán que se reparta lo conquistado.
Apenas conocidos los resultados, en la noche del domingo en la conducción del PRO se entusiasmaban con un “cogobierno” y el nacimiento de una “fuerza nueva”. Un nido de distintos tipos de halcones, depurado de palomas.
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Javier Milei y Mauricio Macri, las cabezas de una alianza electoral que se proyecta sobre el futuro gobierno.
Sin embargo, envalentonado por la diferencia de 11 puntos sobre Massa, en la mañana del lunes Milei se apuró a completar los principales casilleros de la primera línea del futuro gabinete con gente de su confianza. Entre ellos, un lugar codiciado por el exjefe de gobierno porteño: el ministerio de Justicia. Se trata de un enlace clave con un Poder donde el exgerente de Sevel tiene asuntos pendientes y donde el presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, hizo guiños a favor de Massa.
La promesa en la noche histórica del domingo de no más gradualismo deberá ajustarse al músculo político que consiga desarrollar en el Congreso. Con números lejos del quórum en ambas Cámaras, la nueva alianza milei-macrista deberá ganarse la cooperación de otros sectores de la casta. En el primer anillo aparecen los gobernadores —tanto peronistas como radicales y del PRO— interesados en cuidar sus arcas públicas. En el otro extremo aparecen sectores de UxP, del radicalismo e incluso del PRO sin responsabilidades de gestión y que podrían encontrarse en la trinchera de la resistencia a la nueva alianza.
La ausencia de mayorías legislativas y la necesidad de tallar acuerdos con distintos actores políticos y económicos obligarán a un líder que tiende a ver la realidad en términos de blanco o negro a incorporar la paleta de grises que suele usarse en la política. Como parte de ese proceso de construcción de su liderazgo, y con Macri de vuelta en el escenario principal, le toca a Milei despejar cualquier intento de remake de la película del Frente de Todos, con el expresidente de Boca en el papel de Cristina y él en el rol de Alberto Fernández.
Eso llevará a una delicadísima puja entre un futuro presidente que no tiene la flexibilidad entre sus características principales y el fundador del PRO, autopercibido como artífice del triunfo y que va por su revancha personal.
Otra estación importante en su curva de aprendizaje es realizar la tarea que no hizo después de las Paso, cuando se topó con su primer techo: comprender por qué ganó. Como en agosto, más que recibir un cheque en blanco para ejecutar su plataforma radical, Milei fue el catalizador de la bronca contra una dirigencia política incapaz de resolver cuestiones básicas y que se elevó sobre el resto de la población como una minoría de privilegiados.
Si bien Milei aparece como la cara de una inédita mayoría policlasista y federal que se rebeló contra el Amba, enfrente aparece un 44% de la población que respaldó a un candidato como Sergio Massa que hizo campaña con la defensa del patrimonio público y que puso a Milei del lado del autoritarismo. En ese bloque heterogéneo aparecen sindicatos, movimientos sociales y otros sectores de la sociedad civil con probado poder de veto y ya se preparan para movilizarse, uno de los escenarios principales de la disputa política en los próximos cuatro años.
Viendo la historia reciente y no tan reciente de la Argentina, es esperable que la respuesta callejera se ajuste a la velocidad, la extensión y la profundidad de los recortes. Si Milei propone una escalada, podría dar una señal de autoridad hacia un sector de su coalición y su base de apoyos que le piden mano dura contra la protesta pero si la situación se desborda se expone a consumir demasiado prematuramente su capital inicial.
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Lo cierto es que festejado por los exponentes de la ola de derecha radical que en otros lugares del mundo pierde fuerza o incluso está en reflujo, el triunfo de Milei abre la puerta del poder a una expresión con más ingredientes locales que internacionales.
Parado sobre las secuelas de la pandemia, Milei retomó la bandera de la libertad y anti-Estado que ya había flameado en el choque por la resolución 125 y los cacerolazos en el segundo gobierno de Cristina para encarar su brevísima pero exitosa marcha hacia la Casa Rosada.
Ahora, la grieta entre kirchnerismo y antikirchnerismo deja paso a una profunda fractura política, económica, social y cultural. Cuatro años después del comienzo de otro gobierno fracasado de la grieta, el péndulo se mueve en la otra dirección, pero con más fuerza. Milei promete una vacuna eficaz contra los males de la Argentina, pero tiene como paciente una sociedad con abundantes anticuerpos. Como un antibiótico que debe actuar en un organismo que ya agotó el vademecum, si la terapia no funciona podría fortalecer lo que se propone combatir.