La elección de este domingo no registraba antecedentes. No había sensación de paridad tan exasperante ni un duelo de nervios semejante. La polarización fue brutal y atravesó a la sociedad transversalmente. No fue una disputa de sectores de clase, no fue una pulseada territorial, no fue una batalla marcada de identidades políticas fuertes, no hubo contraste en franjas de edad. Javier Milei se convierte en el presidente electo de la Argentina como emergente de un poderoso cambio cultural en la sociedad cruzando por encima de todo eso. Fue quien aglutinó en su gestualidad y en su discurso una corriente de hastío que pasa por arriba y rompe todas las variantes conocidas en la oferta electoral de la democracia argentina.
Durante meses el fenómeno que encarna el presidente electo de la Argentina fue motivo de atención y análisis de la prensa de todo el mundo. Su excentricidad, su intolerancia, su agresividad fueron resaltadas porque llamaron la atención en el mundo. No son un detalle pintoresco y acá también será tratado. Pero un buen punto de partida del análisis electoral es detenerse en qué pasó en un país que opta por convertir a una persona de estas características en su jefe de Estado. Lo obvio es que si eso pasa es porque, con una potencia formidable, hay una mayoría de argentinos que están en profundo descontento con lo que el régimen político les viene dando.
Cuando llega el momento de la verdad se nota que lo que pasó se insinuaba. Hay un 140 por ciento de inflación interanual, informalidad laboral extendida, una pobreza que se consolida en cuatro de cada diez argentinos, una criminalidad que se hizo más fuerte en sus territorios usuales pero que penetró en ámbitos que antes difícilmente tocaba. Las opciones políticas del terreno identificado históricamente como el campo democrático fue zigzagueante pero conoció momentos de fuerte adhesión. Pero hoy no ocurre y hay razones para entender por qué. Lo dijo hace exactamente dos años el politólogo Juan Negri con una claridad hiriente. "Hace diez años que el país no crece, no crea empleo y sube la pobreza. ¿Cuánto más le vamos a pedir a la gente que legitime el sistema político?".
Pero no fueron sólo los que sufren el rigor de esa carencia los decepcionados que tomaron la opción de Milei. Fueron jóvenes que no están mal pero sienten que el lenguaje de la política les es artificial o lejano. Fueron sectores medios incluidos en el mundo laboral que no se resignan a la persistente pulverización de sus ingresos. También personas maduras que no pueden vivir hace décadas con jubilaciones o pensiones miserables. A la dirigencia democrática tradicional todos esos grupos masivamente le dieron una patada en el culo.
Y las dirigencias políticas tendrán que examinar, como en 2001, qué es lo que se juega en el campo de la representación democrática. Por entonces no se usaba la palabra casta pero a muchos dirigentes les resultaba entonces riesgoso moverse en ámbitos públicos. El abismo era simbólico y material. Y con la elección de Milei como presidente eso se repite de otro modo. Porque Milei está rodeado de dirigentes políticos tradicionales. Acudió a Mauricio Macri al que había destrozado como a Patricia Bullrich. Cortejó al gastronómico Luis Barrionuevo 22 años después de su célebre dicho sobre el tiempo en que había que parar de robar. Tiene de asesores económicos a personas probadas en el Palacio de Hacienda como Roque Fernández, Carlos Rodríguez o Federico Sturzenegger. Lo de la casta, en realidad, fue un eslogan excelente de Milei. Un artificio de campaña. Pero por algo funcionó de una manera rotunda.
Lo que deja la elección, también, es una sociedad políticamente partida. La continuidad de la grieta por otros medios. El proselitismo de Milei formula una sociedad distinta a la que creó la tradición argentina moderna, basada en educación pública, en esquemas de solidaridad social como las obras sociales que sostienen la salud masiva, la promoción fiscal a sectores de la economía que dan empleo. Eso forma parte de un ideario de vastos sectores de la sociedad civil que este domingo fueron derrotados de una manera paradójica porque aun sectores que creen en eso, por múltiples motivos, votaron a favor de La Libertad Avanza.
Otro rasgo fuerte de la derrota de Sergio Massa va más allá de la inflación desatada y los salarios deprimidos. Es la incapacidad del peronismo y sus aliados de haber generado una narrativa defendible. Néstor Kirchner pudo construir un relato de restauración de los sectores populares basado en un momento de expansión pero también en un modo de plantear la disputa por las adhesiones. Con Alberto Fernández, que por algún motivo hace un año está ausente de la escena pública, eso feneció. Nunca pudo en estos cuatro años el oficialismo armar una apelación a sectores que se le fueron en diáspora. De nuevo vale la pena citar a Juan Negri. “El kirchnerismo siempre se presentó como antisistema: «Nosotros no somos el poder». Pero para la generación joven que vota por primera vez, gente que nació entre el 2003 y el 2005, el kirchnerismo es el establishment. La generación de nuevos votantes no solo vivió en un país constantemente en crisis sino que, además, el kirchnerismo es en parte responsable”, dijo el politólogo.
Todo esto explica en buena parte el desplome de la opción que encarnó Massa. Pero Milei que es el grito de guerra que eligió la mayoría no es el PRO y cuenta con un muy dispar apoyo del establishment. A las nueve de la noche sectores del mundo agropecuario e industrial estaban muy preocupados por los valores a los que cerraron operaciones en el mercado de cambios a futuro. Se la jugaban por el perdedor. Y si algo les representa el ganador es incertidumbre. Que también la será si prosperan sus anunciados planes de liberar aranceles para industrias que producen actualmente con protección de sus mercados, o de promover reformas laborales o impositivas, o dejar de sostener políticas de sostén a sectores rezagados.
Triunfó un candidato de la ultraderecha. Así lo dicen esta noche los diarios internacionales de mayor prestigio. Tanto Financial Times como The Economist quedaron perplejos tras entrevistarlo y cuestionaron la autenticidad de sus nociones de liberalismo. Pero la victoria de la ultraderecha no implica que sus electores abracen ese credo, deseen que les recorten subsidios o sean fanáticos de la represión ilegal que reivindicó Victoria Villarruel hoy vicepresidenta electa. Lo que expresa esta impresionante avalancha de votos es descreimiento y distancia con un esquema de la política que no les dio bienestar. Se abrazan a la opción de alguien que detesta el Estado de bienestar pero que lo hacen, puede sospecharse, menos desde un ideario sólido que desde la insatisfacción hacia la lejanía de la dirigencia política. El día de euforia de los descontentos.
¿Cómo queda institucionalmente plantado Milei tras un balotaje en el que ganó en 21 de 24 distritos? Terminada la elección, en un dominio sin fortalezas. Gobernará en un Congreso completamente adverso. Tiene solo 38 bancas de las 257 en Diputados y apenas 7 de las 72 del Senado. Deberá hacer un gran trabajo para sobreponerse a su intolerancia a la diferencia ya que será inviable que administre un país plural en base a decretos. Podrá sumar voluntades de Juntos por el Cambio que fue en parte su aliado tras la primera vuelta. Pero no será masivo ni automático ya que los radicales, si mantiene sus promesas económicas, difícilmente estén con él.
El peronismo asumirá el primer espacio de la oposición con el control del gobierno de doce provincias y de las primeras minorías en Diputados y Senado. Emergen como sus figuras más destacadas Axel Kicillof, con su triunfo contundente en Buenos Aires, y Sergio Massa que aunque perdió por once puntos aglutinó tras su figura a sectores muy dispares de un justicialismo antes disperso. La etapa de Cristina Kirchner ingresa en su probable eclipse. El radicalismo, con cinco provincias entre ellas Santa Fe, más intendentes y legisladores, será un actor relevante. Resta ver cómo resolverá la UCR la tremenda fisura que la adhesión de Macri a Milei dejó en JxC.
Precisamente el tiempo del bicoalicionismo que domina hace una década la Argentina toca a su fin. Esa alternancia como instrumento para resolver demandas básicas parece agotado. Y es la primera vez que una figura sin respaldo de un partido histórico se convierte en presidente.