Joel Piedrabuena tenía 16 años y un hijo de 18 meses, Darell, que lleva el nombre de un rapero portorriqueño. La pareja de Joel era Tiffany, de 17 años, y vivían en una casa de la zona de Pellegrini y Berutti. Jugaba al fútbol y para sostener a su incipiente familia era vendedor ambulante. Era bueno jugando. Lo hizo en Unión de Santa Fe, en Central y ahora jugaba en el Arnold Fútbol Club, de Coronel Arnold, donde le pagaban unos pesos y los viáticos. Por eso vendía medias y limones por la calle, para comprar cosas para su hijo y renovar sus botines. Todo ya es pasado. En la tarde del 23 de septiembre caminaba con las medias en mano por Pasco y Chacabuco cuando dos personas dispararon con una automática a lo largo de 50 metros desde arriba de una moto. Joel recibió un tiro en el cráneo y ahí cayó. Agonizó casi cuatro meses y murió esta semana. Fue un doble homicidio que tardó tres meses en consumarse. Esa tarde también caminaban por la misma vereda los novios Tomás Borda y Valentina, ella pudo eludir los tiros por que Tomás se le tiró encima y la empujó; pero él murió allí, casi en el acto. Ninguno de los dos muertos estaba ligado a una banda de delincuentes ni eran soldaditos del narco. República de la Sexta: un mismo escenario para dos crímenes a los que nadie encuentra explicación.
El miércoles por la tarde un grupo de vecinos y amigos de Joel lo velaron en el salón Pentecostal “Dios es Amor”, de Ciudadela al 2300, en Nuevo Alberdi. En una pared del templo evangélico se lee: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová”. Todos se trataban de “hermano” en el salón y el desconsuelo era total. Sentada en una silla estaba Tiffany, la joven viuda. “Me sentí re mal cuando lo mataron. Nos conocimos en un campamento evangélico y hace un año largo nació Darell. Teníamos muchos sueños; él quería jugar a la pelota y que nos fuéramos de Rosario y estábamos esperando que yo cumpliera 18 y a él le firmaran los papeles para casarnos, porque era menor. Vivíamos por Pellegrini, en el centro. Yo ahora me fui a vivir con mi mamá. El domingo antes de lo del accidente fuimos al templo y él estaba contento. Ese día jugó mucho con Darell, siempre jugaba con el nene”. La niña le llama accidente al ataque violento; al destino feroz.
Alrededor del cajón, comprado gracias a una colecta entre familiares y vecinos, se reunieron los amigos de Joel. Camisetas de distintos clubes, algunos en zapatillas, otros con algún botín gastado. Todos flacos. “Era un pibe muy bueno, se hizo cargo de su hijo y tenía un futuro bueno. Se probó en Central y seguro que jugaba. Queremos que se encuentre a quién lo mató”, pidió Axel, su primo.
Los hermanos de Joel eran tres: Ludmila; Geraldin y Sharon y el miércoles rondaban por la sala velatoria o salían a caminar por la cuadra de Nuevo Alberdi asediada por el verano en la que está el templo. David, padre de Joel, entró a la sala y contó. “Me querían cobrar como 300 mil pesos para trasladar el cuerpo desde el hospital en el que murió y me daban un cajón casi desfondado. Yo trabajo cavando pozos de piletas y tuve que hacer una colecta en el barrio para comprar un cajón. Tanto la mamá del nene como yo queremos que se haga justicia, que se sepa quién lo mato y por qué. Ese día me llamaron de Fiscalía, después nunca más”, contó David.
“Cuando llegué a mi casa el 25 de septiembre y me avisaron que al nene lo habían baleado tuve un mal presentimiento y salí corriendo por la colectora_ la familia vive en Nuevo Alberdi_ y corrí como tres cuadras hasta que me alcanzó mi hermano y me llevó con la moto. Fuimos al hospital y ahí estaba, ahí hasta que se murió. Ese lunes iba a ir a Central y el domingo había jugado el partido en Coronel Arnold. Yo de chiquito lo llevaba a Olimpia, ahí empezó cuando tenía 4 años. Jugaba bien, era 11, contó David bajo un sol tremendo y en la puerta del templo.
Ese lunes fue horrible para dos familias. Tomás y Valentina se conocieron en una fiesta de amigos. El tenía 19 años, al igual que Valentina. Vivía con su familia en Paraguay y Arijón y hace un tiempo se mudó a la casa de la familia de su novia, en Berutti y Cochabamba. Pasadas las 18 del lunes fatal, Cali, el papá de Valentina, salió caminando con dos hijas por Berutti para el lado de Cochabamba.
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Joel jugaba en el equipo de Coronel Arnold.
Junto a ellos, también salieron Tomás y Valentina, pero encararon para Pasco y avisaron que se iban a tomar un helado a la heladería Grido, de Alem y Pasco. Habían pasado pocos minutos desde que se separaron cuando el hombre y las otras chicas escucharon una serie de disparos. Corrieron en dirección a los tiros y al llegar a la vereda de un kiosco de Pasco casi llegando a Chacabuco se encontraron con Tomás herido de gravedad en el piso y Valentina desesperada: “Tuve que levantar a mi yerno ensangrentado y en un momento también pensé que mi hija estaba herida”, recordó Cali.
Habían pasado los dueños de la muerte en una moto roja. A Tomás lo llevaron al Hospital Provincial, murió. Casi en simultáneo, al Hospital de Emergencias Clemente llegó Joel. Murió tres meses después.
Cali, el suegro de Tomás, hace cincuenta años que vive en la misma cuadra de la República de la Sexta. Una mañana de enero de 2024, a las 8, se hizo un rato para hablar con La Capital. Durante la charla sus vecinos, cada cual con su bolso de trabajo al hombro, lo saludaron, se conocen desde siempre.
“No hay respuestas para esta muerte. ¿Qué le digo a mi hija?, ella busca la razón de ese destino de mierda. Todavía nos mandan mensajes distintos: que la bronca no era con él; que era con el otro chico; que buscaban a otro; que lo mató éste o aquel. Pero son mentiras. Tomás era un chico bárbaro, serio, amigo. Iba a poner una barbería en el barrio, es más, en casa le cortaba a los pibes del barrio. Trabajaba con el padre y se la rebuscaba con eso. Hicimos carteles para la peluquería; ahora tengo todos los carteles en el patio”.
Cali sabe de su barrio; “Acá en los últimos años se puso difícil, pero a mi no me importa el que quiere vender o el que no vende drogas. Ese es otro tema, pero la cuestión es que no podés tomar mate en la puerta como hacía yo con mis viejos porque alguno pasa y te puede disparar. Yo nací acá, y esto no era así. Tomás tenía proyectos, es más; a el lo matan el 25 y mi hija se hace un test el 29 y le da que estaba embarazada de un mes, mi nieta se va a llamar Pilar . Ella trabaja al igual que sus hermanas y ahí estábamos construyendo algo para ellos, ahora ella está muy mal. Hay algo por lo que tengo que agradecer a Tomas toda mi vida; me dijeron que cuando los balearon él se tiró encima de Valentina y eso la salvó. Esas balas eran para cualquiera. Cuando fue el tiroteo marqué cada una de las cámaras del barrio por donde pudo pasar la moto, pero ni me llamaron. No sé si a los padres de Tomás los habrán llamado los fiscales”. Después Cali explicará algo que no tiene por qué explicar: “Tomas no tenía antecedentes, trabajaba y estudiaba”. Desde Fiscalía señalaron que “no hay novedades para informar” sobre la investigación.
El barrio también habla maravillas de Tomás. “Era un buen pibe”, recuerdan los chicos a los que les cortó el pelo. “No se supo más nada de eso“, comentaron las chicas del barrio que conocen a Valentina. Por lo bajo corren las versiones, pero todo termina en las banditas de narcomenudeo que hace años dan vueltas por esas calles que están a diez cuadras del Monumento a la Bandera.
En esa zona del barrio todos los vecinos saben quién es quién y qué bandita tiene protección. “¿Cómo le explico a mi hija y mi nieta ese destino de mierda?. Nunca iban por Pasco caminando y cuando fueron paso esto, fue una bala de rebote me dijeron. Yo quiero que mi hija no sufra, que en un futuro exista una respuesta”, dijo el hombre que va a ser abuelo en junio.