Roberto y su hija Elsilda vieron todo, o casi todo, sin que nadie advirtiera de su presencia en medio de la noche. Dos hombres bajaron de un auto sobre Urquiza al 1400 y a las corridas se fueron encima de un muchacho que caminaba solo. Lo emboscaron desde atrás y sin dejarlo reaccionar le taparon la boca con un pañuelo, le envolvieron la cabeza con una bolsa de tela y lo forzaron a subir al vehículo, que desapareció a toda velocidad por Paraguay hacia el sur. Era la noche del 29 de enero de 1933 y, hasta ahí, había salido redondo el golpe de la mafia rosarina a una de las familias más pudientes de la ciudad.
Noventa años después son varios los grupos que en Rosario se autodenominan como "mafia" y utilizan ese mote para firmar los ataques que usan como mensajes en conflictos internos o con otras bandas. El narcotráfico, o el narcomenudeo, y las extorsiones son las principales actividades con las que logran sus recaudaciones; y la violencia, el método con el cual saldan las disputas para demarcar su poder. Pero a principios de siglo XX "la mafia" se reducía a grupos reconocidos, integrados en su mayoría por hombres de origen italiano, y se dedicaban sobre todo a los secuestros extorsivos y las extorsiones.
Uno de los más recordados es el que comandaba Juan Galiffi, alias "Chicho Grande", un siciliano que había llegado a Argentina en 1910 y rápidamente pasó de ser obrero en Gálvez a ser propietario de terrenos, ganado y bares. El último golpe de este grupo fue aquel de fines de enero de 1933, que consistió en el secuestro de Marcelo Enrique Martín, hijo de Julio Martin, ex presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario y primer empresario yerbatero del país.
El plan, si se lo ejecutaba como se había organizado, tenía que salir perfecto. Por la noche, como de costumbre, la víctima iba a dejar su auto en la cochera de Tucumán al 1800 y caminar unas cinco cuadras hasta su casa de Urquiza al 1400. En algún momento de ese trayecto debía ser abordado, reducido y obligado a subir a un vehículo. Fue la secuencia que alcanzaron a advertir Roberto Badano y su hija Elsilda. Los secuestradores iban en un taxi verde con su techo blanco.
Al día siguiente la familia Martin recibió una carta en su casa: les pedían 150 mil pesos como pago de rescate para volver a ver sano y salvo a Marcelo Enrique. Además, los secuestradores sugerían una serie de pasos a seguir para lograr la entrega sin sobresaltos.
Desmentidas y entrega
Por su parte, la familia Martin prefirió no realizar denuncias ni hacer público el secuestro. Sin embargo, los rumores comenzaron a correr hasta llegar a los medios de comunicación, que abordaron el tema con las herramientas a su alcance. Luego de que se difundieran los pormenores del secuestro, La Capital bajó los decibeles con una publicación en la que destacaron que aquellas versiones no habían sido confirmadas ni por las autoridades policiales ni por la propia familia Martin.
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El diario sí confirmaba que se desconocía el paradero del joven Marcelo Enrique, aunque la versión que contrarrestaba el relato del secuestro suponía al muchacho ajeno a cualquier conflicto. "El citado caballero se había ausentado de Rosario por su propia voluntad y que no tardaría en volver a su casa", indicaba la noticia.
Horas antes de que aquella edición del diario llegara a los ciudadanos, sobre las 4.30 del 31 de enero, la familia Martin concretaba el pago del rescate. Siguiendo las sugerencias de los secuestradores, Alberto Julio Martin, hermano de Marcelo, llegó hasta el cruce Alberdi y entregó el dinero desde su auto sin mirar a quien lo recibía.
Un día después, con la intención de despejar rumores, Marcelo Enrique Martin paseó en su auto mostrándose por distintas zonas transitadas de la ciudad. "El señor Martin, acompañado de su hermano político, señor Tonazzi, de la señora esposa de este y otros familiares, anduvo paseando ayer desde las 19.45 hasta las 21 por el Parque Independencia en su auto Cadillac, dando luego también varias vueltas por la calle Córdoba", publicaba entonces La Capital.
"Ha manifestado el joven que estuvo en la estancia de su novia en Aldao, de donde regresó anteanoche, no apareciendo ante sus amistades hasta ayer por hallarse fatigado", agregaba. Otro dato curioso que dejó esta historia es la madre de Martin, Angela Joostens, había prometido que si su hijo sobrevivía donaría una maternidad a la ciudad: la misma se concretó en julio de 1939, con la fundación de la Maternidad Martin.
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La investigación
En paralelo, una investigación judicial llevó a que la División de Investigaciones convocara a todos los choferes de taxis del mismo modelo que se había utilizado en el secuestro de Martin. A la cita solo faltó uno, el que conducía Gerlando Vinciguerra, un joven de 26 años con domicilio en Tucumán y Corrientes, es decir, vecino de la familia Martin.
Vinciguerra no estaba en Rosario. Se había ido a Salta para presenciar el casamiento de Carlos Cacciatore, un amigo integrante del mismo grupo, con una joven de aquella provincia. Junto a ellos había viajado quien sería el padrino de la boda: Santiago Bue, ahijado de Juan Galiffi. La policía llegó a Salta a tiempo para suspender la fiesta y regresar a Rosario con Vinciguerra, Cacciatore y Bue.
Mientras tanto, en la ciudad fueron detenidas otras dos personas, entre ellas Francisco Gallo, un hombre de oficio lechero que en su declaración terminó por implicar a Juan Galiffi como cerebro del secuestro. Sin embargo, "Chicho Grande" había logrado no quedar involucrado con pruebas certeras en el episodio, aunque la investigación encontró irregularidades en el manejo de las grandes sumas de dinero que tenía en su poder. Ese fue el punto de partida para un proceso que culminó con su deportación en 1935. Así culminó el último golpe de la mafia de origen siciliana en Rosario, una ciudad que casi un siglo después continúa escribiendo su historia con marcas de aquellas costumbres criminales.