Por Ariel Etcheverry
Pablo, quien cumplió 14 años el 5 de octubre pasado, recibió un balazo en la espalda y murió horas más tarde en el Heca. Los motivos de la balacera son un misterio que la Justicia confía en dilucidar. Los vecinos del barrio atribuyen el tiroteo a una reyerta entre bandas que se disputan la venta de drogas. El chico, claro está, era completamente ajeno al enfrentamiento e inocente.
En diálogo con La Capital, Antonio se esforzó para recordar los últimos momentos que compartió con su hijo y espontáneamente contó que, cuando le comunicaron que Pablo había muerto, no dudó en donar los órganos del pequeño (ver página 29).
El último día
Pablo, cuenta su papá, estaba a punto de pasar a 2º año de la secundaria en la Escuela República Árabe Unida, de Oroño y Ameghino, la misma donde hizo toda la primaria. "Todas las mañanas lo llevaba a la escuela", contó conteniendo la emoción, y siguió: "Pablo estaba contento porque mañana (hoy) era su último día de clase y no se había llevado ninguna materia. Era uno de los pocos chicos que pasaba de año sin recuperar materias".
Antonio recuerda el último día que vio a su hijo calzarse los pantalones cortos y salir a la cancha. Fue el lunes cuando Juan XXIII enfrentó a Gálvez. "Jugaba de enganche y siempre en Juan XXIII, desde los tres años de edad", recordó.
La muerte del chico, que tenía tres hermanos mayores, conmovió no sólo a sus vecinos, sino también a todo el fútbol infantil de la ciudad. Es que su papá, además de ser coordinador de divisiones en Juan XXIII, también dirigió equipos de baby fútbol y actualmente es ayudante del director técnico de primera división. "Nosotros vivimos a cuatro cuadras del lugar. Lo único que sé es que fue a ver a su hermano jugar al fútbol y pasó esto".
"Ayer (miércoles) lo llevé a la escuela a la mañana y me fui a una reunión con el técnico de primera por el partido que tenemos esta semana para ver si nos salvamos del descenso. Pablo volvió a casa después de las doce y media y después de comer se fue a dormir la siesta. Me pidió que lo despierte a las tres porque quería ir a ver a su hermano. Eso hice, pero tenía tanto sueño que no me hizo caso y se quedó durmiendo", recuerda Antonio.
El hombre cuenta que esa tarde se fue de su casa para seguir con sus asuntos y que cuando volvió, poco después de las 20, se metió en la ducha en busca de un poco de alivio tras una jornada de mucho calor, antes de la cena. "Poco después de las nueve de la noche un chico vino a mi casa para avisarme que le habían pegado un tiro a Pablito. Entonces me fui volando al Hospital Roque Sáenz Peña. Allí me dijeron que no estaba, pero que por la edad debería estar en el Vilela", relató.
"Me fui para allá, y tampoco estaba. Finalmente lo habían llevado al Heca. Cuando llegaba me paró el doctor con el parte. Me informó que tenía un tiro en la espalda que le había dañado la aorta y que la bala se incrustó en una vértebra. El estado era irreversible. Había perdido mucha sangre. A la hora y media o dos, me avisaron que había muerto", continuó Antonio.
El hombre no tiene idea de dónde pudo haber llegado esa bala. "Nosotros vivimos a cuatro cuadras del lugar. Es otro sector, no sabemos qué pudo pasar. Lo único que sé es que fue a ver a su hermano jugar al fútbol y pasó esto. Desconozco lo que pasa en ese entorno", reflexionó, como buscando consuelo.