"En el sistema penal actual habría sido imposible que por la muerte de Natalia Fraticelli condenaran a sus padres a prisión perpetua". La convicción es de Héctor Superti, quien ejerció la defensa de Graciela Dieser, la madre de la chica de 14 años de cuya controvertida muerte en Rufino se cumplen hoy veinte años. Superti repasa en esta nota algunos momentos de la experiencia con ese modelo de enjuiciamiento que terminó de derrumbarse con este caso.
"Ni antes ni después en mi vida profesional vi una situación tan dramática que tenga que ver con la Justicia. Una madre que pierde la hija y a la que condenan por haberla matado siendo absolutamente inocente. Lo peor de ese sistema judicial lo vivimos con este caso. A la distancia siento vergüenza", sostuvo ayer este abogado, quien luego se convirtió en uno de los impulsores del modelo de juicio oral vigente en la provincia desde 2014.
—¿Qué momentos más duros del caso recuerda dos décadas después?
—La gran pregunta en todo aquel proceso fue quiénes eran las partes y quién el tribunal. Ese fue el problema porque así lo es en el sistema inquisitivo. Nosotros éramos la defensa y eso estaba bien claro. Pero quien acusaba y quien juzgaba eran los mismos. Fue una organización judicial de un lado contra una defensa del otro. El que investigaba juzgaba, el que convalidaba el procesamiento también convalidaba la condena.
—¿Por qué dice haber tenido la convicción de que Graciela Dieser era inocente?
—Desde el momento en que la conocí tuve la certeza de que era inocente. Cuando trasciende el hecho un abogado de Rufino me preguntó si quería atender el caso. En ese momento la mujer estaba detenida. Carlos Fraticelli me conocía porque había sido alumno mío en un posgrado. Me dieron el teléfono suyo que estaba en una clínica y hablamos. Le dije que no podía atender a los dos. Me señaló entonces que asistiera a su mujer porque ella ya estaba detenida. Le dije que bajo dos requisitos: el primero, que me enviara una propuesta por escrito como marido, y el segundo que si asumía la defensa no hablaría nunca más con él. Se cumplieron los dos requisitos. Tomé la defensa de Graciela Dieser y nunca más hablé con él. Sólo lo saludé personalmente el día que salió en libertad porque estábamos todos juntos en una oficina del mismo tribunal.
—¿Cómo fue su primer contacto con Dieser?
—Cuando recibí la propuesta ella estaba internada y la llevaron a Melincué. Fuimos allí con la abogada Cecilia Vranicich para entrevistarnos con ella. El juez (Carlos Risso) me pidió que la atendiera en un pasillo. Le respondí que necesitaba un despacho, que no podíamos hablar parados en el pasillo, y además dudaba de que ella pudiera hablar. El juez finalmente nos facilitó un despacho. Cuando vi lo que era esa persona me di cuenta el drama que estaba viviendo. A partir de ahí, por todo el trato cotidiano que tuvimos en adelante, la sensación de que no era más que una pobre víctima se me fue ratificando.
—¿Cómo fue sostener el planteo de inocencia en un marco donde todas las instancias convalidaban la acusación de homicidio?
—Cuando yo me encontré a esa mujer en ese estado tuve la misma sensación de cualquier persona que ve en un velorio a una madre que perdió un hijo. Ella no entendía nada, no podía hablar. En la indagatoria no pudo declarar, lo que no significa que no la hayan hecho hablar en la policía, donde también la filmaron. Pero uno estudió abogacía para resistir la injusticia y la arbitrariedad. Estábamos convencidos de que era inocente y eso nos hizo persistir en nuestro planteo.
—Si se recuerda a veinte años este caso fue por su fuerte aspecto emotivo. ¿Cómo fue manejar esa emocionalidad?
—Lo más duro no fueron los reveses judiciales sino ver a esta mujer en prisión durante seis años en una piecita sin una explicación sustentable. Fueron seis años durante los cuales nunca se nos dio la razón en nada a pesar de que estábamos convencidos y además teníamos prueba para demostrarlo. Es inadmisible que nos hayan rechazado las ocho pruebas que ofrecíamos. Si las pruebas se caían había más argumento para una sentencia condenatoria. Creo que la prensa omitió en el transcurso del caso algo muy importante: si los padres mataron a la hija había que ver por qué la mataron. Todo lo que se dijo al respecto era absurdo. Pero nadie se preguntó por qué se suicidó Natalia. Y nosotros sí lo hicimos. Y encontramos la causa del suicidio con total transparencia.
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—¿Cuál fue?
—En la pieza donde Natalia aparece muerta había un tacho de basura. Lo secuestraron y nosotros, como revisamos todo, también miramos ahí. En el cesto aparecen unas cartas que rearmamos como si fueran un rompecabezas. Eran cartas de amor entre ella y un muchacho. Nos llamó la atención y preguntando descubrimos que, en realidad, se trataba de un romance inventado que le habían hecho creer las amigas. Eran ellas las que en nombre del muchacho les mandaban las cartas. Natalia descubre eso un viernes que había salido de su casa sin permiso a una fiesta donde iba a estar este chico. Natalia vuelve entonces a su casa con una total decepción. Se hicieron las pericias caligráficas y se identificó a la chica que escribió las cartas simulando ser el muchacho. Todos los amigos hablan sobre esta broma. Todo lo que estoy señalando está en el expediente.
—Lo que sostuvieron ustedes es que esa decepción fue la causa del suicidio.
—Ese viernes fue la noche del suicidio. Cuando quisimos llevar testigos sobre esa fiesta para que declarasen que ella había estado allí y lo que había ocurrido, nos rechazaron eso diciendo que no tenía que ver con la causa. ¡Pero tenía todo que ver! Natalia, al regresar muy mal de esa fiesta, agarró las pastillas de su abuela y las tomó. Natalia muere por asfixia provocada por una crisis epiléptica cuyo disparador fue la ingesta de unas 28 pastillas de Uxen Retard. La sobredosis se evidencia por la cantidad de cápsulas en el estómago. Los adolescentes tienen tendencias suicidas que se acentúan en casos de una decepción fuerte. Tuvimos un dictamen muy claro de esto del reconocido psiquiatra y psicoterapeuta Ernesto Rathge.
—¿Qué hubiera pasado con el caso Fraticelli en el sistema de juicio actual?
—En el sistema actual, que todavía está en construcción y va a mejorar, esto nunca habría pasado porque habrían existido controles. La fiscalía habría investigado pero no sin límites. Habría sido imposible que a la defensa no le permitieran ofrecer prueba. Los periodistas habrían estado en la sala de audiencias impidiendo los excesos que un sistema secreto permitió. Los jueces que hubieran intervenido en la primera etapa no podrían haber sido los mismos del juicio. Antes teníamos un todopoderoso que eran los jueces para quienes los límites constitucionales no existían. El juez investigando podía allanar y no lo controlaba nadie. En el sistema actual es imposible eso, más allá de que se pueda discutir hoy cómo ejercen ese control los actuales jueces de garantías.
—¿Cree que los jueces de garantía no son hoy tan rigurosos con esos controles?
—No sirve emitir juicios de valor genéricos. Yo no tengo un estudio de campo que pueda contestar esa pregunta. Sería bueno que los administradores del sistema actual lo hagan. Un índice revelador de esto sería cuántas veces los jueces rechazan pedidos de allanamiento o de intervenciones telefónicas solicitadas por los fiscales. Sólo eso nos va a permitir imaginar que hay un verdadero control. Lo que sí es indudable es que el modelo actual es superador del que teníamos, que era inconstitucional y que llegó a extremos vergonzosos con el caso Fraticelli. El sistema anterior era represivo e ineficaz porque tenía unos niveles de impunidad mayúsculos. Con ese sistema inquisitivo tuvieron seis años detenida y sin permitir presentar pruebas a una mujer inocente. Y la impunidad en ese sentido era enorme.