Dos meses después del crimen de Gerardo Valín, Emanuel Miño fue asesinado de 14 balazos por hombres que siguieron las indicaciones de una chica que luego admitiría que lo entregó "por error". A principios de ese 2015, Jonatan Herrera había sido asesinado por policías que intervinieron en un operativo en el que otros uniformados perseguían a tiros a un ladrón que justo pasaba por donde la víctima estaba lavando su auto, en Ayacucho y Seguí.
Al año siguiente, 2016, fueron al menos siete las personas que murieron como consecuencia de conflictos a los que eran ajenas. El año pasado la cifra se duplicó con no menos de una docena de casos sobre un total de 162 homicidios en el departamento Rosario. Un porcentaje que crece al notar que de las 43 personas asesinadas en lo que va de este 2018, al menos siete estaban comiendo en la calle o mirando tele en sus casas.
Porque sí
Más allá de la calificación legal que le quepa a cada caso, en Santa Fe se investigan como homicidios dolosos "las muertes causadas con la intención de asesinar". El análisis de estos hechos prevé determinados escenarios en los que pueden tener lugar. Históricamente existen en ocasión de robo, en los que a veces mueren los asaltantes; o pueden ocurrir en un tiroteo entre la policía y el sospechoso o autor de algún delito. Situaciones cuyos motivos pueden explicarse más allá de justificaciones y que también pueden, de alguna manera, prevenirse.
Pero en materia de asesinatos, esos casos no son los más frecuentes. Por eso se habilitó una calificación que los engloba, tal vez con demasiada amplitud: las cuestiones "interpersonales o familiares"; casos que tienen su origen en problemas de convivencia que suponen situaciones subjetivas que complican su abordaje preventivo.
Tanto los homicidios motivados por broncas barriales o carcelarias, por violencia de género —otro ítem en aumento— o los llamados críminis causa (cuando se mata para asegurar la impunidad de otro delito como puede ser un robo) presuponen una vinculación previa de la víctima con el victimario o con la situación que desembocó en el crimen. Una explicación racional para un hecho irracional: lo mataron por odio o para robarle.
Hasta hace unos años el porcentaje —bastante menor— de esos asesinatos sin razón tenía un par de explicaciones: un rapto de locura del homicida o una bala perdida en algún festejo de fin de año. Azar puro, "el diablo metió la cola", "cosas del destino". Frases de ocasión ante lo inexplicable basadas en la presunción de que nadie mata a alguien porque sí.
Nada que ver
Esa presunción estaba vigente cuando una escalada de violencia disparó la tasa de homicidios en Rosario. Por esos días bastaba con ser pobre y morir baleado en un barrio periférico para que la policía —y luego la Justicia— expusiera el caso como un "ajuste de cuentas", un móvil basado en un encono previo entre víctimas y victimarios. Pero esa explicación encontró su tope el 1º de enero de 2012 con el triple crimen de Villa Moreno.
La primera explicación sobre el feroz asesinato de Claudio Suárez, Adrián Rodríguez y Jeremías Trasante mientras esperaban a amigos para seguir festejando ese año nuevo fue la de un ajuste de cuentas. Ese primer motivo invocado admitía dos fuentes principales: los prejuicios acerca de la vida "fuera de los bulevares" y la arraigada idea de que nadie asesina sin razón, ambas matizadas por una trama de encubrimiento policial a los homicidas encabezados por Sergio "Quemado" Rodríguez, condenado por el hecho.
Pero luego se demostró aquella hipótesis que primero asomaba inverosímil: los chicos asesinados no tenían nada que ver con el conflicto que originó la brutal balacera, una venganza tan descarnada como errónea en el sentido más cruel que pueda tener esa palabra.
El recorrido judicial del triple crimen, con condenas récord producto de la presión social organizada desde las víctimas, marcaría un antes y un después en la historia penal de Rosario. Pero no impediría una posterior escalada de asesinatos similares, aun en contextos diferentes, en los que las explicaciones posibles terminarían desembocando en "el error".
Dos meses después del triple crimen, en marzo de 2012 Irina Rojas y Fabio Costas fueron asesinados a tiros mientras se besaban en una esquina de zona sur. Condenado a 18 años de cárcel, Dardo Basualdo admitió que había disparado por error al confundir a la chica con su novia y creer que estaba siendo engañando.
Desde entonces al menos otras siete personas —cuatro el año pasado— fueron asesinadas en "venganzas" que no las tenían como objetivos de esos ataques. Lorena Ojeda fue asesinada en enero de 2017 por un sicario que tenía la orden de matar
a su hermana, testigo de un crimen a quien Ariel "Tubi" Segovia quiso eliminar desde la cárcel. En rigor, Segovia también está imputado como autor intelectual de otro crimen "por error": el de Lisandro Javier Fleitas, asesinado de cinco balazos el 10 de noviembre de 2016 en Callao y Mister Ross luego de ser confundido con Lautaro "Lamparita" Funes.
Gustavo Díaz murió en julio pasado cuando un sicario corrió una cortina de su casa para meter una mano y empezar a disparar, presumiendo que allí se escondía su hermano David, finalmente asesinado este año en venganza por el crimen de Petrona Cantero. Un caso similar había ocurrido en diciembre de 2016 cuando Carlos Alberto Segovia estaba de visita en lo de un familiar y fue asesinado de un balazo que atravesó una ventana.
Algo parecido les pasó a Bienvenida Chaparro y su hijo Luciano, asesinados en agosto por una patota que irrumpió a los tiros en su casa de Constitución al 4300, al parecer en busca del novio de una nieta de la mujer. También Franco Carballo, ejecutado en noviembre de 2016 por llamarse igual que un primo suyo a quien mataron al día siguiente.
En la calle
La eventual bala perdida con la que cada tanto "el diablo metía la cola" y se llevaba una vida por obra del más cruel azar se convirtió en una posibilidad concreta y cada vez más frecuente. Desde enero de 2013 cuando Mercedes Delgado fue asesinada en medio de un tiroteo entre delincuentes en barrio Ludueña, al menos 15 personas murieron baleadas en distintas circunstancias por el solo hecho de estar en la calle.
Vecinos adultos en las veredas de sus casas como Rosa Arrotea, Beatriz Heredia, Alberto Fernández, Anabella Franco, Julia Guzmán y Gerardo Valín. Jóvenes y adolescentes que se divertían en fiestas callejeras y terminaron con mortales tiros al bulto como Brandon Cardozo, Nazareno Ciordia o Lorenzo Sosa. Algo similar le pasó a Rocío Martín, asesinada en 2015 en la puerta de un boliche cuyo frente fue baleado por un motociclista que pretendía así cobrarse alguna presunta afrenta.
Así de violento empezó este 2018 cuando sicarios que dispararon a un grupo que cenaba en la vereda de Seguí y Grandoli mataron a Hernán Tourn y Sofía Barreto, además de herir a otras tres personas. Al día siguiente fue baleada Margarita Gómez, una mujer de 66 años que estaba en su casa de la Vía Honda y murió 40 días después.
En casa
Pero no sólo la calle se cobra vidas en esta escalada irracional. Desde que Lourdes Canteros fue asesinada en mayo de 2013 mientras miraba la tele en su casa por sicarios que balearon la vivienda para amedrentar a un hermano que al parecer vendía drogas en una vivienda contigua (hecho atribuido a la banda de Los Monos) más de diez personas murieron en balaceras similares, entre ellas cuatro niños (ver pág. 39).
En circunstancias disímiles, con el denominador común de morir en sus hogares. Como Yolanda Sánchez, que una noche de enero de 2017 escuchó ruidos en la calle, se asomó por la ventana y recibió un balazo que se dijo que era para su marido. Y Nora Oroño, que fue a abrir la puerta de su casa y recibió siete tiros al parecer por un problema vinculado a la barra de Newell's.
Así también murió Laura Corina Reynoso, baleada cuando quiso apagar el fuego de una bomba molotov que habían tirado contra la puerta de su casa. O Francisco Calvano, que tuvo la desgracia de contemplar un asalto desde la ventana y el ladrón le disparó y lo mató.
Un paso para atrás
Todo asesinato es una injusticia irremediable, aun cuando la Justicia condene a los autores. Y establecer el motivo tiene sus límites a la hora de encontrar una razón para lo irracional. Esta reseña no es más que un compendio de hechos que pretende tomar nota de que en los últimos años cerca de 50 personas fueron asesinadas en circunstancias que tiempo atrás podía atribuírsele a la mala fortuna de estar en un momento y lugar determinado.
Muertes que tiempo atrás sonaban inconcebibles o podían resultar sorprendentes pero a fuerza de repetirse se encaminan a constituir una tipología en sí misma. Se sabe que la causa de estos crímenes es el aumento de la violencia entre personas que aparecen cada vez más dispuestas a armarse y disparar por cualquier cosa, desde una bronca futbolera hasta un incidente de tránsito. Se sabe que el desarme es clave para detener esta espiral de violencia.
Mientras tanto, hasta que poder concretar soluciones a esos problemas, bueno sería no naturalizar estos casos cada vez más frecuentes en los que alguien muere porque otro se equivocó, se encegueció, quiso demostrar poder, lo hizo sin querer o nunca se imaginó lo que podría pasar. Y volver, aunque sea, un paso atrás hasta aquella presunción de que nadie mata porque sí.
Cuando las balas también se llevan vidas pequeñas
Melanie Desiré Navarro tenía 5 años cuando el 22 de enero de 2014 murió de un balazo en la cabeza mientras jugaba en la vereda de su casa de Flammarión al 4900 y se desató un tiroteo entre bandas de delincuentes. La conmoción que causó entonces el hecho sólo fue superada tres años después cuando tres niños murieron baleados, ya no jugando en la calle sino dentro de sus propias casas. Candela Abigail Maciel, de 2 años, murió en enero del año pasado cuando una bala ingresó en la precaria casilla donde vivía en la zona ribereña de Villa Gobernador Gálvez. Un mes después Santino Relo, de la misma edad, murió cuando tirotearon su casa de Camilo Aldao al 3500.
Lo mismo pasó en junio pasado con Micaela Dulce Duarte, que tenía 5 años cuando dispararon contra su casa de la calle 1886 al 4300. Y este año, un mes atrás, Yamil Riquelme también murió producto de un ataque homicida contra su padre, que estaba en la vereda de Presidente Quintana al 3300 cuando le dispararon y una de las balas ingresó en la vivienda donde estaba el niño de 3 años.