"Me gustan los abrazos, porque aunque no resuelven nada, le dicen a la adversidad, que no podrá derrotarnos" (Raquel Aldana)
Hoy cumple años nuestra nieta y la ausencia de un abrazo nos provoca una congoja difícil de describir. ¿Angustia? ¿Melancolía? ¿Evocación? ¿Añoranza? o simplemente la falta de un necesario gesto en un momento para ella memorable, y para nosotros, quizá una de las últimas oportunidades de sentir la caricia adorable de su mejilla, contra la húmeda y llorosa piel que le ofrecemos. Podremos decir: ¡Qué poco valor puede tener tan pequeña huella, al lado de la desgracia infinita de los que sufren el castigo de tener un respirador incorporado en su garganta o la desesperante falta de aire de los que aún no lo precisan, pero tienen la sonda con oxígeno!
Diariamente, en nuestra tarea, nos toca discriminar entre una enfermedad intrascendente y el cataclismo de un coronavirus. La zozobra del error y el riesgo inagotable del diagnóstico equivocado, moviliza nuestra convicción. Todo eso es incontrastable, como también lo es la ausencia de ingresos, el sueldo sin cobrar, el derrumbe económico y el tembladeral de la incertidumbre y la inseguridad en todo el planeta. Pero quienes adjudicamos un valor incalculable al prodigio de vivir y a los afectos, al cariño y a la amistad, el significado del abrazo, que sólo se prodigan los que auténticamente se quieren, tiene un mérito indescifrable, pero poco sirve como valor cuando hay niños de la edad de nuestra nieta que pasan hambre y sed; que no tienen calzado, y en el frío están desprovistos de ropa. Jamás perderemos de vista la magnitud de su significado.
El encanto, la caricia, la inmensidad de un abrazo, no calma el hambre o la sed pero se nutre de la savia esencial de la vida, cuando enriquece la amistad y calma la congoja y la pesadumbre. Si el vínculo con un enfermo llega al afecto, nos asombramos que la entrevista termina espontáneamente con un abrazo. Cuando en todos los medios de difusión, escuchamos el ya clásico y razonable, "después de esto, ya nada será igual", pensamos en todo lo que acompaña a la pandemia. El miedo es un efecto inevitable ante la aparición de un fenómeno inesperado, vinculado a enfermarnos o al contagio de un familiar cercano. Nadie está exento pero con las variables de cada personalidad. Aparte del abatimiento que provoca, llega acompañado, del cansancio de sufrirlo, y la consecuente tristeza. Es difícil tener entusiasmo para planear proyectos, aún los más pequeños, cuando la pesadumbre nos agobia. La tristeza se ahonda cuando nos bombardean con las indagaciones referidas a los decesos e infectados.
Seamos prudentes al informarnos. Utilicemos sitios muy confiables en Internet y lo mínimo y suficiente para estar al día. Sepamos que ya hay cerca de 10 drogas en etapa de prueba clínica, y nos estamos acercando rápidamente al logro de la vacuna. Hoy contamos la frustración de no poder acariciar a un nieto pero pensemos en los millones de abuelos en situación similar. Nuestro enojo no puede ser egoísta, y quedar anclado en nosotros. No somos los únicos en estar encerrados, aburridos, o abrumados por la soledad. Pero todas esas conmociones dañinas no tienen que deshacer nuestros cariños y cordialidad.
Tenemos que manejar la iracundia que nace del encierro y el aislamiento. No dejemos de ser afables y bondadosos. No perdamos la cordialidad, el aprecio, la estima, el apego al mimo o el arrumaco a un bebé.
Sabemos que la salud es el eje esencial del comportamiento humano en una comunidad. Solemos repetir que la salud es como la luz eléctrica, la valoramos cuando la perdemos. Nada llega jamás a tener su valor.
Por eso, seamos prudentes, respetemos a rajatabla todas las indicaciones: el aislamiento, el cubreboca, la distancia, todo aquello que configuran las recomendaciones preventivas, pero sin dejar de añorar todo lo que enriquece de vida los sentimientos. Ese abrazo que une los corazones, el beso que demuestra nuestra cercanía, el apretón de manos que desde la antigüedad nos vincula.
Hoy nos sentiríamos contentos, con solo abrazar y besar a nuestra adorable nieta. Sin embargo, todo lo que ocurre en el mundo entero nos debiera conformar con saberla sana, y no estar enfermos, ayudando con nuestro apartamiento a mejorar el futuro inmediato de todos.