Estar preso es una probabilidad que nunca se evalúa pero que a veces sucede. Si eso pasa, las coordenadas de la vida de cualquier persona cambiarán hasta que se acerque el cumplimiento de la pena y un juez de Ejecución determine que beneficios constitucionales le corresponden al recluso. Pero todo eso se puede borrar de un plumazo cuando afuera de los muros se desata una pandemia mundial que cambia los parámetros de la vida humana. En ese marco, mil internos de cuatro cárceles santafesinas (Coronda, Piñero, Rosario y la ex Alcaidía) cumplen su primera semana de huelga de hambre. Sólo toman líquidos y se niegan a trabajar o asistir a la escuela o talleres. Piden que los jueces revean sus casos y que los que tienen posibilidades legales de salidas transitorias o sean población de riesgo vuelvan a sus hogares.
Desde una celda de Piñero, Damián le contó su realidad a La Capital. “Esta unidad está hecha para 1.200 internos y somos 1.753 en espacios reducidos y sin poder acceder a beneficios legales. Para la escuela sólo hay un cupo de 100 internos divididos por mitades y dos veces por semana en un lugar para 20 personas amontonadas. A la huerta van unos seis internos por pabellón y por una hora. Eso no alcanza”, enumeró.
Damián explicó que “esos cupos de trabajo los tienen algunos privilegiados. No son más de 120 personas, y según el Servicio Penitenciario se los dan a los que son de confianza. El 80% de los internos no tenemos actividad”, reprochó.
“Ahora que estamos en huelga de hambre para que nos den mejores medidas de protección y evitar que el coronavirus llegue adentro, hay compañeros que se descompensan porque no reciben las encomiendas de sus familias y los remedios, entonces cuando los llevan a la enfermería o al médico los guardias los agreden o verduguean para que levantemos la medida”, agregó Damián.
La historia de la protesta en Santa Fe empezó apenas se decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio por parte de la Nación. Entonces hubo protestas que se cobraron nueve víctimas fatales en Coronda y Las Flores. Tras ello hubo reuniones de delegados de pabellones con las autoridades del Servicio Penitenciario (SP) que suspendieron las visitas y las salidas transitorias que muchos ya gozaban.
“Todo empezó el martes 21 de marzo cuando tuvimos la primera mesa de diálogo. Charlamos por la comida, los elementos de higiene, la reparación de las duchas que no funcionan, los trámites judiciales atrasados y los informes de conducta. Además pedimos la reincorporación de doctores y enfermeras ya que son dos para toda la unidad y se van turnando”, relató Damián.
En su repaso dijo que “no hay suficientes cuchetas por celda y dormimos en el piso, entre las ratas. Hay gente enferma de sida, epilepsia, asmáticos, diabéticos y discapacitados a los que les falta un lugar donde dormir. Toda la población está tranquila, aunque los guardias viven buscando roña.”
A la hora del reclamo puntual, los presos son implacables: “Necesitamos que se tomen decisiones. Pedimos que vengan los jueces, fiscales, defensores y abogados particulares que hasta el día de hoy no vinieron. Pedimos una mesa de diálogo donde participen distintos organismos y lograr un acuerdo. Vamos a seguir con la huelga pacífica hasta obtener ese diálogo”, remarcó.
Por unos días
Víctor está detenido en la Unidad 3 del macrocentro rosarino y se lo escucha eufórico. Es que la semana previa al cierre de las cárceles por la pandemia le iban a otorgar la libertad asistida. “Hubo un antes y un después del coronavirus. Uno tenía como expectativas salir y estar con su familia. Pero todo cambió, la esperanza se desvanece y hay que pelearla día a día. Yo estoy en un pabellón evangélico, vivimos con fe porque sin Dios es muy difícil. En cualquier momento puede caer algún enfermo y no ver la visita es terrible, te daña mucho psicológicamente. Es lo peor”, cuenta.
Mientras habla por WhatsApp se escucha detrás el rasguido de una guitarra. “En un pabellón mundano (los no religiosos) cada uno hace la suya. En los pabellones donde no está Dios se ponen nerviosos, puede pasar cualquier cosa. Pero en los pabellones de Dios eso no va a suceder”.
Matías también está alojado en la Unidad 3 y cuenta que “es muy duro no tener visitas. Esos momentos con los afectos a nosotros nos renuevan y nos ayudan. Pero ahora no están. Es para protección de todos, pero es duro. La huelga de hambre es porque los que estábamos bajo libertad asistida o transitoria queremos volver a eso. Nos corresponde.” Y agrega que “no comer te hace pasarla mal, pero acá la comida es horrible, a veces viene podrida y no la comes aunque no estés en huelga”.
El detenido dice que por ahora “no hay problemas de convivencia, pero los muchachos están nerviosos. A nosotros ya nos juzgaron y queremos que se respete lo que dice la ley.”
Periodista por un rato
Pablo está preso en la Unidad 6, la ex alcaidía de Jefatura, y ayer fue periodista por unas horas. Celular en mano entrevistó a sus compañeros de celda. “La vida antes de esta pandemia era muy distinta. Los internos que estaban condenados tenían actividades como la escuela, los talleres, y los pocos que tenían trabajo salían a trabajar. Desde 2017 el director no da trabajo y los procesados no salen a ninguna actividad, y con esto del coronavirus la cosa se puso peor”, sostuvo.
Andrés es “un reo antiguo”, como él mismo se define. “En octubre de 2014 se logró en la Unidad 6 bastante paz. No se tomaron más pastillas en los pabellones evangélicos y en los pabellones mundanos. Entendieron que así se podía vivir mejor. Se armaron programas, escuelas y talleres, pero en 2017 se volvió atrás. La comida es terrible, no hay trabajo y nos sacaron beneficios. Lo que queremos con esta huelga es que a los que estaban a punto de salir los dejen seguir con los trámites judiciales. Que el que cumplió su condena salga. En pocas palabras: no gozamos de nuestros derechos y pedimos que quien deba salir por enfermedad o cumplimiento de la pena se vaya a su casa. Que se estudie cada caso particular y se aplique la ley”.
Otro procesado le dijo a Pablo: “Es muy difícil superar este momento de pandemia. Uno por más que no quiera extraña a sus padres, hermanos, esposa e hijos. Sin el apoyo de ellos no se puede superar el encierro”, afirmó. Y sobre la protesta no dudó en calificarla como “horrible, no tenemos fuerzas para nada, hay días que sólo tomamos mates y es todo muy difícil”. Los internos aseguran que “no hubo charlas sobre los protocolos de seguridad ante el coronavirus, el sistema médico no existe, te sentís mal y te podés morir. Medicamentos no te dan y si tenés alguna dolencia aguántate”.
Pablo, el periodista de una tarde, contó que “estamos nerviosos por miedo a que ingrese el virus a la unidad y sabemos que no hay un sistema para cuidar a 600 internos. No hay un lugar de aislamiento, nos van a dejar morir como perros.”
Están comunicados
Desde la provincia, el secretario de Asuntos Penitenciarios, Walter Gálvez, asegura que “distinto a lo que pasa en Buenos Aires acá se pusieron teléfonos públicos nuevos y se le dio a los celadores dos celulares por pabellón para que se los habiliten a los internos. En las cárceles federales les compraron unas 14 mil tarjetas y en Buenos Aires les permiten los celulares”. Sobre la protesta Gálvez es optimista. “No reciben la comida que les da el Estado, pero todo se está relajando. Actualmente hay un 50% de acatamiento, la cosa se fue debilitando”.
Los hábeas corpus y los pedidos de los defensores se duplicarán esta semana. Algunos confían en poder salir, otros aguardan que el virus caiga, se termine la cuarentena y pague también por lo que hizo.