Faltaban algo más de tres horas para que la selección argentina enfrentara a la de Perú en el Monumental en uno de los tantos partidos de eliminatorias. El disco rígido ya no registra la fecha. Pero sí guarda lo más importante, la situación registrada en la previa. El protocolo para ir al estadio a trabajar periodísticamente obliga a salir con mucha anticipación por el tránsito y otros menesteres. La ansiedad, como la que acompaña a todo gordo, impone estar en el hall del alojamiento media hora antes de la establecida con el remisero para emprender el viaje hacia Núñez. El ascensor comienza el descenso de los pisos del hotel El Conquistador hasta que se detiene en uno de ellos para que suba otro huésped. Con la timidez que simulaba parquedad, el hombre ingresa y enseguida dice: "Ehh, cómo andás, contame qué novedades hay en Central". Allí la timidez cambia como un rayo de cuerpo porque quien requería la información era Roberto Fontanarrosa, célebre escritor con quien el ocasional interlocutor nunca había conversado.
Allí comienza una conversación de unos veinte minutos aproximadamente, en los que el partido de la selección nacional, que en un principio era el objetivo que generaba tensión laboral en cuanto a tiempos y formas, se desplazaba por la atrapante charla que ese artista de notables recursos espontáneos formatearía en apenas un ratito. Y que hoy toma estado público porque ya ahí se sabía que algún día ese archivo de los privilegiados recuerdos merecía ser compartido.
Despatarrados en los sillones del hotel que tiene en la sala de ingreso, frente a la recepción, Fontanarrosa pregunta opinando sobre los diferentes futbolistas canallas del momento, las formas de juego, las virtudes y los defectos, las proyecciones de algunos jóvenes y también los vencimientos de los más grandes.
En fin, un ida y vuelta típico como en cualquier mesa de bar argentino donde el fútbol se pasea entre las tazas con algo de certeza, mucho de suposición y también sentencias.
Se hace apasionante escuchar a este artista del ingenio por la precisión con la que hilvana las palabras con los tonos, cuando las acentuaciones constituyen una usina sin cortes (a diferencia de la EPE) del humor espontáneo con una cuota ingeniosa de ironía. Un cultor de las ocurrencias populares.
En un momento, el referente cultural esgrime un concepto tan genial como desopilante, porque más allá de la hilaridad que genera cuando lo desarrolla en apenas un puñado de minutos le da cierto crédito sustentado en ejemplos históricos. Y aunque luego en el tiempo se lo repitió al interlocutor durante una entrevista radial en Rosario, nunca se pudo determinar si se trataba de otra creación de humor urbano o de cierta creencia personal.
Repetir las palabras utilizadas por el Negro Fontanarrosa en forma literal implica un riesgo que quien esto escribe no debe asumir, porque la memoria puede alterar algún concepto y no es justo ni conveniente para la trayectoria del protagonista. Por eso lo que sigue es una recreación de aquella idea esgrimida en el hotel El Conquistador.
"Creo que cuando tenemos más morochos el equipo juega mejor. No sé si porque son sinónimo de esfuerzo, de sacrificio, de ingenio, pero siempre es bueno tenerlos en cantidad. Y aunque siendo yo un representante, no digo negro para no tener problemas con ninguna organización que lucha contra la discriminación. Pero cuando digo morocho digo negro, el de los nuestros, como yo". Palabras más, palabras menos, la frase desata la risa incontenible del conserje, que ya con eso compensa el tedio de una jornada laboral en la que los turistas brasileños lo tuvieron a maltraer.
El Negro alude al Negro González, al Negro Palma, al Puma Rodríguez, al Negro Scalise, al Negro Quinteros y a todos los negros que vistieron la camiseta auriazul.
Hasta que en un momento se le menciona al Negro Hugo González, un volante central canalla que jugó a fines del 90 y principios del 2000. Y ahí nomás responde: "También, por supuesto, o no te acordás que por algo le decían garrote", acota Fontanarrosa, en alusión a su juego de marca estricta y un poco fuerte. Y resiste así cualquier embate que lo intente correr de su pensamiento de que Central necesita siempre tener más jugadores morochos.
Claro que como toda regla siempre tiene excepciones y Roberto también las entiende así, por eso destaca que también es fundamental contar con algún "rubio o rubiecito" que marque esa diferencia, "siempre es bueno y necesario tenerlo, no sólo en el color sino también en el juego". Y para ello recuerda a Pizzi, Figueroa y Carbonari en un rápido repaso.
De repente el conserje se acerca para avisar que ya estaba el remise para llevar a Fontanarrosa y su personaje La Hermana Rosa al Monumental, donde las selecciones de Argentina y Perú jugarían en un rato, algo que a esa altura ya poco importa.
El extraordinario escritor se levanta pachorriento y cuando abre la puerta gira para decir: "Al final la charla fue una cosa de Negros". Y se ríe por primera vez desde el encuentro. Su figura se dirige al auto y se pierde por calle Suipacha, en pleno centro de Buenos Aires.
Y en su partida dejó un recuerdo estupendo, con mucha claridad, porque el Negro no es sinónimo de oscuridad, sino de luz.