Como habrá sido que la selección argentina entregó señales de irse del Mundial antes de que Francia lo definiera, que el comentario de este partido también ya estaba armado antes de que el árbitro Faghani pitara el final. En la cancha se observó que Argentina nunca se saldría con las suyas, y que los cuartos de final le quedarían como una ropa demasiado holgada. Ni siquiera hubo creencia de eso cuando se puso 2 a 1, con gol de Mercado tras un remate de Messi al arco. Fue un espejismo. Merecida eliminación de la selección de Rusia 2018. Aquel que haya visto otra cosa, se está engañando. Y la verdad es que los argentinos ya están cansados de que los engañen o ser engañados. Va para todo. En una mezcolanza de sensaciones dolorosas se remueve lo mal que jugamos en la cancha, y lo mal que vivimos en un país al que día a día lo están haciendo trizas.
Argentina no mereció ganar el partido ni cuando estuvo arriba en el resultado. El 4-3 no retrata la real diferencia que hubo entre un equipo y el otro. Si Francia hubiera querido, esta selección se iba de Rusia también humillada en un marcador con más amplitud. La pasaron por arriba, no sólo en el juego. También estuvo tan lejos de clasificar hasta cuando Di María paralizó a los franceses con un golazo de otra galaxia. No porque nunca se haya visto un remate tan furibundo como el del ex volante de Rosaio Central, sino porque literalmente fue de otro partido. En ninguna cabeza cabía que Argentina podía empatarlo, jugando siempre, en todo momento, a lo que quiso Francia.
Si es cierto que Sampaoli pensó minuciosamente qué estrategia debía pergeñar para que Francia no lo dañara, la verdad es que no se notó. Su planteo fue el ideal y el esperado para que Francia se floreara. calzó justo, a medida. Hasta un nene de un año se hubiera dado cuenta de que Mbappé, lanzado, iba a hacer lo que quisiera. Ya a los 11' les avisó a Tagliafico, Otamenti y principalmente Rojo, porque se inclinó por ese costado, que era una especie de galgo incontrolable. Siempre fuera de alcance para la resistencia albiceleste. Rojo fue el último eslabón, quizás el más evidente, de una cadena de errores posicionales, tácticos, y también de sentido de la ubicación, y fue hasta lógico que terminara por cometerle un grosero penal. El defensor, héroe para meter a la selección en octavos, empezaba a despedirla con una infracción que desembocó en el gol de Griezmann, de penal.
La desventaja le puso sentencia evidente a lo que se insinuaba en el campo de juego. Argentina siempre estuvo muy desalineada. Si no fuera por el bombazo de Di María, no había pateado al arco en toda la etapa inicial. Demasiado inactiva y metiéndose solita en la boca del león.
En el anuncio que se pudo leer ayer en las páginas de Ovación Mundial se puntualizó, con marcada insistencia, que a Francia no había que dejarla que fuera a los bifes. Que esto terminaba en tragedia futbolística (se aclara porque siempre hay algún trasnochado que toma las cosas para el lado de los tomates) si Mbappé, Griezmann y Pogba manejaban la pelota como en el patio de su casa.
Y más allá del escenario previo que estaba claro, hicieron efectivamente eso. Porque la pretensión de cortar el circuito con Enzo Pérez, Mascherano y hasta Banega apropiándose de la pelota, representó un fracaso rotundo, ya que nunca Argentina pudo hacer pie, ni tomar las riendas.
Consecuencia: Messi, de nuevo en su mundo terrenal, con pocas apariciones, y Pavón debatiéndose entre la intrascendencia y las ganas por haber jugado su primer partido como titular. El único que intentaba y extrañamente le salía algo era Di María. Sacó la cara Angelito de una buena vez con la camiseta de la selección, pero su esfuerzo no alcanzó. Ni el golazo, posiblemente uno de los mejores del Mundial, será recordado.
También alguno dirá que si Pavard no la clavaba en un ángulo, a Francia la hubieran carcomido los nervios. Es posible. Pero si no empataba en esa jugada lo igualaba en alguna otra. Un dato que no debe pasarse por alto. Pavard metió un delicioso remate, pero en esa maniobra hubo un concierto de errores posiciones y hasta de merma física. Enzo Pérez no siguió con Lucas Hernández, quien llegó al fondo y tiró un centro que sobró a toda la defensa argentina. Pavard la empalmó y estableció el 2-2.
Tuvo que ocurrir eso para convencerse de que Argentina fue un equipo tirado en la cancha. Sin una dirección colectiva que desmintiera a aquellos que se preguntan desde que asumió Jorge Sampaoli ¿a qué quiere jugar este equipo? Bueno, la respuesta estuvo desgraciadamente en el adiós de un Mundial. A nada quiere jugar y a nada juega. Por eso no sorprendió el descalabro en todas las líneas que evidenció el 3 a 2 de Francia con una definición de Mbappé. La pelota se metió por debajo de las manos de Armani. Un mal pensado diría que esa en el arco de River la atajaba. Es probable. Igual, el arquero de Casilda no tuvo un buen partido. Es difícil rescatarle algo cuando le convirtieron cuatro goles y en alguno pudo haber hecho algo más o se hubiera esperado algo más de él. El cuarto de Mbappé también provino gracias a las ofertas de un equipo desarticulado y que se estaba yendo del Mundial con una imagen de entregado, más allá del descuento de cabeza de Agüero, quien había ingresado por Enzo Pérez.
Pura realidad fue el festejo alocado de los franceses y la amargura eterna de los jugadores argentinos. Así, la selección se fue de un Mundial en el que nunca estuvo.