¿Fue amor a primera vista con la pelota?
Mi primer recuerdo es estar pateando una pelota en el patio de mi casa. Y después me acuerdo de mi primer entrenamiento en Provincial, a los 6 años. Me ponía muy nervioso cuando iba a entrenar. Era muy chico. Hasta el día de hoy, lo que más me gusta hacer es jugar a la pelota. Es una pasión. Desde que tengo uso de razón me gusta, hasta ahora que soy un veterano, que sigo jugando. Yo miro una pelota y soy feliz. Esa es mi esencia como persona. Cuento los días para que llegue el sábado y poder jugar en la liga.
¿Seguís jugando?
Juego, en la medida que las rodillas me dejen. No mucho, pero al menos jugar unos minutos o dirigir, lo que sea. Tengo que estar cerca de la pelota. Es el gran incentivo que tengo en la semana, esperar al sábado o a veces los miércoles que nos juntamos con los muchachos. Estoy atravesado por el fútbol.
Y de chico, ¿cómo era la rutina antes y después de entrenar?
La ropa para entrenar me la preparaba mi mamá. Después me iba en el colectivo, en el viejo 78 que pasaba por calle Gálvez. Luego del entrenamiento lo esperaba a mi papá que salía de trabajar. Lo tenía que esperar bastante. Los inicios en el baby era entrenar martes y jueves y esperar el partido del sábado. La misma sensación de ahora. Primero jugué en la liga interna de Provincial y después en la liga Ardyti.
¿Cómo das el salto a Central Córdoba?
El pase a Córdoba se da porque Provincial no estaba en la Rosarina. Entonces hubo un convenio entre ambos clubes y todos pasamos a Córdoba. Tenía 12 años, estaba en el último año del baby y después hice todas las divisiones inferiores.
Y no tardaste mucho en pasar de la primera local a la de AFA.
Me acuerdo que jugué con la primera local un desempate contra Coronel Aguirre para mantener la categoría. Ganamos acá 5-0 y tuvimos que ir a la cancha de Aguirre después. Yo tenía 16 años. Fue bravísimo. Hubo incidentes, todo lo que se te ocurra, pero sacamos un empate y mantuvimos la categoría. Después empiezo a entrenar con el plantel de primera, que estaba en la Primera C, en el año 84/85, y un año después debuté. La verdad no imaginaba ser jugador de fútbol y la vida me regaló todo lo que vino.
Vos siendo tan pibe citado por primera vez y la leyenda Trinche Carlovich que se estaba despidiendo del fútbol.
La primera vez que entrené con el Trinche no me la voy a olvidar más. Yo era un pibe, que tenía pura energía y potencia. En un momento, jugando para los suplentes en la práctica, le va una pelota al Trinche, lo quiero anticipar, me abre los brazos y me como un codazo en la cara. Se da vuelta y me dice: “Nene, esto le va a pasar muy seguido. Apréndalo”. Yo era bastante tímido en esa época y lo veía hacer cosas que me maravillaban. Le pegaba de tres dedos, de aire, metía cambios de frente de 40 o 50 metros directo al pecho de un compañero. Una locura. Todo eso fue en el Apertura 86, estábamos jugando un reclasificatorio. El último partido del Trinche fue contra Almagro en cancha de All Boys. Yo estaba en el banco de suplentes y él se sentó al lado mío porque había llegado justo de Rosario porque no viajó en el colectivo con nosotros. Tuve la suerte de tenerlo al lado en su último partido.
Hay una frase que dice que el Trinche fue “el mejor jugador desconocido de la historia”, incluso hasta Diego decía que era mejor que él. Al no haber demasiados registros, y siendo que vos tuviste el honor de compartir plantel con él, ¿cómo era dentro y fuera de la cancha?
Fue un privilegiado que decidió desparramar su fútbol dentro de una cancha. Por algo jugó hasta los 42 años. Lamentablemente, pasa el tiempo y hay cada vez menos registros fílmicos del Trinche jugando, por eso queda como una leyenda. El equipo giraba en torno a él. Ganó el ascenso del 82 en cancha de Newell’s con una gran actuación, con un golazo de afuera del área, que era su sello característico, la pegada de media distancia. La capacidad para jugar y hacer jugar, para dominar la pelota. Ojalá yo hubiera tenido apenas la mitad de lo que él tuvo. Y afuera de la cancha era pura simpleza. Una persona sencilla, amena para conversar. Como se lo veía, así era. Vimos juntos a Córdoba varias veces, muchas charlas de por medio. Un fenómeno en todo sentido.
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Ya asentado en el equipo, el primer gran logro llega con el ascenso a la Primera B en el 87/88, ¿cómo lo viviste?
El club necesitaba ascender, hacía años que estábamos en la C y el objetivo era salir de ahí. Había un grupo muy bien conducido por Horacio Harguindeguy, una persona intachable, que sabía manejar un plantel. Más allá de la calidad técnica que había en los jugadores, era necesario amalgamarlo en un grupo. Lo viví con mucha alegría porque fue mi primer gran logro.
Ya en la Primera B pierden en el octogonal por el ascenso con Olimpo, con un partido de ida en Bahía Blanca muy polémico. ¿Qué te acordás de aquella definición?
Sí, eso fue al otro año. Primero jugamos en Bahía Blanca, que perdimos, en un partido que tuvo una serie de irregularidades. En la vuelta empatamos en cancha de Newell’s. Había un muy buen plantel para lograr el ascenso. Tampoco lo pudimos conseguir la temporada siguiente. Teníamos prácticamente la misma base con la que ascendimos de la C a la Primera B. Después se nos pudo dar.
Temporada 90/91, enorme campaña que les da el ascenso a la B Nacional y con una anécdota del partido que salen campeones en cancha de Chacarita que es espectacular.
(Risas) Fue bravo. Primero que ingresamos por donde no entraban los jugadores. Nos mandaron por el playón del club, que estaba lleno de hinchas y la barra de ellos. Si bien estábamos habituados a pasar este tipo de situaciones en varias canchas del ascenso, donde hay menos seguridad y tenés a los hinchas muy cerca tuyo, acá fue muy bravo. Aparte Chacarita tenía un cierto encono con Central Córdoba. El mayor problema es que ellos necesitaban ganar para salvarse del descenso y nosotros teníamos que ganar para salir campeones. Una situación hartamente complicada. Estábamos en el vestuario, que daba al playón donde se encontraba todo liberado para la barra, no había policía ni nada. Nos tiraban de todo. A uno de mis “hermanos” se le ocurre tirar un balde de agua fría por la ventana y ahí se desmadró todo. Los hinchas rompieron la puerta, tuvimos que agarrar los bolsos y salir corriendo así nomás como estábamos. Nos cambiamos en la antesala del túnel que da al campo de juego. Cuando salimos a la cancha, había barras que nos mostraban armas del calibre que se te ocurra. Pasado eso, hicimos un primer tiempo muy malo, 0 a 0. Carlos Ramacciotti, que era el técnico, nos dice en el entretiempo: “Muchachos, de acá no sabemos si vamos a salir. Probablemente no salgamos. Pero si no salimos, al menos, salgamos campeones”. Ahí reaccionamos, el equipo volvió a ser el que era, muy contundente y agresivo tácticamente tanto en la marca como en el ataque. Hicimos un segundo tiempo demoledor, a los 10 o 12 minutos ya íbamos 2 a 0, después nos pusimos 4 a 0 (terminó 4 a 1) y logramos el ascenso que tanto nos merecíamos. Fue un torneo duro que peleamos con Almagro y Chicago, en el que nos costó bastante de local, principalmente en la primera rueda. Pero teníamos un equipo muy trabajado, que sabía muy bien lo que quería. Después en el dodecagonal que se hacía con los equipos de la B Nacional para subir a primera, le ganamos a Almirante Brown y después perdemos un partidazo con Belgrano en el Chateau. Estuvimos a la altura, cerquita de pasar a semifinales por el ascenso a primera.
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Andrés Radice jugó con Central Córdoba en tres categorías del ascenso.
¿Había mucha diferencia entre las diferentes categorías del ascenso?
El ascenso es difícil. Se nota el salto cuando pasás a la B Nacional, que hay jugadores de otra categoría, canchas mejores. Era otro momento igual. Había 20 o 22 equipos por categoría, ahora son muchos, lo cual baja el nivel. Era muy parejo antes, con menos equipos pero altamente competitivos. Estuvimos a la altura, te repito. En esa década del 90, el rival que venía al Gabino Sosa sabía que la tenía muy difícil.
¿Qué te dieron Harguindeguy, Ramacciotti y Ricardo Palma como técnicos?
Harguindeguy me transmitió seriedad, respeto, el saber decirle a cada uno en el momento justo lo que correspondía. De Ramacciotti me quedo con la capacidad de armar un grupo y el optimismo que generaba en cada entrenamiento y el día del partido, siempre convenciéndonos de que estábamos para más. El fútbol tiene mucho de psicológico. Podés tener una base física y técnica, pero muchos partidos también se resuelven con la cabeza. En cuanto a Ricardo Palma, un gran estratega, con gran visión de juego. Tuvimos una relación especial porque logramos salvarnos del descenso y llegamos a un subcampeonato con un fútbol bárbaro, con un equipo muy solidario, con el que estuvimos 26 partidos sin perder de local. Más de un año y medio. Venían acá a perder. En mi caso, me dio mucha confianza para desplegarme dentro de la cancha, como José Machetti y Oscar Craiyacich. También don Angel (Zof), en el poco tiempo que estuvo en Córdoba.
Hablando de don Ángel, contaste una vez que un día te agarró y te dijo que “eras el mejor 5 de todos y que tenías que creer en vos”, y que eso marcó un antes y un después en tu carrera.
Es verdad. Fue en un entrenamiento acá. Siempre me dio mucha confianza. “Pibe, usted es el mejor de todos, créasela”, me dijo. Me sirvió mucho, son palabras que a veces un jugador necesita para sentirse útil para el equipo. Don Angel estuvo medio campeonato, junto con Néstor Manfredi y el profe Vigna.
Sos el jugador que más vistió la camiseta charrúa, ¿sos consciente de que formás parte de la historia grande del club?
Soy consciente pero tal vez no le doy tanta trascendencia. Estoy agradecido, he sido feliz acá (hace una pausa, mira la cancha y se emociona). Recién cuando hicimos las fotos me parecía increíble estar otra vez pisando este césped. Fue una etapa muy linda de mi vida. Lo que importa es que se pueda generar un club que vuelva a motivar a los hinchas, que vuelva al lugar que perdió, en el que nosotros estábamos. Quisiera venir a la cancha y ver a Córdoba jugando un partido por la B Nacional. Hoy estamos en la cuarta categoría del fútbol argentino, algo que lamento. Es una tarea de todos, de los dirigentes, el poner al club donde se merece.
¿Cómo lo ves ahora con la vuelta de Ariel Cuffaro Russo, un DT que ha tenido buenos resultados anteriormente y conoce el club?
En este momento, Ariel es la persona indicada para conducir al equipo porque tiene la espalda para soportar momentos que son malos. Pasa lo mismo con Russo en Central o como pasó con Martino en Newell’s. Son técnicos que están más allá de todo, de la dirección técnica. Para lograr una mejora, necesitás a alguien con espalda. Ariel la tiene. Banco y apoyo su proceso. Lo mejor para él es lo mejor para el club.
¿Te llamaron alguna vez para trabajar en Córdoba?
Sí. Carlos Lancellotti (presidente) fue uno de los que me llamó para que venga pero no se pudo dar. El único que me propuso ser técnico fue Santiago Pezza (expresidente). Yo volví a jugar al club en el 2004 cuando estaba Lito Isabella, que después renuncia. Entonces
Pezza me dice: “Quiero que dirijas vos”. Como yo llegué con Lito, le dije que no podía dirigir. Había un plantel riquísimo, desde (Leandro) Armani hasta Guille Farré, hoy técnico de Belgrano. No me parecía ético agarrar siendo que Lito me había traído.
Debutaste el 17 de mayo de 1986 contra Leandro Alem, justo 37 años de aquel día, 356 partidos jugados, 2 títulos, ascensos, ¿qué significa Central Córdoba en tu vida?
(Vuelve a lagrimear) Es mi segundo hogar. Por eso me emociono. He vivido muchos años acá, los he disfrutado. Recuerdo entrenamientos, salir los sábados a la cancha. A mí lo que más me gustaba era jugar. Era mi felicidad. Fue una etapa feliz. Por eso me duele ver al club en el lugar que está.
17 goles
Esa es la cantidad que señaló la Bruja Radice en el charrúa. Cada vez que el volante convirtió, Central Córdoba nunca perdió.