Las voces son inaudibles si no se está cerca. Las sonrisas desaparecen de inmediato por pudor al oírse un lamento que conmueve. En el Heca y en el Carrasco se siguió el partido, desde algún televisor en el mejor de los casos, con prudencia y mesura, para no alterar el ambiente. No fue necesario que se recordase el mensaje de "Silencio. Hospital". Los cantitos, insultos y aullidos estuvieron en sitios más lejanos, donde no existe restricción para expresar el fanatismo por uno y otro equipo. El bar más cercano al Gigante, Heisenberg, se llenó con los hinchas de Central. En El Paso, sobre la avenida Pellegrini, territorio rojinegro, los simpatizantes de Newell's rebasaron el espacio, teniendo varios que agolparse en las veredas para mirar el partido a través de las vidrieras. Rosario aquietó la rutina acostumbrada en las primeras horas de la tarde, no tanto como se hubiese imaginado. El horario, en un día laborable, lo explica.
En los amplios espacios al aire libre del Hospital Carrasco era complicado cruzarse a alguien durante el clásico. No había señales de que en esos momentos se estaba jugando. Hace 100 años, las Damas de Beneficencia de ese hospital tuvieron una idea que se frustró y que dio origen al apodo de Newell's y Central. La intención de organizar un partido a beneficio de los enfermos de lepra fue aceptado por el club del Parque y rechazado por el de Arroyito. Por la postura asumida, unos pasaron a ser canallas y otros leprosos.
A cien metros del salón auditorio Enfermos de Lepra del Carrasco, Daniel es la única persona que se distinguió en el exterior. Con la camiseta argentina, a la distancia no se percibía el tatuaje que se realizó cinco años atrás y que revela que es hincha de Newell's. "Acá los televisores sólo pasan Canal 3 y Canal 5. Estoy escuchando el partido por celular", dijo Daniel desde su silla de ruedas. Es uno de los internados del hospital. Otros prefirieron enterarse de lo que pasaba desde sus habitaciones. En los pasillos internos del edificio de ingreso, a la espera de entrar a los consultorios externos, alrededor de veinte pacientes tenían otras preocupaciones y se mantenían ajenos al partido que se jugó en cancha de Arsenal.
"La demanda de consultas bajó para esta hora si se compara con la de otros días", manifestó el enfermero Nahuel. En el Carrasco, Nahuel fue uno más resignado a enterarse lo que sucedía con el partido a través el celular.
Desde Avellaneda y 9 de Julio hacia el norte, en la intersección de Avellaneda y José Ingenieros, se encuentra el bar Heisenberg, a una cuadra del Gigante. Es un sitio destinado exclusivamente para fanáticos canallas. Eso era inconfundible, por la vestimenta que llevó cada uno. Detrás de la barra, Germán tiraba la cerveza, vistiendo la camiseta blanca alternativa de Central. "Acá siempre está lleno cuando juega Central", dijo, al tiempo que miraba de reojo la pantalla.
"Movete canalla movete, movete dejá de joder..." cantaban los hinchas, entusiasmados con la mejora de Central del segundo tiempo. El bar tiene las paredes revestidas en madera. A nadie le interesaba la estética del espacio. La atención estaba puesta nada más que en la pantalla. Con el gol de Herrera, todos se levantaron y gritaron. Los que estaban parados junto a la puerta, salieron a la vereda, deseosos de celebrarlo en la calle, un ámbito aún más público que en el interior del bar. Adentro se entonó el "Vamos, vamos Acadé".
Zampedri la puso junto al palo para el segundo de Central y sonaron bocinas de algunos autos que transitaban por la zona. Un adolescente que limpiaba vidrios en Avellaneda y avenida Alberdi tenía una camiseta de Central, con la imagen del Negro Olmedo. Desconocía las alternativas del partido. Estaba impedido de entretenerse con una distracción como es el fútbol, un derecho básico para cualquiera de su edad.
Con otra realidad, Maxi también se mantenía al margen del partido. En la sala de espera de la guardia del Heca, no le importaba el clásico, si bien tenía puesta la camiseta auriazul. "Te imaginás que no estoy para darle bola", manifestó. Permanecía sentado en soledad. Nadie que no tuviera un contacto íntimo con él hubiese ido más allá para preguntarle por qué se encontraba allí. Media hora más tarde, caminaba por el exterior del Heca junto a una persona enfundada en un buzo con el escudo de Newell's. Un canalla y un leproso, compañeros en ese instante donde el partido quedaba en un segundo plano.
La preocupación era otra
Ninguno de los que aguardaba noticias de un amigo o pariente se arrimó unos metros más allá donde estaban los televisores del bar del hospital para mirar el clásico. Los pocos que ocupaban las mesas, dialogaban sin levantar la voz. Durante un breve rato, tres doctoras compartieron un café. La más interesada en el partido fue Aldana. Siempre va a la cancha de Newell's. Carla y Emilia, las compañeras, son de Central.
Marcelo, de Rojas, y Matías, de Bell Ville, son médicos residentes en el Heca. Hinchas de Boca, aprendieron a conocer lo que representa el clásico para buena parte de los rosarinos. Ellos contaron que los médicos que son hinchas de Newell's y Central trataban de informarse de lo que pasaba. "En algún lugar siempre hay un televisor prendido. Si llegan a escuchan un grito de gol, seguro que se van a asomar a una habitación para ver si lo están siguiendo por TV", dijeron con una sonrisa.
A los pocos segundos, la mueca risueña de ambos se transformó en un gesto sobrio. A pocos metros, una persona emitió un grito de dolor. Otros lo abrazaban. Para ellos, el clásico era irrelevante. Los testigos casuales, entendían que era así y de allí el respeto y el silencio.
Para los fanáticos leprosos que se convocaron en el bar El Paso, de Pellegrini y Paraguay, en cambio no había otro tema que no fuese el clásico. Tenían la convicción de que la victoria era posible. Gritaron y se lamentaron de que el primer tiempo se terminase sin que Newell's convierta tras haber sido superior. Los goles de Central causaron distintas reacciones, insultos, miradas al piso y enojo.
"No podemos perder con este equipo tan malo", se quejaba un hincha que miraba el partido desde la vereda del bar. Con el descuento, se escuchó la queja. "A Torres tendría que haberlo puesto antes", protestó uno. "No queda tiempo", dijo resignado otro. Igual nadie se movió. Con el final, la mayoría se fue callada. Los gritos estaban en otro lado. En el Heca y el Hospital Carrasco, el resultado no alteró el silencio respetuoso de los que se interesaron por el clásico.