Los Juegos Olímpicos son la cita del deporte mundial por excelencia. Y en cada edición convergen millones de historias que, a la luz o no, terminan por darle ese sentido mágico al sitio donde cada deportista, desde el más anónimo hasta la más grande estrella, quiere llegar. Pero también en ese lugar, donde se erigen los héroes y se alcanza gloria, existen los otros, los antihéroes, los que representan lo más terrenal o curioso, lo más insólito y conmovedor. La esencia misma de los Juegos está ahí. Hace 20 años justamente, nació la leyenda de Eric Moussambani, el nadador de Guinea Ecuatorial que el 19 de septiembre de 2000, en Sydney, constituyó uno de los grandes momentos olímpicos. Y no fue por haberse colgado toneladas de medallas al estilo Michael Phelps, sino por lo contrario: Eric Moussambani fue aquel nadador que en verdad poco sabía nadar y que culminó la prueba de 100 metros libres casi ahogándose, nadando “perrito”.
En realidad, La Anguila Moussambani, como también se lo apodó en ese momento, no sabía nadar. Sólo ocho meses antes, cuando supo que iba a participar de los Juegos Olímpicos australianos, aprendió. Y aprendió como pudo, solo, en una pileta de hotel, en el único hotel de lujo que había en su ciudad, Malabo. En la capital de Guinea Ecuatorial, y en Guinea Ecuatorial en general, no existía ni el más mínimo atisbo de posibilidad de tener una pileta olímpica. La gente nada en el río o en el mar. Nada como puede. Entonces, cuando Eric fue designado como parte de la delegación olímpica, le dieron permiso en ese hotel para entrenar de 5 a 6 de la mañana, horario en que no la utilizarían los huéspedes.
Pero, ¿cómo un nadador sin marcas o antecedentes puede llegar a competir en unos Juegos Olímpicos? Es que, como parte del programa de promoción del deporte en países emergentes o sin cultura deportiva, el Comité Olímpico Internacional suele entregar plazas para determinadas disciplinas. La natación es una de ellas. Y si bien Eric Moussambani quería participar en atletismo, terminó haciéndolo en natación, porque los cupos para la pista ya tenían nombres asignados.
Así fue como el 19 de septiembre de 2000, en un día que fue especial para la natación argentina porque José Meolans logró el récord nacional en los 100 libres en la prueba clasificatoria (49s75) y se superó un rato más tarde en semifinales (49s66, pero no llegó a la final), Eric Moussambani se convirtió en héroe. O en antihéroe. En la primera prueba de clasificación (se agrupan por tiempos y compitió en la inicial, quizás para no exponerlo con los demás) se tiró al agua y nadó solo. Sí, solo. Por cierto, en la prueba figuraban tres nadadores, pero los dos restantes se tiraron antes de lo permitido al agua y fueron descalificados.
Karim Bare, de Nigeria y Farkhod Oripov, de Tayikistán, con realidades parecidas a la de Moussambani, se lanzaron sin la orden y entonces La Anguila tuvo que nadar solo. Moussambani no incurrió en el mismo yerro porque la noche anterior, en la Villa Olímpica, vio un video sobre los Juegos y aprendió que tenía que esperar que alguien diera la indicación antes de saltar al agua. Contó Eric en varias notas posteriores, que esa noche previa al debut estaba aterrado, no hablaba con nadie y no podía dormir. Fue hasta un sitio del complejo donde se podían alquilar VHS y sacó uno de historias olímpicas. Allí entendió también algo más sobre el lugar donde estaba.
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Cuando unos días antes vio la pileta en la que iba a nadar, le pareció inmensa. Contra la de aquel hotel de Malabo, ésta, la del Centro Acuático, parecía infinita. De hecho le parecía de 100 metros, aunque fuera de 50. Y poquito después supo también que debía recorrerla dos veces para llegar a la meta. A la hora de entrenar, Moussambani estaba solo y si algo no tenía era técnica, ni la más mínima. “Nadas raro”, le dijo el entrenador de Sudáfrica desde un andarivel cercano. Y se ofreció a ayudarlo. Le enseñó a bracear mejor y a dar la vuelta en los 50 metros. Además le regaló una malla para competir, porque Eric llevaba bermudas playeras. Un shorcito, pese a que los demás ya usaban las enteras de neoprene.
Así, Eric Moussambani completó su prueba en 1 minuto, 52 segundos y 72 centésimas, utilizando más del doble de tiempo que los especialistas y a más de un minuto de distancia del oro olímpico de esa edición, el holandés Pieter van der Hoogeband. Desde que se tiró a la pileta, el público notó algo extraño mientras él peleaba contra la cabeza y la inmensidad de la situación en todo sentido. Nadó como pudo. Y fue después de los 50 metros cuando pareció que Moussambani se iba a ahogar, que no llegaba. De allí la comparación con el estilo “perrito”. Fue entonces que ocurrió la magia. Al tiempo que el público estallaba en risas e incredulidad, comenzó a alentarlo como si fuera una final, el estadio lo empujó con sonido estruendoso. Y en el medio de tanta euforia, a los manotazos, Eric tocó la meta. Terminó 71°, fue el colista de la natación en su prueba, pero al mismo tiempo que estaba saliendo del agua se estaba erigiendo la leyenda.
The Inspiring Determination of Eric Moussambani | Throwback Thursday
Moussambani supo inmediatamente que algo bueno había pasado, porque los medios lo perseguían por todos lados y los demás deportistas devocionaban por este antihéroe que venía a representar, más que nunca y sin saberlo, el espíritu olímpico.
Hoy, Eric Moussambani tiene 42 años y sigue viviendo en su Malabo natal, un país gobernado desde hace décadas por la dictadura de Teodoro Obiang y único lugar en Africa donde se habla español. En Sydney prometió prepararse para Atenas 2004 y recibió de regalo una malla entera. Nunca se supo bien por qué no estuvo en Grecia, aunque los libros señalan un problema “administrativo”. Lo cierto es que desde 2012, Moussambani es el seleccionador nacional de Guinea Ecuatorial y está al mando del equipo que debería competir en Tokio 2020, postergado para 2021 por la pandemia del Covid-19.
Gracias a Moussambani, su país tiene hoy dos piletas olímpicas y hay niños y niñas que pueden iniciarse en el deporte desde muy pequeños. La gente sabe algo más que tirarse en el río o en el mar. Una de esas piletas está en Malabo, la otra en la ciudad de Bata. Además, Eric Moussambani tiene el sueño de armar un equipo de waterpolo, aunque por ahora apenas cuenta con algunos jugadores y pretende integrar algún día la Federación Internacional de Natación (FINA) para darle desde allí más impulso al deporte en todo el continente africano.
Por fuera del agua, La Anguila Moussambani es ingeniero informático. Pero lo que ocurrió ese 19 de septiembre de 2000 en Sydney, fue su marca indeleble, su más grande mérito. La repercusión mundial le cambió la vida y es una de las grandes figuras en la historia de los Juegos Olímpicos. A la distancia repite una y otra vez que aquello fue lo mejor que pudo pasarle. Aquel “fracaso” fue la medalla de oro más simbólica.
Eric Moussambani, el antihéroe heroico mantiene su leyenda más viva que nunca. Fue uno de los ejemplos más grandes de superación y motivación. Lo sigue siendo.
The True Story of Eric "The Eel" Moussambani at Sydney 2000 | Olympic Rewind