Paradojas del destino. Fue el mismo Guido Falaschi quien aceptaba el propio un día antes, cuando opinaba de la terrible piña de Agustín Canapino y afirmaba que era uno de los riesgos asumidos por hacer lo que le gusta. ¿Quién hubiera dicho que, a vuelta y media del final, los que peleaban la punta de una carrera se involucrarían en semejante accidente y le costaría la vida a uno de ellos? La ecuación menos probable, pero evidentemente posible, para el final del piloto oriundo de Las Parejas (radicado hace tiempo en San Isidro) y el llanto de su familia. Así de cruel fue el desenlace de la penúltima carrera del Turismo Carretera en Balcarce, la que ponía al rojo vivo el campeonato por la definición que lo tenía de gran protagonista, cuando trataba de arrebatarle la primera victoria a Mauro Giallombardo.
Y las preguntas, ¿sin respuestas?, seguirán llenando de polémicas las charlas por venir, hasta que el circo siga su función en Buenos Aires para la coronación. Lo ya inevitable es la muerte de Falaschi. Y la duda cruel será si se podría haber evitado, aún con las deficiencias de seguridad del autódromo Juan Manuel Fangio, uno de los históricos del país, hermosamente enmarcado en las sierras y elogiado por el gobernador bonaerense Daniel Scioli antes de largar por su repavimentación. Y hubo dos circunstancias que avalan esa presunción, ya inútil por cierto.
La final en Balcarce tuvo siempre a Giallombardo, el campeón de TC Pista 2010, adelante y a Falaschi (campeón Top Race 2010), atrás. Los dos Ford no se despegaron y así llegaban al final, aunque después del segundo ingreso del pace car (primero por rotura de motor de Gastón Mazzacane, que regó de aceite la pista, y luego por el lugar donde quedó el Chivo de Matías Rossi, a la salida de la chicana, al quedarse por un desperfecto eléctrico), el Principito se le vino encima e intentó varias veces pasarlo. Sin embargo al líder, que precisaba su primera victoria para pelear el título, lo beneficiaban las interrupciones y la carrera terminaría por tiempo, con un giro menos a los 25 estipulados.
Así transitaban el giro 23, cuando aparecieron esas dos circunstancias referidas. Primero, Moriatis se pegó una buena piña que ameritaba el tercer ingreso del pace car, lo que hubiera dado fin al espectáculo. Pero los comisarios no lo autorizaron. Y 45 segundos después ocurrió la tragedia, con otra decisión difícil.
Antes de llegar a la curva debajo del puente, al rezagado Leonel Larrauri le mostraron bandera celeste para dejar pasar a los punteros. Pero el piloto de Granadero Baigorria, que venía de un trompo en el lugar donde se pegó Moriatis, mantenía la distancia sobre ellos y no los tenía pegados. Sin embargo, obedeció en ese sector de curva y contracurva, y vino el desastre. El sobrino del Poppy cambió la huella, pisó el polvo de cemento que los banderillos esparcieron por el motor de Mazzacane y el auto se le fue, pegando contra las gomas del otro lado, devolviéndolo a la pista.
Lo que siguió fue el pandemonium. Giallombardo lo esquivó apenas, Falaschi le tocó la cola y se desestabilizó, cruzando la pista y golpeando del lado del piloto contra otra pared de gomas que también lo rebotaron. El mismo piloto había levantado tierra y Ortelli, ya despistado, lo impactó a la altura de la goma delantera derecha y lo empujó al centro de la pista, con tan mala fortuna que quedó cruzado en el medio. Ahí apareció Girolami, su amigo de las pistas, y le dio el golpe fatal, a la altura del neumático trasero derecho. Es decir, los impactos de los autos no fueron sobre el costado del Principito, pero igual murió porque se fracturó la base del cráneo, aparentemente con el casco en la sacudida, ya que no estaría perfectamente ajustado o era apenas más grande, como sugirió el médico de la ACTC, Rodolfo Balinotti. Mientras, el cordobés bajó por sus medios pero lo internaron en terapia intensiva por contusiones abdominales y lumbares, pero se encontraba estable.
“Tengo calor”, fueron sus últimas palabras, según confesó el Pato Silva, el primero en auxiliarlo pese a que también se golpeó. 40 minutos después, su esfuerzo fue en vano.