Central tiene el cetro de campeón y lo tendrá hasta que el final de esta Copa de la Liga llegue a su fin, pero hasta aquí lo que demostró es que viene tirando demasiado de la cuerda, afincado en esa sensación de que las cosas tarde o temprano le van a salir, pero lo que está dejando en claro es que es demasiado grande el salto que tendrá que dar para volver a ser ese equipo sólido y bastante cabeza dura. Hoy su fisonomía no difiere mucho de lo que mostró en el torneo pasado, pero justamente si se le exige algo más es porque es ni más ni menos que el último campeón. Lo de las coordenadas similares a la pasada Copa de la Liga tiene que ver mucho también con esta flaca performance que exhibe cada vez que le toca salir de Rosario. Van tres partidos de visitante en los que logró apenas un empate, en el debut contra Atlético Tucumán. Esta vez la cabeza la puso en Avellaneda, frente a un Independiente que lo superó de principio a fin y que de a ratos dejó la sensación de hacerle precio con ese exiguo 1 a 0.
Cuando Campaz, pasados los 10 minutos del complemento, se alejó de la banda izquierda y se metió en el centro de la cancha, en medio de Ortiz y Mauricio Martínez para ver si desde allí podía generar algo distinto fue la muestra más acabada del desconcierto que por ese entonces sufría el canalla. Fue apenas un rato, hasta que volvió a la izquierda y a los pocos minutos fue reemplazado.
La muestra de la apatía de Central en Avellaneda se vio también en esos minutos finales en los que tanto desde adentro del campo de juego como desde el banco las quejas eran de todo tipo, por cualquier acción que se diera.
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De nada le sirve a un equipo, aun siendo campeón, no tener la capacidad de plantar bandera y marcar un mínimo de presencia. Porque en definitiva fue eso lo que le pasó a este Central en ese primer tiempo en el que corrió casi los 45 minutos detrás de la pelota, sin la mínima posibilidad de generar peligro, a excepción de esa corrida de Cervera en la que se sacó de encima de manera magistral la marca de Laso, pero que falló por centímetros en la definición cruzada. Y tuvo otra, en el final del partido, también en los pies del 9 (después Quintana convirtió, pero Rey Hilfer lo anuló por falta sobre Rey).
Y esto que le ocurrió en Avellaneda en ese primer tiempo para el olvido fue lo que vivió en partidos anteriores, en los que también mostró deficiencias. Claro, lo de esta vez fue más que pronunciado, porque de a ratos más que progresar en una cancha de fútbol parecía que intentaba escalar el Aconcagua. Todo le era muy cuesta arriba.
Russo había metido mano para este partido y si lo hizo fue porque lo que había visto en San Nicolás no lo había convencido (la salida de O’Connor tuvo que ver con una molestia en el pubis del volante ofensivo) y lo mismo hizo durante el partido, en el que intentó con Jonatan Gómez y algunos otros nombres más, pero nunca el campeón pudo cambiar la cara porque siempre fue un equipo al que la consistencia jamás le tendió una mano.
Las ganas las tuvo siempre, pero la endeblez tuvo mucho más peso que ese mano a mano de Cervera en el primer tiempo y el remate del 9 a minutos del final en el que también falló. Y fue por eso que, una vez más, a este Central le costó en condición de visitante. Un calco de lo que trae de arrastre de aquella Copa de la Liga en la que igual pudo levantar la copa.
Hoy Central tiene los mismos puntos que los sumados en las primeras fechas del torneo pasado, pero pararse en ese escalón es apostar un pleno a que las cosas cambiarán de un momento a otro o por un simple acto de magia. Central está bebiendo todavía las mieles del éxito, pero de a ratos parece tirar demasiado de una cuerda que esta vez en Avellaneda se cortó.
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