Las voces consultadas configuran una mirada crítica hacia Gabriel Heinze. Claro que los resultados adversos les dan más intensidad a los cuestionamientos. Fundamentalmente de los hinchas de Godoy Cruz, quienes expresan su profundo descontento sin reparos. También los periodistas, quienes no entienden esta modalidad que se expande de cerrar las puertas a todos los entrenamientos y sólo tener contacto con los medios en dos escasas ocasiones mediante conferencias de prensa: un jugador un día y el técnico en la otra. Y dentro de las entrañas del propio club bodeguero preguntaron en diálogo con los rosarinos si el Gringo siempre fue así de complicado para socializar.
Está claro que las formas tampoco ayudan al entrenador para modificar el contexto de su primera experiencia como DT.
Porque a la ya polémica desatada por su falta de título habilitante y gestión con cautelar incluida para poder estar en el banco sin siquiera poder salir del mismo para dar indicaciones, su indiferencia y altivez no lo ayudan a generar un ámbito de mejores condiciones laborales, más aún cuando algunos modales son recibidos como falta de respeto.
Todo esto hace que la continuidad aquí en suelo mendocino se conjugue en un tiempo de verbo condicional y aunque sus convicciones futbolísticas puedan ser extraordinarias, al no poder plasmarlas en la práctica no tienen todavía valor específico.
Pero este tipo de realidades, extraña por estos lares, es más común en ciudades donde el fútbol tiene mayor grado de exposición, como en Buenos Aires o tal vez Rosario, Santa Fe y Córdoba.
Es que en la actualidad hay entrenadores, al igual que Heinze, que no tienen simpatía con la prensa y tampoco consideran la opinión del público, a los cuales incluso subestiman en ciertas ocasiones.
Esto ocurre porque determinados técnicos, mayoritariamente los más jóvenes, aún traen resentimientos personales desde su etapa de futbolistas, por las críticas percibidas cuando los resultados no fueron los esperados. Y desde allí también tiene cierto anclaje la relatividad que le dan a los mismos.
En otros sucede por un exacerbado amor propio. Y en algunos por ambas cosas.
Esta modalidad también tiene asociados. El pseudoperiodismo obsecuente es uno. Aquel de elogio rápido y baja estima, que para conseguir sin esfuerzo la información pertinente se convierte en vocero y que por ende convierte al periodismo crítico en un incómodo enemigo, al que tratan de neutralizar.
Así también los fanáticos, que son en los cuales se apoyan con ciertas actitudes demagógicas, pero son los mismos que repelen cuando ellos se les rebelan por un resultado adverso.
Pero más allá de los causales, los entrenadores que pertenecen a esta corriente están en su derecho de establecer reglas y formas laborales. Lo que sí deben entender, e internalizar, es que el fútbol es un deporte cada vez más interdisciplinario, por ende el respeto es una condición indispensable para ser un profesional íntegro. Como así la valentía de enfrentar directamente las divergencias, sin camuflarse en la generalización para evitar el contacto franco. Si no lo hacen, lo que se pone en juego es el profesionalismo como entrenador, porque ya no cuenta su trayectoria como jugador, por más brillante que haya sido.