El día que entré a la universidad pública en Rosario en 1986 un docente se puso a hablar de "La Rosa Púrpura del Cairo", una película de Woody Allen que acababa de estrenarse. En ese film, una mujer desengañada acude al cine una y otra vez a ver la misma película soñando con vivir las fiestas que ahí se muestran. Y en un momento dado alguien se interesa por esa mujer solitaria sentada continuamente en la misma butaca. Es Tom Baxter, el protagonista de la película, que sale de la pantalla lleno de curiosidad para ir a su encuentro.
Esa escena es insuperable. La clase donde delante de 120 personas el docente volvió a ella es para uno igual de inolvidable. El profesor Daniel Briguet se puso a analizar la película con conceptos de la industria cultural de la Escuela de Frankfurt. En especial se metió con los lugares creativos a los que nos desplazan las rupturas, en este caso la sorpresiva irrupción de la ficción en un relato en clave realista, y en otras zonas de la cinematografía y del arte donde funcionan para conmover esos mecanismos de la comunicación. Precisamente, la carrera que los que estábamos ahí habíamos elegido. Los cuatro de la foto de arriba estuvimos en aquella aula ese primer día.
El abismal e inédito salto que fue llegar a la universidad, en el estupor de escuchar a un docente hablándonos así, estaba justamente en quedar colocados frente a caminos que llevaban a desconocidos mundos nuevos. Había que aprender destrezas -cómo escribir, dónde buscar, a quién dirigirse- pero también indagar en nuevas formas más sutiles que tenían que ver con una exploración de la sensibilidad. Si íbamos a ser periodistas debíamos, también, sumergirnos en la historia argentina, en las tradiciones del oficio, en la psicología que implica la dimensión inconsciente del decir, en las corrientes sociológicas y políticas que intentar explicar el mundo y la vida.
Una buena cantidad de compañeros de entonces, de generaciones previas y posteriores también, fueron o son colegas de profesión. Con todos ellos compartimos esfuerzos y emociones. El ingenio fácil de la juventud hace que en la memoria estén grabados momentos que nos transformaron, nos cambiaron formas de pensar, de interrogarnos a nosotros mismos y de estar en el mundo. Eso a menudo estuvo en el programa de una materia, en una lectura, o en la inflexión de la voz de un docente.
Ahora mismo que el gobierno nacional limita deliberadamente el presupuesto a la universidad pública recuerdo a una docente de Teoría Política carismática, provocadora, brillante hablando de un texto de los '80 de Norbert Lechner, La estrategia de la minoría consistente. Parada frente a una multitud esa deslenguada profesora, Alicia Acquarone, marcaba que la constitución del poder busca siempre el disciplinamiento y el dominio del conflicto. “¡¡¡¡El poder transpira ordeeeeeeeeen!!!!” Casi cuarenta años después ese grito me sigue partiendo el mate.
Si tuve la posibilidad de estar frente a esa fuerza vital de conocimiento y de novedad fue gracias al acceso libre, gratuito y federal a mi facultad en la Universidad Nacional de Rosario. No habría podido pagar para estudiar. Y una gran parte de los que hoy son mis colegas, con los que aprendí y de los que aprendo, muy probablemente tampoco. El gobierno de Javier Milei no actualiza el presupuesto con una inflación de más del 80 por ciento en sus cuatro meses de gestión. Y su ministro de Economía habla de berrinche de la comunidad universitaria "porque les tocan la caja".
Por eso voy a la marcha federal por la Educación a hacer política. Por el sostenimiento de esta política inspirada hace más de 100 años que permitió que la golpeada y vasta clase media forme sus aspiraciones y proyecte su vida. Y que le posibilitó a millones de personas durante mucho tiempo vivir en una comunidad donde no solo se aspira a la universidad pública para buscar la realización de la vida personal. También para tener acceso a los médicos que nos curaron y descubrieron vacunas, a los ingenieros que proyectaron las rutas por las que transitamos, a los arquitectos que diseñaron planes de vivienda o las propias, los bioquímicos que analizan los microorganismos que nos enferman, los contadores que llevan nuestras cuentas, los abogados que litigan nuestros pleitos, los artistas, politólogos e historiadores que nos sitúan en nuestra historia, nuestras tradiciones, nuestros retos. Los comunicadores que cada tanto nos ofrecen asomarnos a novedades y a veces sorprendernos con imprevistos, como Tom Baxter en La rosa púrpura al salir de la pantalla.
Voy a la marcha a hacer política porque también la están haciendo los que la desfinancian o amenazan las posibilidades de acceso a ciudadanos que no pueden pagarla. Vamos a la marcha pensando en que la formación universitaria implica un compromiso de servicio social para tener una comunidad más equitativa y más venturosa. Por pertenencia a una tradición que incluye a la educación pública como bandera de trascendencia social, por gratitud y por proyección de una vida más justa, con un montón de colegas hacemos una pausa por un rato. Nos vamos a la marcha.