Mauricio Macri siente que su patria es el mundo. Después de terminar su conferencia de prensa de ayer en la sala de prensa del G20 le dijo a Marcos Peña y a su gabinete que deseaba que los argentinos tomaran nota del apoyo internacional que recibe su gobierno.
En algo tiene razón: sin valorar los resultados y las consecuencias de lo obtenido, en pocos meses el presidente de Cambiemos consiguió el mayor préstamo de la historia del Fondo Monetario Internacional, obtuvo el elogio unánime de los que mandan en el planeta por su capacidad de organización del G20 y cosechó los elogios personales más sonados de líderes como Donald Trump, Vladimir Putin, Xi Xinping yAngela Merkel, por sólo mencionar a algunos. En la Argentina, semejante estrella de popularidad atraviesa por una eclipse evidente con dudas sobre su gestión y su eventual continuidad en el poder.
Buenos Aires quedó militarizada en su corazón urbano. Poco distinto a lo que suele pasar con las grandes capitales del mundo cada vez que el non plus ultra del poder mundial se da cita. La diferencia fue que nada serio empañó el desarrollo de la cumbre. La ministra Patricia Bullrich, ya considerada muy bien por Macri, avanzó varios casilleros en el respeto presidencial. La polémica funcionaria recurrió al diálogo y a la inteligencia previa para conseguir que no hubiese desborde callejero. Lo consiguió y con creces. Algo que no se hizo una semana antes para poder jugar un partido de fútbol. Quizá el gobierno aprenda que evitar internas y trabajar con el profesionalismo de la política es mucho más redituable que jugar a la chicana pequeña (la discusión gobierno nacional y municipal de la Capital en el partido River Boca fue evidente) y al abuso de focus group para hablar o hacer.
El ombliguismo argentino también sonó destemplado. La reiterada pregunta de qué beneficio doméstico nos traerá la realización del G20 habla de un cristal pueblerino y aburridor. La Argentina no es escenario de ninguna representación del poder central importante. Preguntar eso es como consultar a los viajeros de nuestras familias que por primera vez salen del país qué piensan "allá" de los argentinos. Ni los ciudadanos de a pie del planeta ni los que toman decisiones piensan nada porque no formamos parte de ninguna centralidad. Que el evento se haya hecho en nuestra capital y que haya reunido en paz a los que mandan, nos dio la chance de pisar por un rato ese escenario global como el actor secundario que se luce con un parlamento pequeño pero bien aprovechado. La imagen del elenco de líderes en el incomparable Teatro Colón asistiendo a un prolijo y agradable espectáculo, tan techie como carente de nervio autóctono profundo, es una buena metáfora del caso.
Claro que la inflación del casi 50 por ciento anual, el parate de la economía y la bicicleta financiera siguen intactas en sus crecimientos preocupantes. En eso, no habrá cambios salvo que el gobierno cambie su política. Quizá hubiese sido deseable que en un foro internacional como éste, la posición del gobierno argentino hubiese sido diplomáticamente más contundente sobre la soberanía de las Islas Malvinas.
Lo que sigue: mañana Macri deberá volver a la tierra en la que no se siente profeta. En lo inmediato, y como dato particular de la agenda, deberá enfrentar el fallo de la corte suprema en materia previsional. El tribunal fallará sobre la constitucionalidad del reclamo del jubilado Blanco quien dice que la ley impulsada por el gobierno le quita recursos de manera ilegítima.
Aparte del sacudón específico que un fallo adverso puede provocar a la administración Cambiemos, el juicio desnuda el estado de la relación entre el gobierno y la Corte que es preocupante. La salida del presidente Lorenzetti, impulsada y propiciada desde la Casa Rosada, está teniendo sus consecuencias. Y no buenas.
Carlos Rosenkrantz llegó a la Corte propuesto por un decreto de necesidad y urgencia cuasi inconstitucional. Asumió el sillón de presidente merced a lo que, en términos de la formalidad palaciega tan conservadora de los jueces, se ve como un golpe de Estado. Sus primeras declaraciones fueron en contra de los periodistas que, según él, tuercen la opinión injustamente en contra de los jueces y rechazando, a priori, que él y su colegas paguen impuesto a las ganancias. Todo en pocos meses. Ante tanto ruido, la Corte se abroqueló en la mayoría de los doctores Maqueda, Rosatti y Lorenzetti que fallan en bloque y lo dejan solo. El gobierno, ya era ahora, está arrepentido de semejante enroque.
El otro gran tema central que enfrentará Mauricio Macri es la campaña electoral. El contraste entre el elogio del mundo que nos visitó con la dificultad electoral doméstica en enorme. Por primera vez, en mucho tiempo de boca de los funcionarios de Cambiemos, se escuchó en los pasillos de Costa Salguero mientras se esperaban las sesiones del G20 el debate de las encuestas que analizan escenarios de derrotas del PRO.
La irrupción de una masa que no votaría a Macri en los cálculos electorales del PRO prende la luz de alerta de ministros y secretarios. Aún ellos se niegan a reconocer que Cristina Kirchner cultiva con su silencio y el intento de presentarse como una víctima desconocedora de la fabulosa corrupción de su gestión un terreno fértil para el descontento social de estos días. Pero si se pregunta si se votaría a Macri o no, la negativa crece. Aún no encuentra el personaje que canalice todo el descontento. Pero la larva de ese no, aparece fuerte.
Esta semana se volvió a hacer circular la versión de que el peronismo avanza en un acuerdo con la ex presidenta para que se autoexcluya de ser candidata a cambio de la unidad del partido. Eso, hoy, no existe más que en el deseo de los que no tienen la intención de voto que posee ella. Tampoco en la psicología de la dos veces primera mandataria que no conoce más que el ir por todo. Su futuro viejo coordinador político, el ex ministro Alberto Fernández, capitanea con Axel Kicillof y Juan Grabois la tarea de reunir voluntades, limar rencores y promover olvidos consensuados para que en marzo del año que viene haya cristalización de candidaturas.
Macri se ve palmeado por Merkel, Trump o Macrón. Fronteras adentro, apagado el clamor del G20, vuelve mañana a la canasta familiar y el precio del pan que se le escapan de su control que ni Patricia Bullrich parece puede domesticar.