Parece que pasó un siglo desde la última elección, la del recambio de autoridades que consagró a los actuales gobernantes. Pero no, ni siquiera fueron dos años. Pandemia, crisis económica, anomia, y en Rosario la omnipresencia de la violencia y la inseguridad urbanas, por nombrar a modo de resumen, reconfiguraron un escenario que barrió con todos los planes de quienes hoy ostentan posiciones de poder y también el de quienes la semana próxima tienen que votar para empezar a darle forma a uno nuevo.
Paradójicamente, frente al desinterés de la ciudadanía, en Santa Fe se da una situación particular que genera que haya, más allá de cómo se ordenan las listas de candidatos de cara a las generales de noviembre, demasiado en juego en estas Paso: la falta de verdaderos jefes políticos.
El origen de la crisis de mando tiene un punto de contacto en el PJ y en Juntos por el Cambio: la falta de un eje vertebrador a nivel nacional. En el Frente Progresista, en tanto, la muerte de Miguel LIfschitz no solo dejó a la alianza que gobierna las ciudades de Santa Fe y Rosario sin su líder natural, sino que además abrió el camino para que algunos dirigentes saltaran el cerco hacia Juntos por el Cambio y debilitó su potencialidad electoral.
En el PJ
La devaluación de la autoridad del presidente, evidenciada con crudeza luego de la difusión de las fotos de la fiesta en Olivos durante la cuarentena, y también su torpeza política ya habían entrado en acto cuando se definieron las precandidaturas del oficialismo en Santa Fe. Alberto Fernández primero alentó a Agustín Rossi a que se subiera al ring y cuando lo quiso bajar, por el acuerdo entre Cristina Kirchner y el gobernador Omar Perotti para llevar a Marcelo Lewandowski como cabeza de una lista de unidad, fue desoído por quien era en ese momento su ministro de Defensa.
En su decisión de sostenerse en la pelea Rossi también puso sobre la mesa algo que en la Legislatura provincial queda claro prácticamente cada semana desde el 11 de diciembre de 2019: Perotti es el gobernador de la provincia, pero no el jefe político del peronismo santafesino.
Al inscribir su nombre en la boleta de Lewandowski como precandidato a senador suplente, el gobernador, que no tiene por disposición constitucional la posibilidad de ser reelecto, no solo busca potenciar a sus candidatos y tener un reaseguro laboral para dentro de dos años, sino –justamente– convertirse en el jefe de un justicialismo santafesino que si bien en estas Paso aparece dividido en dos listas, en realidad es un verdadero rompecabezas de tribus y caciques. No es poco de cara a lo que queda de su gobierno –que metió un pleno con la Billetera Santa Fe, maneja con prolijidad el plan de vacunación, pero que está a años luz de cumplir con la promesa de “paz y orden” que fue el leitmotiv de su campaña de 2019– y la posibilidad de poner condiciones para su sucesión.
En Juntos por el Cambio
La interna del PJ es la madre de todas las batallas, pero eso no le quita atractivo a la de Juntos por el Cambio, que con la suma de sus cuatro listas tiene grandes posibilidades de convertirse en la fuerza política más votada de las Paso.
Tampoco aquí, fracaso del gobierno de Mauricio Macri mediante, hubo un liderazgo nacional que pudiera condicionar las aspiraciones de los dirigentes provinciales, como cuando el ex presidente impuso –en 2017– la candidatura de un dirigente desconocido y opaco como Albor Cantard, que hasta llegó a ganar las elecciones generales y termina este año su invisible mandato como diputado nacional.
Pero el PRO ya no es la promesa que supo ser, el radicalismo entiende –como en provincia de Buenos Aires con Facundo Manes– que esa situación le da la oportunidad de disputar mejores espacios que los que tuvo hasta ahora y si bien Federico Angelini es el caballo de los comisarios –además de Macri lo apoya el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta–, no la tiene fácil ante las listas que encabezan la periodista radicada en Buenos Aires Carolina Losada, José Corral y Maximiliano Pullaro.
Como sea, la lógica y la historia política de este espacio, que tiene la particularidad de que varios de sus postulantes no viven en la provincia de Santa Fe, indica que quien gane el domingo –ante la atomización de la interna seguramente será por poco– podrá colocarse en la grilla como eventual aspirante a la Gobernación, pero las estrategias para 2023 seguramente se definirán dentro de los límites de la avenida General Paz.
En el Frente Progresista
Sin demasiadas influencias de los vaivenes políticos nacionales, en el Frente Progresista comienza en estas Paso a resolverse cómo se construye el nuevo eje de poder interno tras el fallecimiento de Miguel Lifschitz.
Huérfano, el socialismo apela a su historia y el desarrollo territorial que logró con sus tres gestiones provinciales para imponer como candidata a senadora a la diputada provincial Clara García , dirigente de extensa trayectoria y quien era a la vez pareja de Lifschitz, y a la ex intendenta Mónica Fein, que va como precandidata a diputada nacional.
Enfrenta las aspiraciones de Pablo Javkin, que tiene su partido –Creo– pero es de origen radical, de convertirse en el nuevo faro de la alianza. El intendente –que en las últimas semanas buscó relanzar su gestión para la etapa pospandemia con el anuncio de inversiones importantes para los barrios y una reconversión de la GUM que para la oposición es puro maquillaje– da batalla con Rubén Giustiniani y María Eugenia Schmuck como precandidatos a senadores. Pero su proyección –que puede incluir la candidatura a la reelección o a la Gobernación en 2023– también depende en gran parte de los resultados de los comicios a concejal de Rosario, donde lleva como primero en su lista al periodista Ciro Seisas, frente a un socialismo que va dividido entre Verónica Irízar y Miguel Cappiello.
Las boletas
Sin jefes políticos, nadie limita las aspiraciones de nadie, pues son muchos los que pueden pretender serlo, con legitimidad. Aunque eso acaso complique el momento más sagrado de la democracia: el de la votación. Es que también es una explicación de por qué los rosarinos se encontrarán en el cuarto oscuro con una boleta única –un sistema que impulsó Javkin cuando era diputado provincial, para transparentar la votación– que tiene 55 listas y medio metro de longitud. Una incomodidad a la que se agrega que, para los cargos legislativos nacionales, se votará con el tradicional sistema de la boleta sábana.
Todo, en medio de una apatía de la que la propia política es responsable, por sus dificultades para dar respuestas a necesidades fundamentales de una población que, en estos días, asiste impávida una vez más al show de las balas.
Las bandas y la política
En el largo y desenfrenado proceso de violencia que atraviesa la ciudad desde hace ya más de diez años hubo momentos en que también se produjeron vacíos de poder dentro del crimen organizado, por la muerte o el encarcelamiento de los jefes de las bandas más importantes que florecieron con el avance del negocio narco. Eso, lejos de calmar las aguas, produjo más violencia en las calles, pues los nuevos liderazgos se disputaban con las reglas de la mafia: a puro disparo y muerte. Esas guerras se sostuvieron porque el Estado avanzó sobre determinados personajes, pero nunca cortó las redes del delito, un entramado que incluye eslabones que hacen que el dinero que producen los ilícitos alimente la economía “legal” e incluso a la propia política.
Ahora, desde la propia cárcel, celular o teléfono fijo mediante, los jefes de las bandas ordenan disciplinar o amedrentar a quienes puedan poner en riesgo la prosperidad de sus negocios. Pero además, ofrecen sus servicios a terceros que los buscan para resolver con fuego lo que antes se resolvía con la palabra o, si no se podía, en la Justicia: en mayo de este año, por caso, un empresario rosarino fue detenido por contratar a un sicario para matar a su socio.
La política tiene la herramienta de la negociación para dirimir sus diferencias y la ciudadanía la del voto para ordenarlas. En la Argentina en general y en Santa Fe en particular hay, a pesar de los pesares, una cultura democrática fuerte, que tiene en cada elección una nueva ceremonia fundante. Pero eso entra en riesgo si la cultura de la mafia empieza a impregnar a la sociedad toda.
La época exige asumir estos desafíos para que, justamente, la democracia siga gozando de buena salud. Pacificar las calles requiere decisión, coraje, capacidad de liderazgo y negociación para construir consensos y políticas perdurables que ataquen la cuestión desde sus orígenes y lleguen, realmente, hasta las tan mentadas últimas consecuencias. Pero el tema no generó durante la campaña un debate sustancioso que se saliera de los eslóganes marquetineros y a la vez vacíos.
¿Tendrán los actores con posibilidad de acceso a posiciones de representación y liderazgo capacidad de dar respuesta a problemas irresueltos desde hace mucho tiempo como el de la pobreza, la educación, el desempleo, la falta de justicia, la crisis de la seguridad pública?