La realidad de la ciudad podría ser descripta con una sola frase: Rosario debería permanecer veintiuna horas enmudecida si hiciera un minuto de silencio por cada ciudadano asesinado en los últimos siete años. Detengamos los relojes e imaginemos a la ciudad en silencio durante todo un día y entonces –tal vez- logremos comprender lo profundo del dolor. Quizás tengamos que decir con Auden “no poseemos el tiempo hasta que sabemos que tiempo ocupamos”
1300 cuerpos jóvenes, 1300 balas de muerte,1300 madres llorando, 1300 murmullos, 1300 entierros, 1300 olvidados, 1300 culpados, 1300 bancos de escuela vacíos… “Rosario ha llorado poco”.
Convivir con la muerte violenta se ha convertido en un espantoso hábito que impide pensar y sentir que se dañó la convivencia, la familia, la escuela, la justicia, los negocios, los medios de comunicación, la política, la policía, las calles, el puerto, el río y más. La verdad rosarina podría ser descripta con el nivel de crudeza que se desee y pareciera que brota de un suelo sucio. Las postales de sangre ya son cotidianas.
“Rosario ha llorado poco”. El acontecer de este escenario violento, se debate en forma interminable y siempre enmarcado en “los cánones burocráticos de la seguridad”. Los “mano dura” versus los garantistas televisan posiciones y reproducen soluciones que van desde el reclamo por más educación hasta las pistolas eléctricas. La imagen, el debate y la agenda son porteños.
Es hora de ocupar el tiempo y de afirmar que resulta ingenuo pensar que el problema de Rosario se resuelve con la eficacia del accionar o con la saturación policial; la capacitación de las fuerzas de seguridad, la inteligencia y/o otras sugerencias. Éstos son cánones de mitigación necesarios y justamente reclamados; pero la política de seguridad por sí sola no soluciona el problema de la violencia y nos atrevemos a aseverar que nunca lo ha solucionado en la historia de la convivencia humana. Simplemente porque el problema es otro: el problema es la VERDAD. Una Verdad Cierta!!! (la más difícil de encontrar)
El jesuita colombiano Francisco de Roux, conocido como el pastor de la paz, lo ejemplifica con sabiduría: en la escuela cuando dos niños se pelean y se toman a golpes de puño, aparece la maestra rápidamente y pregunta “¿Quién empezó ésto?” Ésa es la lógica del CULPABLE. Buscar esta respuesta es una tarea necesaria desde la admnistracion de justicia y de su brazo policial; pero la VERDAD demanda otros interrogantes:
¿Por qué la muerte se hizo presente en esa dimensión? ¿Qué ignoramos? ¿Cómo emergió esta realidad violenta en el seno de la cuidad de la Isla de los Inventos, de Tonucci, la ciudad Educadora de la Unesco o del Parque de los Niños? ¿Qué no advertimos? ¿Por qué los jóvenes muertos o asesinados? ¿Por qué el tráfico o el consumo? ¿Por qué la renta sin trabajo, la muerte sin sentido y el llanto sin consuelo? ¿Por qué las victimas olvidadas? ¿Tienen nombre los muertos y heridos?, ¿familias? ¿amigos? ¿Eran todos culpables? Nos acostumbramos a la muerte sin caras, sin familias, sin vecinos, sin barrios. Vale la pena pensar si los miles de padres, amigos o conocidos tienen derechos a la sospecha colectiva sin matices, con simplificaciones absurdas. Vale la pena pensar si el barrio es un estigma. Si los motivos involucran todas las clases sociales ¿Por qué la muerte sölo pertenece a la marginalidad vulnerable? ¿Los padres de los niños muertos o baleados merecen la resignación del “ajuste de cuentas”? No se trata de moral; se trata de un dolor aún anestesiado.
La lógica del culpable es tarea táctica, instrumental y necesaria. La épica de la verdad es la tarea política colectiva. Se nos antoja centrar este punto. Mientras exista un divorcio tan importante entre la épica de la verdad que construye la razón de ser del vivir juntos y se abandone la muerte a manos de la mera razón securitista del Estado, no habrá solución para Rosario.
Muchas sociedades han sufrido la violencia y la muerte. Se podrá argumentar que los números de Rosario aún no son comparables. Es un problema de percepción y poco importa. Lo cierto es que la mayoría de ellas sólo encontró un camino de salida en la épica de la Verdad. Así surgieron, con distintos nombres, las llamadas “Comisiones de la Verdad” con el único objetivo de explicar por qué una comunidad vive lo que vive. La política como relato colectivo es poner la tienda de campaña en el medio del problema y no en una cima de observación. Vale pensar en: ¿Un ente estatal no gubernamental? ¿Una Comisión Rosario de trabajo activo y fecundo? ¿Una representación variada y audaz pero ciudadana? ¿Una convocatoria a la valentía porque la verdad nos puede llevar la vida? ¿Una metodología de diálogo y encuentro? ¿una nueva instancia para acercarse a territorios y comunidades barriales? ¿un dialogo de víctimas y victimarios?
La muerte cotidiana acabó con el relato de Rosario que logró un reconocimiento innegable. El nuevo espacio que debe pensar la política no es una comisión de notables que con apelaciones al marketing construya un relato de sustitución. La verdad no se construye, LA VERDAD APARECE. La pretensión es que aparezcan las voces nunca escuchadas, las que nunca se encuentran, la caída de los prejuicios, las fotos del dolor sin medios ni redes. La verdad sin intereses ni sesgos, sin dinero ni intereses. La verdad posible pero cierta.
La muerte está allí, frente a nosotros. Pensar que el éxito de las razones instrumentales de la seguridad nos recuperará, es una ilusión infundada que condena a la política a la timba de los likes y de la imagen. Publicidad sin pueblo, marketing sin esperanza. Que la verdad aparezca.