La primera potencia económica y militar del mundo, Estados Unidos, atraviesa uno de sus momentos históricos más complicados de las últimas décadas. En menos de dos meses elegirá nuevo presidente para reemplazar a Barack Obama y las opciones que ofrece no terminan de convencer, sobre todo al resto del mundo que depende de las decisiones estratégicas que tome el futuro ocupante de la Casa Blanca.
La determinación del equipo de campaña de Hillary Clinton, de 68 años, de ocultar que sufría neumonía y el consiguiente episodio del desvanecimiento después del acto donde se recordó hace unos días en Manhattan a la víctimas del atentado a las Torres Gemelas fue un sacudón para la opinión pública. ¿Con qué argumentos de estrategia electoral se quiso tapar un acontecimiento tan natural en un ser humano como una enfermedad tratable?
El efecto de esa omisión informativa se convirtió en un boomerang político para un electorado muy maleable, susceptible del manipuleo por el marketing político y la "compra" de un candidato como si fuera un objeto de consumo.
El error del comité de campaña de Hillary fue aprovechado de inmediato por el inefable Donald Trump, de 70 años, que hizo a su médico personal emitir un comunicado anunciando que su paciente será el presidente más saludable que jamás haya ingresado en la Casa Blanca (también el más viejo en un primer término) y que sólo toma una aspirina diaria y dosis bajas de estatinas para reducir el colesterol.
En realidad, toda este último tramo de la campaña electoral entre demócratas y republicanos se ha basado en la transparencia u ocultamiento de situaciones pasadas que generan malestar y dudas. Por eso, Trump tuvo que aclarar con no poco enfado sobre el estatus de inmigración de su actual mujer Melania, nacida en Eslovenia, sobre quien se sospecha que obtuvo la residencia permanente en el país por los contactos y la billetera de su marido.
Según "The Washington Post", Trump es el candidato menos transparente de la historia de los Estados Unidos. El diario basa ese juicio en que aún no ha mostrado su declaración de impuestos donde deberían figurar decenas de millones de dólares que dice haber donado a obras de caridad. Tampoco presentó un informe completo sobre su estado de salud, ni el respaldo probatorio de la situación legal migratoria de su esposa extranjera.
En contraste y pese a hacer notar que el escándalo de los e-mails (usó una cuenta particular para cuestiones oficiales cuando era secretaria de Estado) y el ocultamiento de la neumonía fue una equivocación, el periódico (uno de los de mayor influencia en el establishment), respalda sin miramientos a Clinton para tenerla de vecina, a sólo 10 minutos a pie desde la sede central del diario hasta los jardines de la Casa Blanca sobre la avenida Pennsylvania.
La declaración de impuestos de Clinton sí se conoce: informó que durante 2015, junto a su marido, tuvo ingresos por 10,7 millones de dólares y pagó impuestos federales por 3,6 millones de dólares. Nada mal.
Lo que también seguramente saldrá a la luz poco antes de las elecciones, el 8 de noviembre, es algún nuevo matiz (falso o verdadero, eso es lo de menos) vinculado con la "relación impropia" que Bill Clinton admitió haber tenido con la entonces pasante de la Casa Blanca Mónica Lewinsky hace más de 20 años. Cualquier referencia para traer otra vez a escena ese caso tendrá efectos en el electorado, sobre todo en las regiones más conservadoras del país, que no siempre puede discernir con criterio y que repudia la fastuosidad y farándula del distrito federal. "Nosotros acá trabajamos todo el día, nos esforzamos por producir más y mejor y allá en Washington siempre están de fiesta", le comentó hace un tiempo al autor de este artículo un productor rural del cinturón maicero en el Estado de Iowa.
También hay pobres. Mientras los candidatos se acusan de poca transparencia y prometen más cosas que las que van a poder cumplir, una nota editorial de "The New York Times" (que refleja la opinión del diario y no la de alguno de sus columnistas) retrata un aspecto doméstico no muy abordado en el debate presidencial. El diario asegura que la pobreza en los Estados Unidos es la más grande de todas las naciones ricas y que ese tema no ha estado en la agenda de Trump ni en la de Clinton. Con estadísticas serias de la Oficina de Censos como fuente de información, aclara que a pesar de una leve mejoría en los índices, el país tiene hoy un 13,5 por ciento de pobres, es decir unas 43 millones de personas, casi como la población entera de la Argentina.
El informe va más allá todavía y advierte que sin los programas federales de asistencia social (muchos implementados por Obama), la pobreza hubiera alcanzado un punto más, el 14,5 por ciento. Y sin el seguro social treparía a 22,6 por ciento, lo que sumaría 27 millones más de personas pobres.
Hillary Clinton promete elevar el actual salario mínimo de doce dólares la hora (15 dólares es su objetivo) e invertir en más ayuda a la niñez.
Trump sostiene que combatirá la pobreza con la creación de empleo, pero el diario desconfía que con sus propuestas de menos intercambio comercial, menos inmigración y enorme recorte de impuestos a los ricos alcance ese objetivo.
El resto del mundo. Para el norteamericano medio su lugar en el mundo está únicamente dentro de sus fronteras sin advertir que la política exterior de su país es también decisiva para su bienestar. Ni qué hablar de la población del resto de los países, sobre todo los emergentes, que dependen de la política norteamericana.
Por ejemplo, si la Fed (La Reserva Federal o Banco Central de Estados Unidos) mantiene sus bajísimas tasas de interés de referencia o las comienza a subir como parece que ocurrirá en el futuro, impactará directamente en el costo de la deuda soberana de los países, incluido la Argentina. También en la masiva llegada de fondos a Estados Unidos atraídos por mejores rendimientos en bonos seguros en lugar de invertir con riesgo empresario en regiones inestables. Esas decisiones de política económica afectan a todo el planeta.
Sin embargo, y ya no vinculado exclusivamente con la economía, de la orientación de la futura política exterior de Estados Unidos dependerá en gran medida que este mundo vaya camino a enfrentamientos sin solución de continuidad o moderando su belicosidad. Es cierto que no es sólo responsabilidad norteamericana por ser la primera potencia militar, porque el rol del resurgido imperio ruso, las furiosas internas en el mundo árabe y el fanatismo musulmán desenfrenado confluyen para preparar un cóctel explosivo. Este panorama podrá tener dos versiones, una la de Trump, su peligrosa xenofobia y militarismo y otra más prudente y racional con la continuidad que Clinton les daría a las políticas de Obama.
Un buen ejercicio mental es recordar el desastre de la administración republicana de George W. Bush (2001-2009), responsable en parte del actual desastre de guerra y violencia en distintas regiones del Medio Oriente.
Por injusto que parezca, el resultado de las elecciones que pondrán en enero al sucesor de Obama en la Casa Blanca no es un tema exclusivo de los norteamericanos porque de su resultado dependerá en gran medida el futuro de la aldea global para las próximas décadas. Claro, además, cada país le impregna su impronta local. Pero esa es otra historia.