Al manifestar desconcierto Menón por las preguntas de Sócrates, éste le advierte que no es que él mismo no tenga dificultades al pensar. Pregunta entonces el discípulo: “¿Y de qué modo investigarás, Sócrates, aquello que no sabes en absoluto qué es?” Y responde el maestro: “Porque el alma es capaz de recordar las cosas que ha conocido anteriormente”.
Aquí se abren, históricamente, dos caminos: uno, que conduce a la metafísica de Platón con la teoría de las ideas que el alma recuerda; el otro, a la duda, a la conciencia de la propia ignorancia y, acaso, al escepticismo.
Y es en esto último que desemboca la filosofía antigua; con Pirrón, Timón, Sexto Empírico; según quienes no tenemos más que representación… lo que no nos da el criterio de la cosa en sí; ésta no es necesariamente como aparece, solo lo parece; nos convencemos, sí, al reconocer lo que aparece; y en eso convenimos. Sentimos y reconocemos, por tanto consentimos y convenimos… pero no sabemos. Excluida queda pues, toda dogmática.
La otra vía, a partir de Platón, lleva al gnosticismo, a la fe en los evangelios (desde Marcos a Juan en torno a Pablo de Tarso); a la metafísica y a la teología.
Siendo que en verdad, Sócrates sólo se interesó en el alma, en la virtud, en la enseñanza como misión sagrada… para llegar a conocerse a sí mismo; dice alcanzarse así la felicidad como conciencia del continuo mejoramiento… pero es cierto que fue con él, el ejercicio de la razón; que el Renacimiento retomaría.
Y en efecto, ya en nuestro mundo moderno, Descartes enseña que cada hombre debe buscar en sí mismo la verdad; que la vocación es ahora la ciencia; y la matemática la clave que abre a los secretos de la realidad, por ser ella la forma típica del pensamiento; debiendo extenderse sus procedimientos a todas las ramas del saber.
Partiendo de una duda que solo admita lo evidente, tal como solo así son admitidos los principios matemáticos. Halla de tal modo una primera certeza: si duda no puede dudar entonces que piensa y existe. Pero a continuación dice descubrir en él ideas… aquellas que vienen con él, claras y distintas… lo que resuena a Platón y nos regresa a la metafísica, por las conclusiones que de estas ideas deduce.
Esto provoca la reacción de los empiristas, según quienes no hay ideas innatas y el origen de las ideas está en la sensación: Esse est percipi. Llegándose por esta senda a suprimir las ideas de la metafísica tradicional: la de sustancia como algo imperceptible al que pertenecen las cualidades percibidas; la de espacio y tiempo, como coexistencia y sucesión permanentes; y hasta la idea misma de relación, que creíamos dada en la realidad y que la hacía inteligible para nosotros.
¿Nada más que una razón escéptica ha quedado? Quedó, nada menos que el hombre, nuestra única certeza y único objeto del pensamiento filosófico en definitiva.
Y quedó el énfasis puesto en la experiencia y en la observación; de donde, las ciencias contemporáneas… que se desarrollan y aplican. Sin olvido de la razón formal, ya constituida, que la lógica y la matemática representan y ahora se vinculan (la primera, al adoptar la notación de la segunda y ésta, al pensarse como lógica) y se aproximan a la física (el espacio de las geometrías no euclidianas lo mostraría).
Pero habiendo perdido el pensamiento, eso sí, aquel carácter de necesario y universal que se le atribuyera… con la relatividad del concepto de simultaneidad, con el principio de indeterminación en microfísica… Es la paradoja epistemológica: si el devenir se explica por el cambio y la materia es un espacio cuyas partes se distinguen solo por los cuerpos que lo ocupan, entonces el ser se reduciría a la nada… lo que choca con la exigencia ontológica.
No obstante, si bien algún desencanto puede provocar el saber que el número no es más que un símbolo… no la armonía universal que creyó Pitágoras… y que no se verifica en la realidad misma esa relación que nos la explica… ello no niega —precisamente porque no detiene— nuestra libertad de pensar… ni tiene por qué apagar nuestro goce en las obras de la cultura, nacidas de aquella alta pasión poética de la Antigüedad… de la que, precisamente, se fuera desprendiendo la razón. Que no por conocer con mayor objetividad la realidad humana, deje de fascinarnos esa sensible vida que en ellas se expresa.
Por tanto: que la duda ponga en movimiento la necesidad de aprender aunque esa necesidad decante en sereno escepticismo, la más sincera y menos peligrosa señal de la inteligencia.
Vuelo que no es un volver al punto de partida sino que conserva lo aprendido… en su valor relativo y provisorio. Es que así es como, por el poder simbólico de la palabra, se libera el pensamiento… en lugar de liberarse el poder bélico a la agresión nuclear.