El carnaval es una fiesta pagana que se celebra cuarenta días antes del domingo de resurrección. Algunos historiadores remontan su origen a los egipcios y otros sostienen que surgió en la época romana como una celebración al dios Saturno. Sin embargo, alrededor del siglo IV, la Iglesia Católica la reconvirtió y la transformó en una festividad de tres días previos al inicio de la Cuaresma. A esta fiesta se la llamó carnavam, cuya etimología proviene del latín "carnem levare" que significa quitar la carne, señalando el período de sacrificio que le continúa.
Quienes ya somos adultos recordamos esta festividad con mucha alegría, porque nuestras infancias, en esos días, era invadida por el desfile de mascaritas, los baldazos de agua entre vecinos y las comparsas por la avenida principal.
Si bien el carnaval ya existía en épocas de la colonia ya que fue introducida por los españoles, en ese entonces se caracterizó por excesos y decretos de prohibiciones. En Córdoba, el gobernador Sobremonte, en 1790, prohibió el juego público del carnaval. Más tarde, en 1844, Rosas lo reglamentó, pero luego lo vedó "por tratarse de costumbres opuestas al interés del Estado y a un pueblo laborioso".
En 1838, Juan B Alberdi, fiel defensor de esta festividad, aconsejaba "a las personas racionales y de buen gusto que corran, salten, griten y mojen a su gusto a todo el mundo, ya que por fortuna lo permite la opinión y las costumbres". Pero fue en 1854 cuando se autorizaron los bailes con máscaras y juegos de agua, e iniciada la presidencia de Sarmiento se realizó el primer corso oficial. En 1869, restableció esta celebración con comparsas y murgas. Sarmiento trajo la idea del carnaval cuando viajó a Europa. "Le llamó la atención porque se dio cuenta que el carnaval traía una situación social muy interesante porque en esa fiesta se borraban las clases sociales. Decía que la mejor manera de medir la moral de un pueblo era en el carnaval que en los comicios", señala Arturo Sánchez, de la Casa Natal de Sarmiento.
Incluso Sarmiento participó personalmente en el corso vestido con un poncho de vicuña y un sombrero que cubría su cara y sorprendió a todos. Cuando lo descubrieron, la gente comenzó a mojarlo y él no tardó en responder y, además, lo bautizaron "emperador de las máscaras" y le regalaron una medalla que se puede ver en su casa sanjuanina.
El artículo "Historia del carnaval en Buenos Aires: una fotografía de la sociedad porteña" resultado de la entrevista a Virginia González, directora del Museo Histórico Sarmiento, cuenta que en una de sus visitas a Estados Unidos Sarmiento conoció a las compañías de minstrels, que estaban formadas por blancos que se pintaban la cara de negro para caricaturizar a los afroamericanos mostrándolos como seres inferiores, primitivos, perezosos. Atraído por esas manifestaciones, Sarmiento los invitó a un corso porteño. Tuvo tal repercusión que durante los años siguientes los porteños blancos de clase alta comenzaron a imitar a los minstrels que burlaban a los negros. Y esa estigmatización fue tomada por los afroporteños como una ofensa a sus tradiciones. Por este motivo retiraron al candombe de la escena pública practicándolo sólo en espacios íntimos.
Sandra Cazón, en su escrito "Las fiestas populares en Hispanoamérica: el carnaval en la Argentina", señala que el carnaval a principios de siglo pasado era tenido en cuenta por todos los sectores sociales, pero no todos participaban y festejaban de igual modo. Las clases bajas se divertían mojándose con almidón y cáscaras rellenas con agua florida, pero lo más común eran las batallas protagonizadas por bandos de sexos opuestos que se batían en combates con baldes, pomos y bombas.
En cambio, el carnaval de alcurnia era el celebrado por las clases altas, que se esforzaban por darle una nota distintiva que lo hiciera digno de su nivel social. Según la autora, el juego con flores y serpentinas, los bailes y las cabalgatas, entre otras, eran las formas consideradas cultas y distinguidas de hacer gala a estas fiestas. Solo las familias adineradas podían preparar carrozas y determinados sectores eran invitados a los bailes de los clubes aristocráticos de las familias distinguidas, donde se ejecutaba y bailaba música selecta.
A mediados de siglo la influencia de los inmigrantes italianos y españoles fue resignificando el carnaval, introduciendo ritmos, danzas y vestimentas propias de sus lugares natales.
En 1976, durante la dictadura cívico-militar se eliminó al carnaval del calendario oficial de festejos y se detuvieron sus manifestaciones callejeras, lo cual provocó su invisibilización. El feriado fue recuperado en 2010.
Si bien los carnavales del Noroeste argentino son reconocidos y destacados en todo el país, otras provincias imponen su marca regional. En Rosario, en estos días, se retoma la idea de fiesta popular y de la inclusión de todos/as los ciudadanos y ciudadanas. No sólo se incentiva la presencia del público en los barrios, bajo los ejes de gestión municipal de cercanía y descentralización, sino que se insta a la participación activa de los grupos con espacios gratuitos para acompañar esa preparación a través de seminarios de danza, maquillaje, confección de vestuarios y armado de carrozas para todos los integrantes de las comparsas y público interesado, que favorecen un diseño integral del carnaval.
Este año, a partir de la creación de categorías más inclusivas, la Municipalidad de Rosario, junto a las Áreas de Diversidad de género del municipio y provincia, mantuvo abierta la convocatoria a toda la comunidad LGBTIQ para formar parte de las diferentes agrupaciones que participan de los festejos. La iniciativa brinda mayor espacio y visibilidad a las expresiones de diversidad sexual. De las 12 comparsas 10 tienen integrantes de dicha comunidad.
En estas fiestas lo popular y lo masivo se muestra, se construye y se resignifica dando lugar a manifestaciones barriales, producto del trabajo de todo el año donde lo tradicional, lo local y lo artesanal se reformula con una mirada múltiple, representativa de corrientes culturales diversas.
En definitiva, el carnaval es mucho más que bailes, murgas y comparsas, es parte de la construcción ciudadana que reclama participación y visibilización de las distintas culturas que conforman una ciudad heterogénea y plural.