Elizabeth Aguillón es una artista plástica rosarina cuya vida cambió a partir de la enfermedad de su hija. Sus dibujos y pinturas animan paredes de instituciones públicas y privadas. Un proyecto que busca unir.
Elizabeth Aguillón es una artista plástica rosarina cuya vida cambió a partir de la enfermedad de su hija. Sus dibujos y pinturas animan paredes de instituciones públicas y privadas. Un proyecto que busca unir.
Ayer se sumó con amor y entrega a otra propuesta solidaria: la de recordar a Antonella Trivisonno y darle mayor impulso a la donación de órganos. Y lo hizo, una vez más, a través del arte. Con su guía, decenas de personas tomaron pinceles y colores y se animaron a crear, a decir a través de la pintura que donar salva vidas.
Elizabeth Aguillón es una rosarina que atravesó una situación límite hace muchos años cuando su hija Paula tuvo que pasar un tiempo en terapia intensiva. En aquella sala de un sanatorio infantil, con mucho miedo y angustia, pero también con tiempo para pensar, observó el gris de las paredes, y se dio cuenta de que todo era, de ese modo, un poco más triste.
Desde entonces, aquella ama de casa que no sabía que tenía aptitudes artísticas, decidió transformar —de alguna manera— los espacios hospitalarios en los que hubiese chicos pasando por momentos difíciles. Hoy, en todos los hospitales públicos de Rosario, en las áreas donde se atienden niños y niñas o adolescentes, hay espacios intervenidos por ella y su grupo de voluntarios. Hace poco se sumó, por primera vez, un sanatorio privado, el mismo en el que había estado internada su hija.
En diálogo con Más, Aguillón rememora viejos tiempos y dice que todo fue aprendizaje, que del dolor y la pena sacó fuerza, y color, y mucho amor, además de la idea de sumar. Las estadías en esas moles de cemento enormes EM_DASH que a veces meten demasiado miedoEM_DASH pueden ser más livianas y hasta felices, y ella lo sabe.
"Empecé hace unos 18 años después de la experiencia con mi hija. Yo no sabía nada de pintar, ni de dibujar, ni tenía nadie en la familia que lo hiciera. Me animé con unas macetas, después con dibujos...muy de a poco. Tenía sí una gran base: la lectura. Había sido una lectora voraz, los libros fueron mi gran refugio en mi infancia. Creo que de ese amor por las páginas escritas, por esos dibujos que veía y me hacían soñar, saqué mi vocación por el arte. La conexión está ahí", comenta.
"La biblioteca de la escuela era mi mundo. Por eso, cada vez que visito un establecimiento escolar pregunto por la biblioteca, el sitio más importante", menciona Aguillón, que no sólo interviene salas en los hospitales sino que ha hecho trabajos de coordinación en más de 70 escuelas de todo el país.
"Hace unos días, por ejemplo, estuve en Funes. Trabajamos con un grupo de padres muy entusiastas. Se hicieron gigantografías con los dibujos de sus hijos y ellos los pintaron, hasta los recrearon. Fue hermoso. ¡Pintamos todas las paredes!", expresa con emoción.
Hace años, cuando se dio cuenta que el bichito de la curiosidad por los colores y los pinceles empezaba a picarle demasiado se anotó en la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto. "Empecé a estudiar allí, pero siempre primó la experimentación. Siempre me gustó inspeccionar, bucear más allá", destaca.
Aguillón convocó a compañeros de la escuela para emprender un trabajo grupal que desde hace años se sostiene y crece y que suma todo el tiempo a los voluntarios que se necesitan para cada tarea. "Arte que ayuda a curar" es un equipo que se adapta a los requerimientos de cada espacio o propuesta y que la artista lidera con convicción. "Aunque parezca que cada experiencia nace de un día para el otro lo cierto es que se trabaja, y mucho. Cuando comencé con esto no sabía que había colores que desaturados funcionaban pero saturados no. Que están los que calman y traen paz, como los que se necesitan en una internación de mucho tiempo, y que están los colores y dibujos que ponen las pilas, como en el caso de las salas de kinesiología donde los niños o adolescentes deben estar bien activos", explica.
El recorrido no fue sencillo porque no siempre en los hospitales estaban dispuestos a abrir las puertas. Pero lo logró. "Lógicamente había que tomar esto con enorme responsabilidad. Estás entrando a un espacio que no es tuyo donde circulan los médicos, los enfermeros, los pacientes, sus familiares. Hay que tener en cuenta un montón de cosas, pensar en qué propuesta llevar pero además cómo resolverla. No se puede meter gente a lo loco sin coordinación en lugares tan delicados. Todo debe ser muy pero muy cuidado. Y los resultados son geniales", describe.
Romper con la concepción de que los lugares de atención médica deben ser blancos e impolutos. Traer vida, acción y color a sitios donde suelen reinar el silencio y la monocromía. Pensar sobre todo en ellos, en los más chicos, en los que sufren. "Los lugares están desarrollados por adultos y no siempre se tiene en cuenta que allí van a pasar sus días niños o niñas que tienen problemas. En una de las salas, por ejemplo, hicimos ilustraciones en el techo. De ese modo, mientras el médico los revisa, o los anestesia, los chicos pueden jugar con la imaginación, acostados, a partir de lo que observan", relata Aguillón como ejemplo de los trabajos que realiza, y que la han llevado además por distintos lugares del mundo para multiplicar la propuesta.
Arte y salud. Diversión donde prima la angustia. Sensaciones placenteras donde hay tensión. Y experiencias colectivas que ayudan a entender más sobre el compromiso y el amor por el otro. "Lo que hicimos en homenaje a Antonella —cuyos papás decidieron luego de su muerte donar sus órganos y se transformaron en militantes de esa noble causa— fue otro paso en esta misión de sumar para vivir mejor", reflexionó la artista.