Durante la semana, el desafío para estar presente se trasladó a las redes, donde repicaron los mensajes de que no servía subir historias o tuits sin concretar un reclamo en la calle. Uno de los ejes del acampe en el puente fue el reclamo por respirar, un pedido para realizar un acto reflejo humano que no se piensa ni se razona. Pero en Rosario y alrededores, hace más de dos años sí se piensa qué es lo que se está respirando. Y en cada ceniza que cae se imaginan animales sin hogar y sin comida, flora destruida y especies que se pierden, que muchos de los que durmieron la noche del sábado, en el puente o en sus casas, ni siquiera van a llegar a conocer.
Sobre el puente hay personas que ponen el cuerpo desde hace tiempo para que se consiga la sanción de una normativa nacional que proteja uno de los ecosistemas más ricos del mundo como son los humedales del Delta del Paraná, designados sitios Ramsar en 2015 (lo que significa que son de importancia internacional según las condiciones del convenio celebrado en la ciudad iraní de Ramsar en 1971, donde se formalizó la Convención sobre Humedales, que es un tratado ambiental intergubernamental establecido por la Unesco). Durante la tarde del sábado se vieron columnas de humo tanto hacia el norte como hacia el sur.
En horas de la cena, Jorge Fandermole aparece con su guitarra y da un concierto sobre el puente. “Sigamos siendo numerosos”, manifestó el cantautor, entre aplausos. Vienen de manos de personas de todas las edades: hay familias, grupos de amigos y organizaciones.
El planteo de los adolescentes y adultos jóvenes es que los responsables de los campos que arden una y otra vez, año tras año, “son tipos que están robando nuestro futuro. El resultado final del desastre ambiental que están generando no lo van a vivir, pero nosotros sí”. Y los que están sobre el puente en un sábado con tiempo ideal tienen bien claro que los pies en el terreno tienen más fuerza que el tuit que se pierde en el timeline, y que el eco de las voces en las calles retumba durante mucho más tiempo que la efímera historia subida a Instagram.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Cerca de la medianoche ya hay una veintena de carpas armadas en la banquina de la mano que va hacia Victoria. En la mano hacia Rosario, ruedan dos monopatines con dos chicas arriba, que no superan los 6 años; son corridas de atrás por dos o tres chicos más. El puente también es un lugar de juegos.
Pasar el tiempo sobre el puente
Es de noche y está nublado, pero del acampe emana un color que se impone sobre la quietud del puente: en máscaras que llevan los más chicos, en los carteles pidiendo el fin del ecocidio que lleva más de dos años continuados, en las carpas de distintos colores y en la cumbia que arranca, apenas pasadas las 23, de la mano de Homero y sus Alegres. Todos bailan con temas que van desde el propio repertorio de la banda hasta la canción más reconocida de La Mona Jiménez. “Urgente, una ley de humedales ya”, reclama el cantante cuando termina la presentación.
La noche, salvo por unas nubes tenues que no dejan ver la totalidad de las estrellas, es inmejorable. La temperatura, por ahora, es ideal. Pero el viento, leve y constante, va a ir acumulando un frescor que va a ser cada vez más complicado de tolerar, y las capuchas y las manos en los bolsillos se empiezan a multiplicar.
Pasada la medianoche hay más carpas que antes. Entre ellas, los sonidos de una guitarra, un charango y un cajón peruano se mezclan con los autos que pasan por abajo del puente. La música y algunos juegos entre los manifestantes hacen pasar el tiempo antes de tirarse un rato a dormir. Por momentos, las risas y el charango se mezclan con el reggaeton y el trap de los autos que van y vienen de La Florida. En algunas carpas, ya se duerme.
El puente como colchón
Sobre media madrugada, a las 2, los únicos que rompen la inactividad sobre el puente son los colaboradores de la manifestación, identificados con chalecos naranjas. Es un grupo nutrido, de unas veinte personas, que se reparte tareas durante todo el fin de semana: cuidar que los manifestantes respeten los espacios, dialogar con Gendarmería y hacer guardias en las cabeceras del acampe, en turnos rotativos de dos horas, durante los dos días.
Ahora hay más del doble de carpas que antes y se contabilizan unas 50.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Más allá de las 3, el sueño vence incluso a quienes vinieron sin carpa y usan el puente como colchón, tapados apenas con una frazada o una bolsa de dormir. “Me vine abrigado pero sin carpa, porque en el centro hacía calorcito”, se lamenta un joven que intenta descansar con una manta prestada y con el hormigón de contención, divisorio de ambos carriles, como respaldo.
El colchón sobre el que se recuestan quienes acampan sobre el puente está relleno de decepciones (proyectos de ley caídos, un intento para reemplazar una iniciativa de ley de humedales consensuada entre legisladores, científicos y organizaciones, por otra que perjudica a los ecosistemas más de lo que podría beneficiarlos) y de ese eterno sentimiento de que las cosas, agotadas las instancias formales, tienen que salir a la calle para que se materialicen.
Un día entero despierta
Algunos pájaros cantan, pasadas las 4, y la llegada del amanecer está cerca. No hace frío, pero el fresco acumulado se hace sentir con más intensidad. El mate, a esta hora, es clave y la pregunta por agua caliente para los termos se va a escuchar cada vez más.
Al lado de uno de los dos gazebos que le siguen al campamento, en dirección a Victoria, sentada en su silla desde temprano está la activista Amtawi Avendaño, representante de la comunidad aymara que llegó a Rosario desde Tigre para participar de la acción por los humedales. A sus 85 años y con cientos de acciones y reclamos como experiencia, está despierta desde las 7 del sábado. Son las 5.30 del domingo y sigue sin perder las ganas de compartir un momento con quien se acerque. Durante toda la madrugada charla con quien se siente al lado.
“Me arden los pies. Casi que ni los siento”, dice, casi riéndose. Está con unas sandalias sin medias y los dedos de los pies y su cara son las únicas partes del cuerpo que se ven. El resto está abajo de una chalina, un poncho y una frazada.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
“El humedal hay que incorporarlo, hay que reconocerlo y no negar que somos parte de él. Hay que salir a defenderlo por eso. Cuando sientas que es parte tuyo, lo vas a defender. Es comprender y sentir. La humildad es grandeza”, manifiesta Amtawi. Cada frase es una enseñanza y remarca que además de poner el cuerpo para el reclamo, se debe tener conciencia de la importancia de los humedales: “Hay que entender que los humanos somos una pequeña parte de la naturaleza”.
La mujer, que comenzó en el activismo hace décadas y que forma parte del parlamento aymara, cuenta que a pesar de cancelar algunos compromisos por una rodilla que la tiene algo dolorida, su agenda sigue en octubre: estará en Paraná, en el Encuentro de Mujeres Originarias.
Ya son las 7 y el sol aclara las nubes que están dando vueltas desde la noche. Amtawi dice, sobre la situación en las islas: “Que observen esto los responsables de lo que pasa, que se den cuenta. Permiten que haya un genocidio humano, animal y vegetal”. Lleva 24 horas despierta y cada persona que pasa la saluda, mientras el puente recupera el movimiento con los primeros que concluyen sus descansos. Ella devuelve los saludos con una sonrisa y un leve movimiento de cabeza.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
El resplandor del sol entre las nubes, mientras amanece, es más fuerte que el de los focos que siguen contaminando el ambiente. Faltan unas horas para que la asamblea a realizarse como fin de la acción de dos días determine que el jueves habrá movilización y acompañamiento al Congreso, cuando arranque el debate en comisiones sobre los proyectos existentes por una ley de humedales. Es un nuevo día para reclamar por el final definitivo de los incendios en las islas y por una normativa que proteja estos ecosistemas.