"De esa puerta hacia afuera empieza una vida nueva, me preparé mucho para este momento", dijo ayer Miguel Angel Rojas detrás de un barbijo mientras la silla de ruedas lo acercaba a la salida del Sanatorio Parque, donde 15 días atrás le trasplantaron el corazón de un donante cordobés, después de dos meses de angustia y espera, a la cabeza de la emergencia nacional. Después sonrió, reflexionó, agradeció y, con los brazos en alto, salió a comprobar el milagro de la tibieza del sol de otoño que lo esperaba como augurio de una batalla ganada a ciencia, solidaridad y fe. "Hoy es el día en el que todo vuelve a empezar", aseguró el paciente.
"¡Hay que seguir fomentando la donación, la concientización de la gente!", decía a viva voz su hermana Susana mientras su hija Agustina, una de sus cinco chicos, y su compañera Patricia aprontaban en el auto los bolsos de los 75 días de internación, entre fotos y filmaciones. De pie, abrigado, con palabras casi susurradas, Miguel le puso marco al momento que estaba viviendo: "Gracias a alguien que por donar un órgano donó vida".
Con su hermana. Después partió saludando, rumbo a la casa de Susana donde lo espera una habitación especialmente acondicionada y una familia de fierro para ayudarlo a pasar con éxito el futuro inmediato bajo rigurosas medidas de asepsia. "Tengo un montón de cositas para organizar porque la recuperación es un poco larga", dijo Miguel, quien ya adelantó que sus 56 años se convirtieron en dos semanas, las que lleva después de haber sido trasplantado por el equipo liderado por José Luis Sgrosso.
"Muchas enfermeras me vinieron a saludar a la habitación de aislamiento cuando me dieron el alta, desde la mucama hasta el cirujano. Es un equipo maravilloso", contó el hombre que en las largas horas de angustia y peligro recobró la fe. "Estaba un poco aislado de eso porque uno vive ese mundo a las corridas y no agradece, prácticamente no se acuerda de la fe salvo cuando necesita; esta vez cambié para llevar adelante dos meses y medio de espera y malos momentos, porque no todo llega cuando uno lo necesita", detalló a LaCapital mientras daba los últimos saludos al personal del lugar.
Alegría. Cuando Miguel dejó el sanatorio después del trasplante de corazón que le salvó la vida, Agustina se encargó de definir el momento. "Hoy es un día iluminado, muy especial", dijo la joven entre el ajetreo de los trámites de externación que realizaba junto a Patricia. Para ambas, ayer cerraba una etapa donde la expectativa y la desesperanza se alternaban a diario. En las horas previas a la salida, repasaron: "Todas las cosas" que pasamos, lo que sufrimos, lo que peleamos".
Por su parte, la hermana de Miguel sintetizó el aquí y ahora. "Contenta y asustada", dijo antes de insistir en que el paciente se hospedará en su casa.
Para eso tuvo que encarar una verdadera transformación hogareña, mudó a su hija y mascota, pintó, sacó plantas, libros y cortinas, y compró almohadas, entre otras medidas de asepsia. "El tiene cero defensa y no puede tener cerca ni un ácaro, así que lavamos las paredes con cloro, seguimos todas las indicaciones", relató la mujer y, entre risas, hasta le prometió zurrarlo si no le hace caso. Allí lo esperaba la madre de ambos, de 81 años, que siguió de cerca toda la odisea.
Habilidad. Su familia define a Miguel como un "tipo muy hábil para todo, especialmente en instalaciones eléctricas", además de "buen amo de casa". En efecto, le decían el gerente de familia porque cuando se enfermó y no pudo trabajar colaboraba con su esposa en las tareas domésticas.
Ahora Miguel tiene por delante tareas menos complejas que las vividas desde el 1º de marzo. Debe descansar, recuperar fuerzas, peso y concurrir a controles día por medio que se irán espaciando con el tiempo. También podrá dar paseos en jornadas soleadas y cuidarse del frío en el invierno que se avecina.