Como Presidente del Diario La Capital, y en representación del Directorio y accionistas, tomo la responsabilidad de despedir a un amigo, a un ciudadano ilustre.
Como Presidente del Diario La Capital, y en representación del Directorio y accionistas, tomo la responsabilidad de despedir a un amigo, a un ciudadano ilustre.
Las despedidas duelen. Sabía que en esta vida alcanzaba sus últimos momentos no obstante ello, hay personas respecto de las cuales es imposible imaginar su partida.
Me toca hablar sobre Roberto, en lo personal y en representación, entonces, el hilo conductor del mismo debería ser su impresionante aporte a la salud de esta ciudad, sus alrededores, la provincia misma.
En este momento, el Directorio siente que es necesario hablar de Roberto, el “Villa”, que logró con su impronta y una personalidad fuera de lo común, objetivos inimaginables y cuyos efectos favorables nos alcanzan a todos.
Ese hombre brillante, inteligente, firme, dotado de un instinto diferenciador que resolvía difíciles conflictos empresarios, para atender simultáneamente con la misma pasión, a un paciente. Todos los momentos delicados encontraban en él una solución.
En sus últimas horas -que no fueron cortas- honró su perfil de vida, con coraje y esperó el final con tranquila sabiduría; comprometiendo su afecto por sus seres queridos, amigos, trabajo, despidiéndose con hidalguía y acaso con alegría de ese último regalo de tiempo que le permitiera ese gesto.
Rendimos un homenaje póstumo a un médico de un rigor científico indiscutible y simultáneamente al empresario creativo, poseedor de una riqueza intelectual y perseverancia sorprendentes.
Se va extrañar el abrazo contenedor ante las vulnerabilidades de los enfermos, el cálido aliento de sus palabras, la rigurosidad de su saber científico.
El sentido de la amistad en el pleno concepto del desinterés, de la ayuda al ser humano, probablemente de su sacerdocio con el enfermo, con el “otro”.
Nunca le interesó el poder, pero cuando lo detentó, lo hizo con maestría. Su principal característica como jefe fue la conformación de equipos de trabajo, con proyectos autónomos, que él estimulaba permanentemente. Le gustaba delegar, y apoyaba firmemente a sus equipos. Como para él lo principal siempre fueron las personas, se preocupaba y esmeraba por inventar muchas ocasiones de encuentro social en las que se generaban fuertes lazos de amistad y compromiso con el proyecto común.
Nos quedan entre sus tantas enseñanzas, la tranquilidad de que en vida pudo tener los reconocimientos merecidos. La devolución del caudal que brindó a nuestra ciudad, su querida ciudad, y a la salud público privada, por la que apostó siempre.
Particularmente en estos momentos de incertidumbre de los destinos de nuestra querida Rosario, Roberto viene también aún después de su partida a dejarnos un ejemplo de fe. Aún se puede. Cómo no sentir que se fue un “grande”, un verdadero grande. Aún cuando un hombre así, que a su paso por esta tierra, pisa fuerte y deja huella profunda, no se aleja del mundo, sólo reposa en otro lugar.
En nombre del Directorio, de todos quienes lo conocimos, este no es un adiós, es un gracias. Para terminar, tomo las palabras de Facundo Cabral, “no hay muerte, hay mudanza. Y al otro lado te espera gente maravillosa”.