Hace 125 años la escultura de José Garibaldi llegaba al puerto de Rosario desde la ciudad
italiana de Carrara, donde el prestigioso escultor Alessandro Biggi (1848-1926) la había tallado
especialmente para el monumento que en tierras americanas se erigiría en su honor. Fueron muchos
los avatares que sufrió hasta estos días, incluida una bomba que literalmente voló la pieza del
Garibaldino (o Popolano) en 1976 y causó otros severos daños al conjunto. Pero en pocos días
volverá a quedar inaugurada en el lugar que la historia local le reservó en el parque
Independencia, después de haber sido sometida a un “complejo proceso” de restauración
que llevó adelante un equipo de especialistas del municipio.
El devenir del conjunto escultórico —una talla monumental en
mármol de Carrara— refleja muchas de las tensiones y conflictos que atravesaron la historia
local, nacional e incluso internacional, ya que a fines del siglo XIX la propia figura de Garibaldi
generaba fuertes enfrentamientos políticos e ideológicos entre un ideario liberal y marcadamente
laico (que en Rosario fue muy activo) y posturas conservadoras y clericales (preponderantes en
Santa Fe).
Esa confrontación se advertía ya desde los cabildeos por el primer
emplazamiento de la escultura de Biggi: la Iglesia local impidió que fuera en la plaza Urquiza
(actual Sarmiento), como habían solicitado al municipio la comisión pro monumento y la dinámica
colectividad italiana de la ciudad.
La negativa llevó a emplazarla finalmente al frente de la casona que la
Logia Masónica Unión 17 construyó en calle Comercio (hoy Laprida) 1029.
En su edición del 22 de junio de 1890 La Capital llamaba “al
pueblo de Rosario” a participar del acto de inauguración en honor al “apóstol de una
idea, al héroe que en cien batallas derramó sangre combatiendo por la libertad de los pueblos, así
como por la libertad de pensamiento”.
Ocho mil rosarinos se reunieron ese día en la plaza 25 de Mayo. Y en
clara muestra de su rechazo al poder que se ejercía desde Santa Fe, marcharon hasta la Logia.
Sin embargo, los impulsores del monumento consideraron inadecuado su
emplazamiento y bregaron por trasladarlo, planteo que se reforzó a partir del levantamiento de la
estatua ecuestre de Garibaldi en Buenos Aires.
En 1906, lograron que se reubicara en la plaza Italia del parque
Independencia (Oroño y Cochabamba), un ámbito cívico inaugurado poco antes y destinado a albergar
“monumentos conmemorativos de celebridades o glorias
mundiales”.
Bomba. Setenta años después, a días del golpe de Estado de marzo del 76, la escultura fue
blanco de una bomba que hizo literalmente pedazos al Popolano, la compañía alegórica de la imagen
de Garibaldi que representa al pueblo.
Los pedazos en que estalló quedaron esparcidos en torno al monumento.
Recogidos por personal de Parques y Paseos, una parte de los fragmentos quedó en esa repartición y
otra fue a parar al Museo de la Ciudad. Más tarde, el total de 329 piezas se reunió en el museo.
Durante los años siguientes, el conjunto sólo recibió algunos trabajos puntuales.
Pero ahora, 33 años más tarde, fueron amorosamente recuperados por los
18 especialistas del equipo de Restauración municipal encargados de volver a poner en valor el
conjunto gracias al aporte de más de 50 mil euros que diversas instituciones italianas (ver aparte)
hicieron por la memoria del héroe.
Las obras llevaron más de un año. Parte del trabajo se hizo in situ,
otra parte en el Galpón 17 que aloja a la Dirección de Restauración.
Todo el proceso, que el director del equipo, Marcelo Castaño, definió
como “muy complejo”, quedará reflejado en el libro “Restauración del monumento a
José Garibaldi”, que cuenta además con la investigación histórica de Pablo Montini y ya está
en imprenta.
La primera fase del trabajo consistió en trazar un diagnóstico de cada
pieza: el basamento de granito gris, la base de mármol de Carrara estatuario, la columna, las
figuras de Garibaldi y el Popolano, y distintos elementos simbólicos. Había que identificar los
faltantes, las roturas y las partes dañadas por microorganismos.
Claramente, la más destruida era la imagen del Popolano. Previo cálculo
de estructura (a cargo del ingeniero Sebastián Suárez), las partes recuperadas se fueron
ensamblando con pernos de acero inoxidable de sección octogonal. Las uniones (así como las
microfisuras) se completaron y cubrieron con un mortero de consolidante neutro con polvo de mármol.
Cuando había documentación gráfica, a las partes faltantes se las
sustituyó. Eso se hizo con los brazos del Popolano o la punta y mango de la espada de Garibaldi,
así como la pluma de su sombrero y los dedos de su mano izquierda. Tanto las piezas sustituidas
como los fragmentos que se completaron con consolidante quedaron de un tono más claro que el
material original.
Y ese no es un error, la intención es que se note. “Se trata de un
criterio de respeto hacia la obra original. Si no, no se está leyendo la historia”, sentenció
Castaño. Por igual razón los faltantes que carecían de documentación gráfica no se repusieron, como
la parte trasera del lazo del Popolano.
Luego, todo el conjunto —que supera los 9 metros de altura—
fue limpiado. Primero mecánicamente, con pincel y cepillo, y lo más rebelde con bisturí. Luego con
agua y jabón neutro, y finalmente con soluciones químicas.
El equipo de Restauración en pleno participó del proceso, al que además
contribuyeron interdisciplinariamente ingenieros, arquitectos, historiadores, físicos y químicos.
El objetivo fue recuperar un monumento emblemático para la memoria de
Rosario y que —en palabras de Montini— “como representación simbólica fue un
actor importante en la historia política de la Argentina moderna”, así como en las batallas
libradas “por la ocupación del espacio público y la cooptación del imaginario
colectivo”. l