No se lo vio más. Ni en las calles, ni en los parques ni en las plazas. Tampoco dentro de los hogares de los rosarinos. El perro pekinés prácticamente desapareció. Ya casi nadie lo elige como mascota. No es que lo detesten: fue superado por otras razas, que lo reemplazaron.
Hace algunas décadas dominaba los barrios. Estaba por todos lados y más de uno lo recordará junto a una tía de avanzada edad. Es que fue uno de los perros preferidos de los adultos mayores, quizás porque no solían simpatizar tanto con los chicos.
Su fisonomía permanece en el recuerdo perenne: cabeza ancha en la parte superior del cráneo y relativamente plana, con pliegues en la cara. Sus ojos grandes, oscuros, brillosos, bien separados, prominentes y saltones pero muy vivaces. En líneas generales, rectangular, más largo que alto, de pecho profundo y patas cortas: petiso.
Si bien los había de varios colores, los más reconocidos eran beige: siempre bien peinados, al menos esos que se veían pasear con sus dueños sobre bulevar Oroño.
En esa zona del macrocentro rosarino los recuerda el veterinario Hernán L’ Episcopo. Y hasta relata una historia de su adolescencia. “En aquel frío julio de 1990 cuando Argentina venía de perder la final del Mundial nos animamos, a pesar de haber visto a Diego con lágrimas en los ojos, a jugar con los amigos nuestro clásico picadito por el cantero central. Ese día, apenas habíamos arrancado, paramos la pelota ante el paso de dos señoras, con caras de tías, que llevaban un pekinés con una especie de bufanda. Era un perro presente en cada rincón rosarino”.
El profesional no olvida aquel momento que le sirve de presentación para ensayar una explicación ante la escasísima presencia de estos ejemplares en la actualidad.
Qué pasó
¿Qué ocurrió con ellos? “La respuesta es simple: pasaron de moda”, indica. Su colega Pablo Carrillo coincide al agregar con humor: “Si hoy ves uno, sacale una foto”. En la Argentina quedan pocos criaderos de esta especie y quienes la conservan la cuidan con recelo.
Ambos suponen que las características generales de otros perros parecidos incidieron en este cambio de elección de mascota. El mercado sumó variantes algo más amigables: el caniche (mini, toy y micro toy), chihuahua y, fundamentalmente, shitzu, que tiene un origen similar al pekinés.
Hernán, un reconocido periodista rosarino se acuerda de Pepito, el pekinés de su tío, y lo define sin medias tintas: era cabrón, ladrador e insoportable.
Sin embargo, no todos lo exponen así. En sus épocas de extrema popularidad, este perro llegó a convertirse en un clásico pero luego “algunas cruzas fueron desvirtuando la raza”, marca Carrillo antes de hacer algo de historia.
“Era el perro del emperador chino: la mascota que lo cuidaba”, explica e inmediatamente avanza en el tiempo: “Cerca de 1860 los ingleses toman este ejemplar, lo llevan a Europa y se lo regalan a la realeza hasta que se inserta en la comunidad y luego atraviesa todo los continentes”, para llegar a la Argentina donde fue rápidamente aceptado.
“Tal como ocurre hoy a la inversa, en los 70 y 80 estuvo muy de moda: talla de entre 15 y 25 centímetros y un peso de entre cuatro y ocho kilos, buen compañero e inteligente fueron algunas de las características que hicieron que muchos optaran por elegirlo. Pero esas ventajas no pesaban demasiado en la balanza: no solía socializar con otros perros o animales y era propenso a tener problemas respiratorios y visuales. El síndrome braquiocefálico le ocasionaba afecciones y roncaba mucho al dormir. “Las personas que hoy conservan esta raza saben que hace mucho ruido cuando respira”, subraya L’ Episcopo. “Por eso, siempre insistimos en que antes de llevar un perro a casa hay que asesorarse: detrás de la belleza pueden aparecer complicaciones”, agrega.
Sin embargo, remarca: “Con todo, es un perro adorable y no descarto que regrese a los hogares de los rosarinos”.
En primera persona
Gerardo Herrera, de familia perrera, vive en Roldán y es uno de los pocos dueños de pekineses en la región. Tiene una hembra (Tora, de seis años) y un macho (Obi-Wan Kenobi, de dos). Los trajo de Corrientes donde, según dice, se siguen criando para regalarlos. Fue de esa manera que ambos perros llegaron hasta él.
Sabedor de que en la zona de Rosario casi no quedan estos perros que “fueron reemplazados por otros, como el caniche”, cuenta cómo se comportan sus mascotas a las que, más allá de que no lo diga explícitamente ante La Capital, quiere muchísimo. Tanto que las humaniza a la hora de mencionarlas, eso sin contar que les ha festejado sus cumpleaños.
La leyenda marca que la raza nació del amor entre una mona y un león. Fruto de esta unión apareció un tipo de perro que poseía rasgos y actitudes similares a aquellas especies: la inteligencia de su madre y la valentía, nobleza y valor de su padre. Con esta premisa, Gerardo describe que sus pekineses “siempre toman el control”.
Por otro lado, admite que suele decirse que “son perros de viejos”, aunque contrapone: “Yo tengo 44 y me llevo bárbaro”.
Según su amo, sus dos ejemplares “son súper compañeros y muy chusmas: huelen y observan todo”.
Gerardo construyó una excelente relación con las mascotas, que lo cuidan, le avisan cuando llega alguien a casa y no lo dejan dormir solo. “Las uso de almohadas”, declara. En efecto, cuando no está en su domicilio, su hermana, quien suele cuidarlas en esas instancias, cuenta que lo extrañan mucho.
En síntesis, Gerardo no las cambiaría por otra raza más allá de que reconoce que se enojan si se las atosiga, pareciera que quieren morder porque tienen los dientes para afuera y cuesta mucho que se queden tranquilas en la camilla del veterinario.