Navidad en la Argentina es sinónimo de encuentro, balances y sillas vacías. Para el padre Jorge Aloi —42 años de ministerio, hoy párroco en la zona norte de Rosario, capellán del hospital psiquiátrico de Oliveros y vecino orgulloso de Arequito— el corazón de estas fechas se entiende mejor si se mira a la Pascua: “La Pascua es la única fiesta verdaderamente cristiana. Todo lo demás que se celebra está en relación con eso, porque es la respuesta más profunda a ese deseo de vida que habita el corazón de los seres humanos”, afirma.
Aloi reconoce que a la Iglesia “le pasó lo mismo” que al judaísmo del tiempo de Jesús: cuando la estructura humana se vuelve pesada, “desfigura o ahoga un poco el Evangelio”. Cita el recordado gesto de curar en sábado para recordar el principio: “El sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”. Por eso, sostiene que leyes y reglamentos “tienen que ser una ayuda para vivir con más libertad, más alegría, más esperanza, no una carga pesada que te aplasta o te deja afuera”.
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Iglesia y reformas pendientes
Sobre el ciclo abierto por el papa Francisco, es prudente pero claro: “Francisco intentó, lo logró a medias, como todo lo que se puede lograr en instituciones pesadas. Abrió ventanas, recuperó aire fresco. Muchas cosas no pudo porque tenía mucha contra, pero sirvió para que mucha gente se sintiera abrazada”.
Consultado por las divisiones del cristianismo y la expansión evangélica, distingue: el primer cisma con la ortodoxia “fue más político que doctrinal”. La Reforma de Lutero y otros “fue una gran movida” ante desórdenes internos. Y el fenómeno pentecostal —nacido en Estados Unidos— explica buena parte del dinamismo actual: “Cuando hoy decimos ‘pastores evangélicos’, en realidad hablamos de los pentecostales”. Allí valora trabajos concretos “en adicciones y contención”, pero alerta sobre la “teología de la prosperidad”, peligrosa porque “la pobreza termina pareciendo culpa de los pobres”. En barrios populares, observa, esa lectura se sostiene más en el Antiguo que en el Nuevo Testamento.
En paralelo, reivindica una reforma pendiente en casa: “No hay un argumento teológico serio para decir que un hombre casado no puede ser sacerdote”. Recuerda que las iglesias católicas orientales ordenan hombres casados y que el Sínodo para la Amazonia no habilitó esa posibilidad pese a la falta de presbíteros: “Entre el celibato y la eucaristía eligieron el celibato, cuando la eucaristía es el centro”. También ve “inconsistentes” los argumentos que excluyen a las mujeres de lugares de decisión: “El 70% o 80% de la Iglesia son mujeres y los lugares de poder los ocupan varones”.
Sencillez, intemperie y duelo
Navidad, dice, invita a “recuperar simplicidad y sencillez”: un niño que nace “sin seguridades, aparentemente sin futuro”, como muchos hoy. “Una vida que nace siempre es esperanza. Está bueno ir a misa y hacer el pesebre, pero sobre todo reconocer a los ‘Jesús’ que nacen entre nosotros: a veces un gesto de ternura vale más que actos formales.”
Aloi conoce de cerca la intemperie. Desde 1997 entra tres veces por semana al hospital de Oliveros. Allí aprendió “una profunda humanidad” y una fe obstinada: “Gente que tendría todas las razones para creer que Dios no existe insiste en creer. La fe de los pequeños es la que te enseña a creer”. En Puente ***** (zona norte), donde acompaña parroquia, capilla y una escuela para adultos, comprueba que la fe “hace que muchos sigan vivos, que no bajen los brazos”.
El sacerdote también habla del duelo: este fin de año brindará pensando en su madre, fallecida en septiembre. “La fe puede darte fortaleza y no desesperar, pero no te evita la tristeza”, dice. Y comparte una experiencia que le iluminó el sentido de la resurrección: la historia de Valentina, una joven de 20 años cuyo nombre hoy sostiene una fundación activa en barrios de San Lorenzo y Rosario. “Sentís su presencia como realidad: acompaña y sostiene. La resurrección es otra manera de existir y estar presente, que no podemos explicar pero a veces se percibe”.
Familia, rituales y coyuntura
Sobre la sociabilidad de diciembre, marca una paradoja: “La fiesta obliga al encuentro, pero la época empuja a evitar la incomodidad y los conflictos. Y a veces el conflicto es oportunidad de crecer”. Echa de menos los rituales compartidos y advierte que las familias “son cada vez más chicas”. Señala, además, que en clase media “la paternidad y maternidad se postergan” mientras que, en barrios populares, un embarazo adolescente “suele vivirse como bendición”, con implicancias sociales distintas.
¿Y la Argentina de todos los diciembres? Aloy no esquiva la coyuntura: “La gente está aguantando. Sería bueno que ese aguante no se tome como castigo sino que se reconozca y se piense que el Estado no puede estar ausente”. Lo sintetiza en una fórmula ética: “Esperanza sin verdad es chamuyo”. Y completa: “La paz no es que la gente no proteste. La paz es un poco de justicia y dignidad. Que haya hambre en un país que produce para millones es una violencia institucional cotidiana”.
Pasiones y cierre
En el plano personal, no se siente un “sacrificado”: “Comparo con familias que luchan cada día y creo que ellos sacrifican mucho más. Yo recibo cien, mil veces más de lo que doy”. Sus dos pasiones de domingo —la misa y Belgrano de Arequito— conviven como “entrenamiento” para la pasión mayor: “De los apasionados es el Reino de los Cielos; no de los tibios”. Por eso, cuando alce la copa, pensará en su madre, en los suyos y en su club: “Vamos a estar en el alambrado, puteando, cantando, saltando. Ojalá el nuevo técnico encuentre la forma de seguir dándonos alegrías”.
En tiempos de pantallas, algoritmos y cansancio social, Aloi vuelve al centro cristiano: una comunidad que sale y se equivoca vale más que una perfecta encerrada. Un niño en un pesebre, una mesa compartida y un gesto concreto con quien sufre, dice, pueden significar más que cualquier discurso: “Secar una lágrima, escuchar, acompañar. Ahí pasa la religión. Ahí nos encontramos con Dios”.