En la primera parte de “El estilo de los elementos”, Land, el protagonista de la historia que cuenta el libro que tiene mucho más de Rodrigo Fresán de lo que él esté dispuesto a reconocer, es muy chico y vive en Buenos Aires en los 70, como telón de fondo está la violencia de ese tiempo, no descrita en detalle pero sí muy presente, en medio de la noche se escuchan explosiones lejanas, disparos, la sirena de un patrullero, golpes en la puerta de un departamento donde vive con sus padres, pero también los de algún vecino caído en desgracia al que lo fueron a buscar.
Land, que es ese chico, muy chico, ve también y lo recuerda vívidamente cómo “los amigos del barrio pueden desaparecer en la calle”, como en "Los dinosaurios” de Charly García. Así y todo en su relato de aquellos días que lo obligaron a viajar de un día para el otro no hay rencor ni enojo, apenas una aceptación de las cosas como fueron, como las vivió y como las recuerda, una cierta resignación.
“Es un recuerdo muy claro que tengo de mi infancia, haberlo visto en la esquina de Callao y Santa Fe, fue como un acto de magia, increíble, como a una mujer la levantan en un auto y desaparece”, recuerda Fresán el incidente que en el libro aparece como una pincelada, un matiz, que está ahí, pero no en primer plano y aun así es irreparable, porque no pasa de largo, como no le pasó a Land y por eso no lo olvida, y no tiene arreglo.
“Yo no quería que el libro se me fuera en ningún momento, como tampoco lo quise en ‘HIstoria argentina’ a lo descarnado, testimonial”, confiesa Fresán, y va más allá: “De hecho, cuando yo escribía el libro, yo trataba de que todo se viera como en una película de Wes Anderson, con esos colorcitos, esas escenografías un poco artificiosas, lindo pero con una carga de melancolía y nostalgia wesandersoniana, no me interesaba que fuera un libro sufrido ni desgarrado ni desgarrador”.
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“Nos pusimos de acuerdo con Leila Guerriero que vino aquí, yo presenté un día ‘La llamada', el último libro de ella, y al día siguiente Leila presentó ‘El estilo de los elementos’, algo que no se había hecho y que despertó mucha expectación fue como ‘Kill Bill volumen 1’ y ‘Volumen 2’”, cuenta sin poder contener su entusiasmo, y cuenta a borbotones: “Funcionaron genial las presentaciones, porque el libro de Leila es justamente todo lo que mi libro no quería ser, el libro de Leila es real, es una crónica, una investigación, funcionaron un poco como el Yin Yan, como Dr Jekyll y Mr Hide. Yo leí el manuscrito de Leila y ella leyó el mío y son como libros que se complementan un poco, en el libro de Leila está todo lo que yo no quería que estuviera en mi libro y el mío es ficción, no tiene voluntad de ser fiel a la realidad”.
“En el terreno de lo autobiográfico mi libro está más cerca de los procedimientos de Nabokov en ‘Mira los arlequines’ -sigue-, que reescribe toda su vida con otros nombres, sus libros con otros títulos, con la diferencia de que el personaje de Nabokov vuelve a Rusia, cosa que Nabokov no hizo nunca, y Nabokov para mí, en ese tipo de jugadas, en ese tipo de maniobras, es uno de los escritores capitales”.
“Además, porque se divertía mucho escribiendo, y yo me divierto mucho escribiendo. La gente que no se divierte escribiendo que no escriba”, lanza una carcajada, y explica: “Hay profesiones mucho más redituables y mucho más descansadas e incluso podés a las cinco de la tarde olvidarte de eso por completo. Si sos un escritor es un pacto de por vida, las 24 horas los siete días de la semana. No me acuerdo quién lo decía, un escritor va al funeral de su mejor amigo, se asoma al ataúd y se pregunta por qué se habrá puesto esa corbata y no esa otra, como mecanismo de defensa y como mecanismo de ataque, las dos cosas”.