Una de las tareas que más satisfacciones le dio fue la de crear el programa de residentes y fellowships (entrenamiento médico para quienes ya hicieron la residencia) extranjeros más grande de Israel y probablemente uno de los más grandes del mundo. Umansky se preocupó especialmente durante toda su carrera de formar a nuevas generaciones de neurocirujanos con los pilares del compromiso y la empatía con el paciente, la excelencia académica y la formación constante. Puso especial énfasis en que los médicos que ingresaran al hospital de Hadassah fueran latinoamericanos, algo que lo colma de orgullo.
"Me hace feliz saber que el servicio sigue funcionando muy bien y que pude formar a casi todos los neurocirujanos que hoy están allí. Llevé a argentinos, venezolanos, brasileños, panameños, todas personas de mucho talento y con eso tan particular que tenemos quienes nacimos en estas tierras y que es la gran capacidad de adaptarnos y aprender, el valor de la amistad, el hecho de ser extrovertidos, el humor y un vínculo especial con el paciente", comenta con emoción.
Defensor de los hospitales públicos, el rosarino considera que la salud debe funcionar bajo la órbita del Estado, con idéntico acceso para todos los ciudadanos. También menciona como indispensable el apoyo de las fundaciones, como la que creó (y sigue apoyando) en el hospital Hadassah, que fue desarrollado por voluntad de un grupo de mujeres sionistas de los Estados Unidos, o la Fundación de Ciencias Médicas de Rosario que administra los aportes de instituciones y empresas para el Hospital Centenario.
"Es que los presupuestos en salud son escasos en todos lados, ya que dependen de una decisión política, de allí que siempre haya que recurrir a la filantropía", reflexiona.
Más allá de reconocer que problemas hay aquí y allá, Umansky destaca que en Israel "casi todos se atienden en hospitales públicos. El que quiere un médico de la parte privada paga un plus, que no es caro tampoco", comenta.
Más relajado que en sus días de médico full time, el neurocirujano dice que tener más tiempo para hacer algunas cosas que le gustan, o incluso no hacer nada, es algo que está valorando mucho. "De 7.30 a 17 sigo trabajando, pero ya no suena mi teléfono de madrugada y no debo salir corriendo. Me gustaría poder leer más, pero por ejemplo estoy escuchando mucho tango. A Rivero, Magaldi, Sosa, Gardel. Hoy les presto otra atención a las letras, las disfruto más. Si bien siempre me gustó el tango, esas letras tienen ahora un valor distinto que a mis 20 años", cuenta. Umansky fue siempre un enamorado de la música, al punto de que participó en una banda de jazz conformada por neurocirujanos de todo el mundo, una actividad que le dio grandes satisfacciones.
—Está cumpliendo 50 años de egresado de la Facultad de Medicina...
—Así es. Me recibí en Rosario y estuve acá hasta 1972. De hecho, comencé haciendo un poco de neurocirugía en el Clemente Alvarez. En 1973 me fui a Israel y comencé en junio mi residencia en el hospital de la universidad de Tel Aviv. A los pocos meses vino la guerra de Yom Kipur y trabajé como médico durante la guerra, operando. Podría decirse que mi carrera como especialista empieza en 1973 y continúa hasta 1981 en Israel. Después viajé a los Estados Unidos y trabajé allí por cuatro años, hasta que me pidieron que regresara al hospital de Hadassah en Jerusalén, algo de lo que nunca me voy a arrepentir. Fue una enorme experiencia la de transitar por ese hospital público.
—¿La medicina hospitalaria es muy relevante allá?
—Es la más importante. Hadassah fue el hospital escuela de la Universidad Hebrea de Jerusalén, lo máximo, porque es una universidad catalogada como de las más importantes del mundo. Fue muy trascendente para mí, me recibieron muy bien. Después hubo concurso y gané la jefatura de servicio, donde estuve por casi 20 años. El equipo que está hoy me colma de orgullo, prácticamente todos fueron residentes míos, la gran mayoría latinoamericanos. Eso armó una cadena…Ahora debe haber al menos seis profesionales latinos que hacen los 7 años de residencia y se vuelven a su lugar de origen. Aprenden el idioma porque la mayoría no son judíos. Allá la selección de los mejores médicos no tiene nada que ver con la religión, al contrario de lo que suele pensarse. Hay gente de diversos lugares de Latinoamérica, hay palestinos. Remarco esto para que se vea que no hay ningún tipo de discriminación.
—¿Cómo se adapta un profesional que fue formado en Argentina, por ejemplo, para trabajar en un hospital como el Hadassah?
—Diría que la dificultad es sólo al principio, por el idioma. Por eso toman clases intensivas durante seis meses. Muchos no tienen ni idea del hebreo. Hasta los caracteres de la escritura son diferentes. Pero son jóvenes y aprenden rápido. ¡Es increíble cómo escriben con la computadora en hebreo, muchas veces mejor que yo que hace décadas que estoy allá! Obviamente tienen que cumplir con ciertas formalidades de documentación académica, pero se adaptan a todo con mucha facilidad. Nosotros tenemos toda la tecnología a disposición, cosas que acá jamás vieron, pero le aseguro que aprenden…
—¿Lo tecnológico sigue siendo la mayor diferencia entre lo que se hace en Hadassah y lo que podemos hacer en una ciudad como Rosario?
—En cierta forma, pero creo que pasa más por otro lado. Porque a veces acá se hacen cosas muy relevantes sin que haya tecnología. “Te arreglás”, como decimos. Y eso es una característica muy nuestra. Pero la gran diferencia es que en los países latinoamericanos la mejor medicina suele hacerse en sitios privados (lo mismo que en otros países). Entonces hay una medicina que se ha comercializado. Yo pienso que tiene que ser una medicina académica y hacerse en hospitales universitarios donde cada caso se discute, donde las complicaciones se debaten, donde el ambiente es totalmente académico y las personas que trabajan son extremadamente capacitadas, y concursadas, por supuesto. Allá también tenemos problemas de presupuesto porque es al final un tema político, ¿quién decide y bajo qué parámetros cuál es el presupuesto de salud, de educación?
—¿Es necesario correr siempre tras la tecnología?
—Es un tema complejo, creo que no, al menos no en todos los casos. A veces el uso excesivo de la tecnología es cuestión de lobby de las compañías, como las farmacéuticas, que tienen un lobby tremendo en Estados Unidos por ejemplo. Algo con lo que es muy difícil luchar. No se puede estar en contra del desarrollo tecnológico, pero el exceso no, eso nunca es bueno.
—¿Cuáles son los problemas más comunes que hoy aborda la neurocirugía y qué se viene en materia de adelantos en la especialidad?
—Tenemos muchas subespecialidades como la neurocirugía pediátrica, la de columna, la oncológica y la neurocirugía funcional que es quizás la rama que más se está desarrollando. La neuroestimulación con catéteres o electrodos adentro del cerebro para el Parkinson, cuando el paciente no responde a los medicamentos, es algo que se está implementando. La nanotecnología ya pisa fuerte. Y se está estudiando el uso de estos electrodos para la depresión y otros problemas psiquiátricos, hasta para tratar la obesidad extrema. Esta parte se va a desarrollar muchísimo.
—¿Hoy se le da otra importancia al rol del paciente? ¿Qué mirada tiene al respecto?
—Se le da mayor relevancia a la calidad de vida que a los años de vida. Antes los cirujanos queríamos sacar todo el tumor, sacar todo el tumor (enfatiza) pero a veces el ego del súper cirujano atenta contra el paciente. Si saco todo el tumor pero dejo a esa persona sin poder ver o sin poder moverse, hay que pensarlo. Lo cierto es que en neurocirugía bajó muchísimo la mortalidad pero también la morbilidad, porque se tiene cada vez más en cuenta la calidad de vida. El paciente para eso debe conocer perfectamente lo que le sucede. Por eso también valoro mucho la segunda opinión. Soy un convencido de eso. Yo le digo a una persona que tiene que operarse e inmediatamente le sugiero que haga otra consulta. Es un derecho innegable del paciente. Es aceptable y recomendable.
—¿Cuál es hoy el mayor problema de la medicina?
—La falta de tiempo. El que hace consultorio tiene que ver 40 pacientes en un día. Eso suele pasar en Rosario y en todas partes. El profesional está con la computadora; apenas habla con el paciente, le indica los estudios y quizá ni lo toca. Falta ese tiempo imprescindible de dialogar. Lograr esa empatía que es tan importante. Siempre les insisto a los alumnos con eso: hay que tratar al enfermo como si fuera un familiar o como si fueras vos mismo.
—¿Usted es de los médicos que están muy encima del paciente?
—Yo nunca pude tomar distancia. En eso quizás tuvo influencia mi formación argentina. No sé ahora, pero yo viví en este país una época en la que el doctor era una figura muy especial y cercana a la persona, a la familia. Recuerdo que vivía en un departamento de pasillo en Entre Ríos al 1400, yo era de una familia de origen humilde. Y cuando venía a casa el doctor Emir Alvarez Gardiol salían mis padres a esperarlo y él llegaba con esa prestancia, tan amable, tan al tanto de lo que pasaba. Creo que en cierta forma fue él quien me inculcó el amor por la medicina. Yo era un pibe de 10, 11, 12 años en esa época. En forma inconsciente sembró en mí la idea de seguir medicina, pero esa medicina de cercanía y ejercida con empatía. La del médico que le daba al paciente ese lugar tan relevante que lo hacía sentir único.