"Hace dos años que estamos reclamando mejores condiciones de seguridad. Pero, desde entonces, lo único que cambió es que los robos y atracos son más graves y violentos", afirma Simón, uno de los vecinos más antiguos de barrio Tango. El hombre es el presidente de la cooperativa encargada del mantenimiento del vecindario recostado casi sobre el límite noroeste de la ciudad. Y también uno de los impulsores de la iniciativa de rodear con un zanjón gran parte del perímetro del barrio para limitar los accesos y mejorar su vigilancia. Una respuesta casi medieval, también empleada en el siglo XIX contra los malones del sur del país, a una preocupación cada vez más presente. La Municipalidad, en tanto, advierte que no avaló las obras (ver aparte).
Una retroexcavadora comenzó a trabajar el fin de semana pasado en uno de los márgenes de la calle Hugo del Carril, la última que cruza el barrio y paralela a la autopista a Córdoba. Según explicaron los vecinos, el proyecto es extender el foso unas seis cuadras a lo largo de la ruta para evitar el paso de vehículos desde la autopista hasta Mendoza, que por esa zona se llama José de Calazans.
La idea, indica Simón, surgió con el objetivo de hacer más eficiente la tarea de custodiar de la zona. "Fue una sugerencia de la empresa de vigilancia. Buscamos achicar la cantidad de entradas que tiene el barrio para mejorar la seguridad. Por eso, sacamos un par de caminos clandestinos que venían desde la autopista y cavamos el zanjón que conectamos con las zanjas del barrio. A la tierra que sacamos la tiramos como un terraplén al costado para que no pueda ingresar nadie", dice.
El presidente de la cooperativa señala, además, que ya se comunicaron con vecinos de barrio Floresta, el último antes del estadio mundialista de hockey, para que continúen el trecho, pero de norte a sur. El emprendimiento tiene su costo: el alquiler de las palas mecánicas no baja de los 500 pesos la hora.
Caras nuevas. El barrio Tango es una urbanización de unas 40 manzanas que creció en los últimos quince años en Mendoza al 9000.
Su avenida principal se llama Carlos Gardel y las calles internas llevan nombres como Libertad Lamarque, Hugo del Carril, Aníbal Troilo o Osvaldo Pugliese. A ellas se abren chalecitos de ladrillo visto, con jardines en el frente y veredas verdes, que alojan a familias de trabajadores.
Los dos límites del barrio, Calazans al norte y la autopista al sur, no son sólo geográficos. También son simbólicos.
El vecindario está ubicado en medio de una zona que creció exponencialmente en los últimos años. Y nadie sabe decir cuándo esas "caras nuevas" se transformaron en "sospechosas".
Entonces, de a poco, el barrio fue sumando custodios privados que recorren sus calles durante las 24 horas, casillas de vigilancia, alarmas comunitarias y nuevas costumbres.
Erna llegó a vivir al barrio hace 14 años, cuando estaba rodeado de bosques de eucaliptus. "Era muy tranquilo. Me quedaba sola en casa toda la noche o salía a trabajar a las 4 sin problemas", recuerda. Ahora, en cambio, no puede ir sola a la parada a tomar el colectivo. Y repasa los nombres de los vecinos que ya fueron víctimas de atracos o robos de motos y bicicletas.
El centro de la vida social del vecindario es el club que administra la cooperativa, Residencial Fisherton, ubicado estratégicamente sobre Hugo del Carril. En la pileta, o bajo los quinchos, los más chicos del barrio dan pelea al calor. Entre los grandes, la seguridad es tema obligado de la charla.
"¿Sabés qué pasa?", preguntan y explican al mismo tiempo. "Es una zona que creció mucho y sigue dependiendo de la subcomisaría 22ª que, según nos dicen, tiene un solo móvil. Ya llevamos firmas a la comisión de seguridad del Concejo, a la Municipalidad y a Gendarmería. Los patrulleros del Comando Radioeléctrico y los controles de motos nunca pasan de Wilde, como si esta zona no existiera", enfatizan Gustavo y Germán.
Ambos aseguran que, más allá de las gestiones que realizó el barrio, el problema sólo se profundizó. "Conocemos a los que nos roban desde que eran pibitos. Antes se llevaban alguna pelota del jardín. Ahora crecieron y se han vuelto más violentos o están armados", dicen. Y repasan los sobrenombres de esos pibes.
Por eso, defienden la posibilidad de limitar los accesos al barrio. "Es una alternativa que encontramos para sentirnos más seguros. Además, ninguno de los vecinos se opuso", concluyen.