L.J. Flanders tenía 21 años cuando se metió a defender a un amigo en una pelea en las calles de Inglaterra. La policía irrumpió en la escena, dispersó el tumulto y se lo llevó. "Estuve en el lugar equivocado en el momento equivocado", explica. Cuando el juez le dictó sentencia por lesiones graves y lo envió al penal de Pentonville su vida se desmoronó. De repente se encontró joven, con una condena que cumplir y con la perspectiva de salir en libertad sin trabajo. Pronto vino la depresión. En la reclusión nada parecía tener sentido. Hasta que algo en su cabeza hizo «click» y le dio una razón para pelear por su reconstrucción.
"Un instructor del gimnasio carcelario me dio una segunda oportunidad", dice. En su celda de 2 metros por 3, L.J. desarrolló un método de ejercicio que le permitió mantenerse en forma, pero sobre todo ocupar su mente. Así pudo estudiar en la prisión, obtuvo un título que al salir le permitió conseguir un trabajo como entrenador personal y luego escribió un libro (Cell Workout, entrenamiento en celda) que hoy es furor de uno y otro lado de los barrotes. Así logró convertirse en un novedoso experto de la musculación en espacios reducidos, utilizando como única herramienta el peso del cuerpo, sin ningún tipo de equipamiento.
El británico, que tiene 27 años, encabeza hoy un programa para sacar a internos de la criminalidad a través del deporte en cárceles de todo el Reino Unido. Ayer estuvo en Rosario, participando de una conferencia en el festival "Ciudades Felices", un ciclo gratuito de charlas y talleres organizado por la Fundación El Desafío que intenta pensar las ciudades, y cómo influyen en el desarrollo humano, social y económico.
El ex convicto contó su experiencia y describió los proyectos que a través del ejercicio y el deporte pueden alejar a los jóvenes del delito.
El miedo
Súper entrenado y ex presidiario. Con esas características, el prejuicio inclinaría a pensar que Flanders es un tipo gigante, una masa de músculos con actitud agresiva. La realidad es bastante lejana: fibroso pero flaco, de estatura promedio, con la cabeza rapada a cero y de mirada amable. Incluso se lo nota vulnerable cuando comenta que en la cárcel, "la idea de no poder volver a conseguir trabajo le daba más miedo que estar preso".
"Al principio estaba en shock, con la autoestima baja. Pero en algún momento decidí que no me iba a quedar llorando mi suerte y tuve que adaptarme a las circunstancias", asegura.
El autor de Cell Workout refiere que sin ser fanático del ejercicio (siempre le gustó más el fútbol y es fanático del West Ham), empezó a entrenar en su celda "porque allí era donde pasaba 23 horas al día. Quería ocupar mi cabeza", admite.
Allí se produjo el cambio mental. "Comencé a educarme, a tomar clases para obtener un título de entrenador. Me puse objetivos, empecé a pensar positivo. Tenía la necesidad de salir", recuerda. Lo más importante fue adquirir hábitos, repetir una rutina: "Me hacía sentir que estaba en un buen lugar, parecido a una escuela", describe.
Proyectos
De a poco se fue convirtiendo en el instructor de los otros presos, que le pedían un plan personal para seguir ejercitándose en la celda. Incluso comenzó a colaborar en el gimnasio del penal. "Ahí empecé a pensar en escribir un libro, porque no había mucha información sobre lo que yo necesitaba", admite.
Sacaba todos los textos que podía de la biblioteca del penal (cinco por vez) y los devoraba: estaba creando su propia teoría. "Lo gracioso es que este es ahora el libro más robado en las librerías de las cárceles del Reino Unido, junto a El Secreto", afirma entre risas.
Tras 18 meses recluido, Flanders salió en libertad con otra perspectiva. "Estar en la cárcel me enseñó a valorar los pequeños detalles, las cosas que damos por sentadas. Me enseñó a apreciar la vida: mi familia, mis amigos, los que estuvieron conmigo cuando los necesité. Ese tipo de cosas", enumera.
Tras dos semanas afuera, L.J. ya había conseguido un trabajo en un gimnasio del grupo Virgin en Essex. Pronto se puso a trabajar en la publicación, que le demandó tres años. "Poder acceder a I internet cuando salí fue muy útil para mi búsqueda", reconoce. El libro comenzó a circular cada vez más. Pero Flanders no se olvidó de sus ex compañeros de Pentonville: desarrolló un proyecto piloto para volver a entrenarlos. Las autoridades de la prisión lo recibieron con los brazos abiertos. Le dieron un manojo de llaves y le dijeron "confiamos en vos". A modo de broma, los internos comenzaron a llamarlo "el gobernador", rememora.
Poco a poco, el Ministerio de Justicia y diversas organizaciones demostraron entusiasmo con el proyecto y colaboraron para su desarrollo. Pronto se convirtió en un programa que actualmente le da empleo a ex reos como instructores de los que todavía están en condiciones de encierro en más de 100 penitenciarías británicas, para que ayuden a rehabilitarlos. "Es un círculo perfecto", describe. Y sintetiza: "La educación da esperanza a los que están adentro".