José Ramón fue el último de los García en estar al frente de La Favorita. Ronda los 80, pero así y todo no se pierde un solo domingo el paseo por el Mercado Retro. Un poco porque las antigüedades y el coleccionismo le gustan desde siempre, pero otro poco porque está a la caza de los objetos vinculados a la tienda, a su propia historia y a la de su familia. El último hallazgo fue un cenicero del 75º aniversario de la mítica tienda que había fundado su abuelo Ramón en la esquina de Sarmiento y Córdoba, esa ochava histórica que por estos días, así como en los 90, cierra un ciclo y vuelve entrar en un proceso de transformaciones. José Ramón prefiere el silencio, pero es la siguiente generación y, esta vez de mujeres, las que tomaron la palabra. Fernanda, su hija mayor, y Manen, hija de su primo José Luis y último vicepresidente de la firma, fueron las que le pusieron voz a la historia de "Los García, de La Favorita".
“No había un solo lugar en el que decías tu apellido y no te preguntaran si eras «de La Favorita»; y cuando decías que sí, siempre aparecía una anécdota, una historia o un recuerdo”, afirma Fernanda, la mayor de una veintena de primos que por estas horas no dejaron de intercambiar mensajes y que está convencida de que con esa esquina “algo bueno va a pasar”.
La que más detalles tiene de esa historia es Manen, que si bien es contadora y traductora, tiene una maestría en creación literaria para la cual se puso en investigar a fondo la historia de sus dos bisabuelos, uno de ellos Ramón, que salió en 1883 de Otur, un caserío asturiano cercano a Luarca, cuando apenas tenía 13 años y varias moneditas cosidas por su mamá en el forro de su saco.
“La historia de las monedas es famosa en la familia", dicen las primas segundas casi al unísono y la recuerdan todos, entre ellos primos y primos segundos, desde Fernanda la mayor a Victoria, la más chica. Como muchos inmigrantes, Ramón llegó recomendado para trabajar en una fábrica de tabaco, pero prefirió una tienda textil donde se encargaba de los repartos.
“Cuenta la leyenda familiar que su mamá le dio las monedas que había ahorrado para su viaje y se las cosió al forro de su trajecito, él ya en Rosario o se las dio a su primer patrón para que se las cuidara y nunca se las devolvió”, relata Fernanda.
A base de trabajo y “mucha mucha austeridad”, recalcan, hizo unos ahorros ya en Rosario y pudo llamar de España a su hermano Angel. Los dos trabajaron en la Gran Buenos Aires hasta que decidieron asociarse a un tercero de apellido Beltrán para abrir la puntillería original ya en el local de la esquina, que por entonces alquilaban a la familia Echagüe, y al que le pusieron La Favorita.
“Fueron muy innovadores”, cuenta Manen y relata sobre información recabada en diarios de la época que así como puntillas y encajes, comenzaron a vender tapicería, ropa que confeccionaban con modistas, ajuares y hasta lencería que se traía de París. Al tiempo que ampliaban la mercadería, iban alquilando cada vez más locales contiguos a la tienda.
Ahí Aurelio y Ernesto, abuelos de Fernanda y Manem, respectivamente, fueron los primeros hijos de Ramón que formaron parte del negocio familiar. Un paso que, una generación más tarde, dieron los hijos de Aurelio, José Ramón, Alfonso y Pablo, y el hijo menor de Ernesto, José Luis. Una dinámica familiar y de época que dejó a las mujeres en el ámbito doméstico.
El nuevo edificio y el mito
Sin dudas fue entre 1927 y 1929, cuando “Los García” compraron la esquina y la firma Candia e Isella levantó con el modelo de las parisinas galerías Lafayette el edificio propio, el momento en que terminó de construirse el mito de la tienda La Favorita. Sin embargo, no fue una perla en el desierto, sino parte de un tiempo histórico de esa ciudad que veía levantarse otras construcciones icónicas de la mano de una generación de empresarios que no escapaban de sus propios intereses personales y comerciales, claro, pero que tenían en la mira ser parte de esa proyecto colectivo que era Rosario.
Sin embargo, tanto Fernanda como Manen afirman que para el 29, “La Favorita ya era lo que era porque hacía tiempo que ellos iban creciendo, tomando como empleados muchos otros inmigrantes españoles o hijos de empleados, siempre manteniendo un espíritu familiar en que tienda que mantuvieron y que tuvo que ver en la relación que tuvieron y tienen con la ciudad”.
Manen todavía recuerda que la última tesorera de la firma, allá por los 90, era la hija del anterior tesorero y señala que incluso “los empleados tenían una mutual a la que iban a parar parte de las ganancias de la empresa”.
La trastienda
Detrás del impactante Jarrón de Talavera que Ramón hizo traer de la Exposición Universal de Barcelona exclusivamente para la tienda, Fernanda y Manen conocen esa trastienda de recovecos y pasillos. Las historias de Ramón las conocen de los relatos orales, pero Fernanda sí tiene algunos recuerdos de su abuelo Aurelio, el primer hijo de Ramón que trabajó en la tienda e incluso imágenes de calle Córdoba cuando aún no era peatonal. "El recuerdo de las vidrieras, eso tengo muy grabado", dice.
Esas mismas vidrieras y la decoración del edificio refiere Manen. “Cuando se hacía la semana de París o esas decoraciones que eran tremendas para Navidad”, cuenta entre los recuerdos y rescata que que supo hacer sus primeros ahorros trabajando en los inventarios de la firma "por hora" los fines de semana bajo las indicaciones de los encargados de cada sector. Incluso llegó a participar del inventario final cuando el fondo de comercio se había vendido a la chilena Falabella.
Los mejores recuerdos, coinciden, son justamente de la trastienda, de esos recovecos y pasillos que supieron recorrer a oscuras y que solo unos pocos conocen. "Nunca entrábamos por las puertas principales", cuentan y hablan de los sábados, ese momento que con la tienda ya vacía de clientes esperaban entre primos el final de las reuniones de directorio de sus padres, esa generación ya de nietos de Ramón, que por entonces conducían la firma. Adolescentes, ellos y ajenos a las tensiones que aunque no aparecen en los relatos, seguramente habría.
“La secretaria nos retaba, nos tenía cortitos, pero claro que lo más divertido era están adentro de ese edificio cuando ya no había nadie”, comentan sin perder de vista lo que la esquina representa para la ciudad. “Fue con el tiempo que tomamos noción de eso, pero era parte de nuestra vida cotidiana y además yo con mis amigas, también me encontraba en la esquina de La Favorita”, dice Fernanda, que trabajó desde 1989 y hasta que nació su segunda hija en el bazar que la tienda había instalado en la esquina de Rioja y Sarmiento, en sociedad con Beitía.
Hacer accesible la memoria
El cenicero del 75º aniversario que José Ramón rescató del Mercado Retro no es lo único que queda en la familia. El propio retrato del bisabuelo que estaba en la tienda también pasó a manos de la familia, así como mesas, mobiliario y objetos.
“Habría que inventariar esas cosas", dice casi como pensando un proyecto Manen, al tiempo que Fernanda recalca la idea de que “esas cosas puedan en algún momento estar al alcance de la gente y los rosarinos para que puedan verlas”.
Es que más allá de que se trate de su propia familia, saben que la historia de esa esquina los trasciende. “Hay un cariño hacia La Favorita e incluso gente muy joven _dicen_. Eso lo estamos viendo en estos días y la verdad es que ante eso, no tenemos más que gratitud”.