“¿Por qué en Rosario se produce un movimiento cultural tan grande?”, le preguntaban los periodistas porteños al Negro Fontanarrosa, y él, “medio en serio, medio en broma”, respondía que a falta de paisaje, “en Rosario no hay otra cosa para hacer”. Su teoría era que los proyectos artísticos no suenan descabellados “en una ciudad de creativos”. Sin embargo, esas cientos de personas de distintas edades y barrios, parte tanto del imaginario como de la identidad urbana, tropiezan con un sinfín de trabas a la hora de exhibir sus propuestas, a lo que se suma el cierre en pandemia de por lo menos 20 espacios. Ahora nucleados en varias agrupaciones, pujan por ser reconocidos como trabajadores por sus propios vecinos-públicos y reclaman que el Estado regule la actividad de los locales donde ensayan, enseñan, se perfeccionan, estudian y presentan las obras.
El Colectivo Rosarino de Espacios Culturales (Crec) nació al calor del parate que impuso el coronavirus. Indignados por la clausura que realizó la ex Guardia Urbana Municipal (GUM) en el centro cultural Micelio en marzo, durante un evento en el que juntaban fondos para que la cantante rosarina China Roldán grabara un videoclip, llegaron a reunirse con el intendente Pablo Javkin, a quien le expresaron que más de la mitad de los espacios independientes funcionan clandestinamente por una sencilla razón: no existe una norma que los contemple.
“Le dijimos que necesitábamos una ordenanza y él nos contestó: Escríbanla. Y lo hicimos, con acompañamiento de la Secretaría de Cultura para la redacción”, resume Nicolás Zanni, gestor, productor, artista e integrante de Micelio (ubicado en Valparaíso al 500, entre los barrios Luis Agote y Ludueña).
La comisión del Crec que elaboró el anteproyecto se organizó enseguida como una campaña, presentó el texto en el Concejo municipal en julio y desde entonces impulsa acciones para exigir su urgente aprobación.
Un problema histórico
Zanni, de 28 años, apunta que la problemática del sector independiente se agravó por la pandemia, pero es de larga data. Incluso hace casi diez años se conformó la red denominada Espacios Culturales Unidos de Rosario (Ecur), cuyo mayor logro fue que los bares pudieran programar una agenda artística para bregar por cambios normativos. Se orientaban más bien a la nocturnidad y a la gastronomía, situaciones de las que el proyecto actual se aleja porque el objetivo de los espacios culturales no es funcionar de noche ni servir comida, por lo cual hay reglas de higiene y seguridad que no les atañen, reseña el joven artista.
La movida del Ecur al final no tuvo eco en el Concejo, aunque desde la campaña la reconocen como un antecedente en la lucha por transformar la escena local.
Ahora, más allá del reclamo de un marco jurídico (con una figura que los agrupe en la diversidad para no solicitar habilitaciones por rubros ajenos, por ejemplo como bar, además de un registro municipal de espacios culturales), reverdece un planteo: los artistas rosarinos insisten en pensarse como trabajadores que nutren un circuito productivo y económico. Una cadena de la que participan técnicos, gestores, docentes y espectadores para que un hecho cultural finalmente se muestre. Y que construye identidad.
“Trabajamos de lunes a lunes para producir un espectáculo de música, teatro, poesía, plástica. La presentación es solo un momento del trabajo. Quienes hacemos cultura no somos seres de la noche, estamos durante todo el día participando de encuentros, seminarios, residencias, ensayos, construcción de escenografía, difusión, edición de videos”, enumera Zanni, y señala que como contrapartida, y a partir de tragedias como la del boliche Cromañón en Buenos Aires y del Café de la Flor en Rosario, a los espacios culturales se los llenó de obligaciones y exigencias que hoy resultan imposibles de cumplir.
“Queremos trabajar seguros, con reglas acordes a la actividad que realizamos”, aclara Zanni. “Dicen que Rosario es una ciudad cultural pero nosotros como semillero de artistas estamos llenos de dificultades. El año pasado el gobierno de Santa Fe lanzó el plan de fomento para espacios culturales, lo mismo a nivel nacional, pero dado que el rubro no existe no podemos recibir los subsidios”, detalla el joven sobre las paradojas con las que se topan a diario y los ponen en jaque. De hecho al inicio de la pandemia el Crec censó 70 espacios independientes, “de los cuales quedan 50, aunque ese número también hay que tomarlo con pinzas porque como estamos en una situación de ilegalidad muchos no se animan a visibilizarse”.
La mirada social
“El artista no es un iluminado al que un día se le cae una idea, sino un esfuerzo colectivo que en definitiva mueve la economía”, advierte Marcos Barea, técnico escénico al frente del emprendimiento Mad Box en barrio La República.
La afirmación proviene una experiencia: por su estudio de Marcos Paz y Servando Bayo pasan grupos de distintos géneros, sobre todo relacionados con la música, que además de grabar, preproducir y producir, toman clases de canto e instrumentos (guitarra, batería, piano) y talleres de sonido, producción musical y sonido en vivo.
Barea, de 38 años, hace foco en esa cadena muchas veces ninguneada por los propios vecinos que tributa para que en un momento la obra de un artista encuentre resonancias en los públicos.
“Tenemos derecho a trabajar. Necesitamos una ordenanza que nos avale. Representamos a un sector autogestivo de la cultura, no a gente que importa espectáculos sino que los crea”, resume Barea, también parte del Crec y de la campaña Legítimos pero ilegales.
“Te dicen que en Rosario levantás una baldosa y aparece un artista pero debe ser porque siguen debajo de la baldosa, no pueden salir. Nosotros queremos que nos den la posibilidad de trabajar, de profesionalizar los campos, que no nos bastardeen. Necesitamos cambiar los imaginarios, las cabezas de la gente”, dice en referencia a públicos y trabajadores. Entre la autoconciencia y la percepción de la ciudad hacia sus artistas, navega esta militancia del sector independiente.
Zanni, de Micelio, convalida: “Precisamos otra mirada social: aquella botella que se tiró desde un edificio a la Chamuyera e impactó sobre una joven que estaba en la puerta la lanzó la mirada social que nos estigmatiza”. El bar cultural de Corrientes al 1300 terminó cerrando y la víctima quedó desde entonces (2016) en situación de discapacidad.
"La movida traerá crecimiento e inclusión"
El reconocido artista Dante Taparelli apoya la movida de los artistas independiente. Desde febrero es el secretario de Cultura de la Municipalidad y dice que se emociona cuando ve jóvenes que en los barrios montan galerías de arte en la cocina y consiguen que sus vecinos se vayan con un cuadro bajo el brazo. Un marco legal que ordene este compromiso, estas ganas, esta resistencia, es posible y necesario desde su punto de vista, y redundará en la inclusión de una gran cantidad de trabajadores de la cultura que hoy están desprotegidos.
“Los espacios culturales independientes deben legitimarse y por eso la Municipalidad apoya que exista una nueva nomenclatura y asistió en la redacción de la ordenanza. Es una herramienta para su desarrollo, para que reciban subsidios y tengan una identidad”, asegura Taparelli con energía.
“Algunos trabajan con pala mecánica y otros con cucharita pero todos vivimos en la misma ciudad”, advierte. “Los artistas han sufrido mucho con la pandemia. Queremos darles elementos porque se juegan por la cultura a través de proyectos horizontales”, insiste el funcionario, y propone una articulación estatal-social.