Un informe de La Capital desencadenó revuelo entre los vecinos de Rosario, así como también en el Concejo Municipal. Ocurre que los nombres oficiales de muchos barrios de la ciudad distan demasiado de como realmente los vecinos los llaman. La problemática desata una serie de confusiones, como, por ejemplo, que un barrio tenga al menos, tres denominaciones. La Capital recorrió diferentes zonas y comprobó que sus habitantes las popularizaron de manera muy diferente a como fueron bautizadas caprichosamente por las autoridades de turno.
El caso de un rincón de la ciudad al que le dicen “Refinería”, “Las Malvinas” o “Malvinas Argentinas”, dista de ser una situación excepcional y más bien se trata de una circunstancia común y recurrente en el territorio rosarino. Aunque todavía no hay solución que repare esta incertidumbre de valores y tradiciones que exige el pueblo, distintos concejales determinaron la necesidad de solucionar la polémica cuestión.
“No sabía que se llama Lisandro de la Torre, para mí es Arroyito”, “No se les tienen que cambiar los nombres a los barrios. Esto es Tablada”, “Quiero que se vuelva a llamar Refinería”, son algunas de las frases de distintos vecinos de la ciudad que se sumaron al reclamo de cientos más respecto del abismo existente entre las denominaciones oficiales y las que los vecinos adoptaron, muchas de las cuales venían de años, pero se decidió modificarlas.
Ahora, los vecinos reclamaron que se necesita que esa pertenencia que construye el barrio, y que deja tantos rastros en la memoria individual y colectiva, sea recuperada. Concejales de distintos partidos políticos manifestaron su compromiso, además de sentirse identificados.
Es así que el edil socialista Federico Lifschitz, opinó: “Creo que como primera medida se debería recuperar la normativa municipal vigente, que sea la referencia y punto de partida para conocer cuáles son los nombres oficiales de cada barrio, sus límites y los cambios que se deban producir en caso de que sean necesarios. Despejar cualquier situación que preste a confusiones u obstaculice la localización o ubicación correcta en ese sector”.
También, sumó: “Rescato y valoro esta iniciativa de los vecinos porque habla de su compromiso, de su sentido de pertenencia y de las ganas de cuidar y respetar al barrio, empezando por su nombre y su historia. Ser rosarino es eso, es amar a esta ciudad que es la más linda del país y a la que tenemos que cuidar todos los días”.
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“Recuerdo lo que pasó con barrio Tango, muchos vecinos no estaban de acuerdo con el nombre, hicieron propuestas incluso para modificarlo. Creo que partiendo de la discusión del nombre del barrio, se generaría un proceso interesante, participativo, de unión entre los vecinos. Es importante que surja la discusión sobre los orígenes del barrio, qué es lo que lo identifica, recuperar el acervo cultural histórico a nivel barrial”, declaró la concejala María Fernanda Gigliani (iniciativa Popular).
Gigliani propuso una idea: la construcción de una instancia donde instituciones barriales, como las vecinales, propongan el nombre de un barrio, y los vecinos lo acepten o rechacen. Esto significaría disponer de un registro de oposición, pero sin tener que acudir al distrito a votar, sino que se realice en el mismo establecimiento. Por ejemplo, si más del 66% de los vecinos decide el cambio del nombre de un barrio, este se modifica. “Debería ser una instancia voluntaria y no obligatoria”, explicó.
En 2022 ganó el barrio, pero sobre todo, ganaron los vecinos que lo llevan en su corazón. Se dio una especie de justicia poética cuando el Echesortu recuperó su identidad, su denominación natural, que surgió espontáneamente en 1880 como “Pueblo Echesortu”. Aunque en el imaginario popular Echesortu siempre se llamó así, durante más de 70 años llevó el nombre de Remedios de Escalada de San Martín. Por iniciativa de un grupo de vecinos, el barrio restituyó su nombre de toda la vida.
Cuando La Capital le preguntó al concejal Lisandro Cavatorta si desde el Concejo impulsarían una iniciativa para retomar los nombres históricos popularmente adoptados, el edil respondió entusiasmado: “Sí, por supuesto”. Y además, adelantó un proyecto en el que se encuentra trabajando junto a vecinos de la ciudad. “Queremos cambiarle el nombre al barrio Parque Habitacional Ibarlucea. Está en Rosario, los vecinos nos dicen que todos creen que se trata de la localidad Ybarlucea y, por eso, está tan olvidado”, contó Cavatorta.
Un joven, entre tantos que se expresaron, se comunicó vía redes sociales con este diario y pidió “por favor, se necesita hacer algo”. El chico relató que vive en la zona norte de la ciudad y solicitó que se le restaure el nombre al barrio que lo vio nacer. “Celedonio Escalada” es el actual nombre de “La Florida”, aunque son pocos los que lo utilizan. En el barrio quieren revertir esto, que lejos de representarlos, les genera lejanía.
El concejal Carlos Cardozo (PRO) se sintió como aquel joven de zona norte, y reflexionó: “Nos pasa a muchos. Soy histórico de Parquefield, y más allá de que les pusieron nombres a las calles, los vecinos las seguimos identificando por números. Lo mismo pasa con los barrios, es un tema para retomar en el Concejo”.
Así, ediles y vecinos identificados con nombres de sus barrios muy diferentes a los oficiales opinaron en consonancia. En las redes sociales de este medio, los habitantes de varios sectores se sumaran a la consulta del diario y no dudaron en reclamar que las autoridades valoren los nombres populares de los barrios. Incluso, La Capital los recorrió y dio cuenta de esa necesidad.
Concejales y vecinos ahora se unen en busca de un sueño. Se dan la mano porque se ilusionan, quieren caminar las calles de sus barrios y saber que hay algo de orden dentro del caos que viven todos los días. Se imaginan que Tablada es Tablada, y no General San Martín. Se les ocurre fantasear que ese rincón que ocupa un lugar en sus corazones, tiene el nombre que escucharon por primera vez de la voz de mamá, papá o el dueño del almacén de la esquina. Esta historia es una más entre las muchas que esconde Rosario, y demuestra que hay que soñar mientras se patea el barrio, pero también entender que la lucha colectiva, tal vez, puede hacer todo eso realidad.