Cada rincón de la ciudad esconde historias que trascienden a través de los años y que aquellas voces que abrazan la memoria colectiva, las cuentan. Los rosarinos son conocidos mundialmente por su tierra futbolera, donde los clubes son parte fundamental en la crianza y construcción de la identidad de cada vecino, son ese espacio donde encuentran asilo, amores y pasiones. Con el barrio pasa igual. Es que por sobre todas las cosas, es pertenencia. Es la última pieza que completa el rompecabezas de cada persona. Pero, a veces hay confusión ¿Qué pasa cuando hay una superposición en los nombres de los barrios? ¿Por qué amplios sectores de Rosario se identifican con nombres que no coinciden con la denominación oficial del barrio?
Existe un barrio en la ciudad que surgió entre mediados del siglo XIX y principios del XX como área industrial y residencia de trabajadores de las actividades productivas de la zona. El barrio se dividía entre los sectores de empleados portuarios y ferroviarios. Los trabajadores de las terminales portuarias residían cerca al corredor ribereño, en manzanas construidas por el Banco Edificador Rosarino, con el modelo de las típicas casas chorizo. Actualmente, nombrar a esa zona genera incertidumbre: “Islas Malvinas”, “Las Malvinas”, “Malvinas Argentinas”, nadie sabe bien cómo se llama. Lo cierto es que los vecinos lo conocen como “Refinería” desde que heredó su nombre de la refinería de azúcar.
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“Estamos acá, en el histórico barrio Arroyito”, dice un relator de fútbol durante la previa de un partido. Esa zona que es reconocida por el Club Atlético Rosario Central con su estadio Gigante de Arroyito y el parque Alem fue designada como Lisandro de la Torre. Aunque la realidad es otra. Los vecinos de la ciudad lo siguen llamando por su antiguo nombre, ese nombre que tiene su origen en el arroyo Ludueña, que atraviesa la zona y le da identidad al barrio. El desborde del arroyo, en abril de 1986, dejó a Empalme Graneros y otros barrios más bajo el agua. Las inundaciones que se produjeron en aquel momento dejaron un saldo de 20 mil viviendas y 80 mil vecinos afectados, sumado a un número incierto de fallecidos.
En 2022 se dio una especie de justicia poética cuando el barrio Echesortu recuperó su identidad, su denominación natural, el que surgió espontáneamente en 1880 como “Pueblo Echesortu”. Aunque en el imaginario popular Echesortu siempre se llamó así, durante más de 70 años llevó el nombre de Remedios de Escalada de San Martín. Por iniciativa de un grupo de vecinos, el barrio restituyó su nombre de toda la vida.
“Es una historia larga que arranca en 1880. El barrio cambió varias veces de nombre y en diciembre de 2022 gracias a una movida que armamos los vecinos, recuperamos la identidad del barrio y volvió a llamarse Echesortu”, relató Roberto Trapé, arquitecto que también se dedica a difundir la historia de esa zona del macrocentro rosarino.
El historiador aficionado contó que Echesortu empezó a ser conocido así por los vecinos por la empresa Echesortu-Casas, fundada por Ciro Echesortu y Casiano Casas. Aquella fue una de las grandes firmas industriales y comerciales de fines de 1800, que se encargó de lotear y empezar a ranchear ese espacio ubicado en las afueras de una ciudad que se estaba formando.
Territorio de bares, restaurantes y boliches, el barrio Alberto Olmedo es referenciado por toda la ciudad con un nombre muy distinto. “Ese barrio con el correr del tiempo fue recordado por una de sus calles: Pichincha, así denominada en homenaje al triunfo patriota en la batalla homónima, en 1822, en la lucha por la Emancipación”, reveló el historiador Miguel Ángel De Marco (h) en su artículo “De los orígenes y los barrios de Rosario”.
De Marco contó que esas calles alojaban la mayoría de los burdeles y prostíbulos de la ciudad. “En sus cuadras se forjaron mitos, leyendas y recuerdos de una zona de la noche que albergó casas de tolerancia, y fue testigo del accionar de la mafia y las madamas del barrio”, señaló.
Desde 1990 es considerado un “barrio de culto” y está delimitado por avenida Francia, Santa Fe, bulevar Oroño y avenida del Valle. Y sí, oficialmente se llama Alberto Olmedo en homenaje al humorista que nació en una de esas calles, pero en el corazón de los rosarinos siempre será “Pichincha”.
“Cambiar el nombre de un barrio es ir contra una tradición que está muy impuesta en los vecinos”, manifestó el historiador Rafael Ielpi quien, en su obra “El Imperio de Pichincha” refleja el estudio de esa zona tan icónica de la ciudad.
Lo mismo les sucede a quienes viven por la zona de la Terminal de Ómnibus, ese rincón de Rosario que la Municipalidad junto a otros actores, decidió nombrar Luis Agote. Resulta que este barrio se inició a partir del tránsito de personas y mercancías que se dio entre ferrocarriles. “En el predio de calle Vera Mujica entre Córdoba y Santa Fe, la Compañía Francesa Fives Lille inauguró en 1892 la Estación Rosario-Santa Fe, también conocida como La Francesa”, indicó De Marco.
De Marco exhibió en su artículo que “Agote fue un científico nacido en Buenos Aires en 1868”. Y entre su trayectoria se encuentra que fundó el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson, donde desarrolló un método para conservar la sangre sin que se coagule para transfusiones, toda una hazaña en el campo de la medicina. “Fue también fundador de un patronato para ciegos y menores, y en su banca de legislador nacional acompañó al diputado Jorge Raúl Rodríguez en la necesidad de crear la Universidad Nacional del Litoral y dentro de ella una Facultad de Medicina”, sostuvo el historiador.
Si bien la problemática aparece en toda la ciudad y son muchos los vecinos desorientados, otros dos casos se reproducen en la zona sur de Rosario. Uno es el del barrio General San Martín, que al verbalizarlo no remite a mucho. Lo que pasa es que todos le siguen diciendo “Tablada”. Este nombre surgió a raíz de las tabladas de las que estaban construidos los corrales y los bretes donde bajaban los animales que llegaban del ferrocarril y se amontonaban para el sacrificio en el matadero. Sin embargo, nunca figuró en los registros municipales.
Silvia Greco, compiladora y autora del libro "Rosario y sus calles", enunció: “Al barrio la gente lo conoce como Tablada y será así toda la vida. Nunca le van a decir General San Martín. Eso nunca se sinceró desde la Municipalidad, tampoco se ponen de acuerdo. Es fundamental entender los usos y costumbres de los rosarinos”. También aseguró que muchas veces los escribanos cuando mencionan al barrio escriben “Tablada (oficialmente General San Martín)”.
“Siempre hago hincapié en que jamás hay que cambiar el nombre de una calle o un barrio. Si se hace debe pensarse muy bien. De lo contrario, pasa a llamarse de la forma vieja y de la nueva. Es algo que a la Municipalidad siempre le quedó pendiente, hay que ajustarse a la identidad que adopta la gente”, reflexionó Greco.
Otro que se suma a la lista es Saladillo, el emblemático barrio ubicado en el extremo sur de la ciudad que oficialmente se llama Roque Sáenz Peña. Es uno de los sitios que posee mayor cantidad de casonas de valor patrimonial y que adoptó tal nombre por estar sobre la margen del arroyo Saladillo y del río Paraná. Su origen está íntimamente ligado a la instalación de varios frigoríficos, que procesaban la carne vacuna criada en la Pampa húmeda para su exportación.
Es indiscutible que existe una necesidad de transparentar la realidad para rescatar la identidad cultural de cada sector de Rosario. Entre historias, pasiones y huellas que marcan el camino, se construye a lo largo del tiempo esa pertenencia que deja fuertes rastros en la memoria individual y colectiva. Todavía no hay solución que repare esta incertidumbre de valores y tradiciones que exige el pueblo. Pero, como cada uno lo sienta y lo llame, el barrio está en el corazón y como dice Juan Carlos Baglietto, siempre “pibe de barrio buen tropero en la partida”.